El portero ludópata que asesinó a su compañera a puñaladas: adicciones y mala fortuna en el crimen del Maycar en Santiago

La víctima fue María Teresa Carballo Pinaque, una mujer que ese mismo día cumplía 34 años y que trabajaba como limpiadora en la conocida discoteca

El otro protagonista de esta terrible historia es César Casal Mera, portero de la discoteca desde hacía aproximadamente tres meses y que padecía una ludopatía asociada a las máquinas tragaperras

La policía científica, saliendo de la discoteca Maycar la mañana del 17 de septiembre de 1995.

La policía científica, saliendo de la discoteca Maycar la mañana del 17 de septiembre de 1995. / El Correo Gallego

David Suárez

El último domingo del verano de 1995 quedará marcado para siempre en crónica negra de Santiago como el día del crimen de la discoteca Maycar. Eran las primeras horas del 17 de septiembre y los compostelanos de entonces madrugaban para aprovechar la jornada en familia o para ir a desayunar a su cafetería favorita. No era el caso de María Teresa Carballo Pinaque, una mujer que ese mismo día cumplía 34 años y que trabajaba como limpiadora en la conocida discoteca, y la que se esa mañana se dirigió un poco más temprano de habitual para, seguramente, terminar antes su turno y poder disfrutar el resto del día de su cumpleaños. Residía en el número 38 de la rúa de Sar. Tenía estudios universitarios, había completado el tercer curso de Historia por la Universidad de Santiago de Compostela, pero lo había tenido que abandonar por motivos de carácter personal.

El otro protagonista de esta terrible historia es César Casal Mera, portero de la discoteca desde hacía aproximandemente tres meses y que padecía una ludopatía asociada a las máquinas tragaperras. El hombre, que había trabajado la noche anterior había cerrado el local de madrugada, pero no se había marchado a su casa, ya que tenía un plan entre manos. Esperar un momento concreto, a que su compañera María Teresa acabase su jornada para robar la caja registradora con la recuadación de todo el fin de semana.

César sabía que la trabajadora abría cada día sobre las nueve de la mañana pero ese día, casualmente, María Teresa abandonó sus tareas un momento para hacer un recado, dejando la puerta arrimada sin pensar que alguien pudiera entrar para cometer un robo. Era de día, los coches ya pasaban, y muchas personas paseaban por las calles del Ensanche compostelano.

Sin embargo, Casal, aprovechó la circunstancia bajó por las estrechas escaleras del local buscando el botín. Estaba convencido de que la limpiadora no se daría cuenta y que nadie se enteraría. Pero desgraciadamente María Teresa volvió demasiado pronto, por lo menos más de lo que él esperaba, pillando con las manos en la masa al portero ladrón.

De vuelta en el Maycar, la mujer escuchó al ladrón y lo identificó. En ese momento César se acercó agresivo hacia ella, decidido a hacer cualquier cosa para evitar ser descubierto. Tras una discusión, en la que María Teresa amenazó al ladrón con llamar al propietario, hubo un breve forcejeo que terminaría en la muerte de la mujer. Ella, menuda y de escaso peso, no pudo hacer frente al ataque del hombre, que decidido a hacerse con el dinero de la caja y a salir sin que nadie lo supiera, decidió callarla para siempre. Casal, dirigido por el afán de hacerse con el dinero, cogió de un brazo y a la fuerza a la mujer y la sentó en un sofá, acorralándola sin ninguna forma de defenderse.

El objetivo más inmediato: echar mano a la caja registradora con la recaudación del fin de semana

El hombre buscando no dejar ni un solo testigo, cogió en ese momento un cuchillo de cortar limones y le asestó dos puñaladas en el costado, pensado solamente en su objetivo más inmediato: echar mano a la caja registradora con la recaudación del fin de semana.

Tras el ataque María Teresa no murió pero su vergugo no estaba dispuesto a dejar cabos sueltos. Es entonces cuando toma la decisión de agarrarla por la cabeza y golpearla contra la barra de mármol que dividía la pista de baile. La contundencia del golpe le produjo a la mujer un grave hundimiento en la zona craneal, asegurándose así de que la joven no fuese capaz de decir nada, ya que para él, que lo delatase significaría dejar el juego durante un tiempo, quedar sin trabajo o entrar en la cárcel. Un lugar donde no sería fácil encontrar la forma de que las tragaperras siguiesen sonando.

Fue este el motivo por el que César Casal, guiado por su ansiedad por el juego, acabó con la vida de la limpiadora sin el más mínimo remordimiento, cogiendo la recaudación y marchándose a jugar al bingo en una de las calles cercanas.

Pasadas las once de la mañana el cadáver de María Teresa es hallado en medio de un gran charco de sangre por Pepé, DJ del conocido local. Al encontrarla tirada en el suelo y boca abajo creyó “que se había caído y que estaba inconsciente”, según sus declaraciones. Poco después, llegaría el propietario de la discoteca, Paco Fernández San Juan, que pensando en salvarle la vida, decide llevarla al Hospital Xeral en Galeras, pero, para el pesar de todos, Teresa entraría ya sin vida.

En torno a la una de la tarde de ese domingo, la policía comienza la investigación criminal. Dadas las circunstancias del asesinato, las pesquisas se centran en el entorno próximo a la víctima, ya que tras la primera inspección ocular de la discoteca verifican que la puerta no había sido forzada, lo que indicaba que el autor del terrible crimen podía ser un conocido, incluso un compañero de trabajo. Pero ¿quién iba a tener algo en contra de una joven jovial, tranquila y muy trabajadora? Se preguntaron entonces sus conocidos.

La evidencia de la puerta abierta y sin forzar no pasó desapercibida para la Policía Científica. Y es que dentro del local de ocio nocturno había algo de mayor interés para el asesino que la propia Teresa. Esto fue lo que hizo que los investigadores comenzasen a desconfiar del portero. Con una orden judicial, la policía se personó en el domicilio de César Casal, donde hallaron ropa manchada de sangre, que posteriormente se verifícaría como restos de la mujer asesinada, así como un sobre con 182.000 pesetas que había robado de la caja registradora.

Sin embargo, la policía no encontró en el domicilio del asesino el arma del crimen, un elemento que lo señalaría como el autor del asesinato de María Teresa. Tras varias horas en la comisaría, y después de que César Casal volviera al Maycar para una reconstrucción de los hechos, los agentes encuentran el arma homicida: un cuchillo de cocina de grandes dimensiones escondido en un cajón del local.

El mismo día y a la misma hora en la que se le daba sepultura en Boisaca a la víctima, Casal declaraba en el juzgado de Santiago, confesando los horribles hechos que se habían producido en aquella mañana del último domingo del verano de 1995.

El día del juicio, el fiscal y la acusación particular calificaron los hechos de robo con asesinato, pidiendo el primero una pena de 27 años de cárcel, mientras que el segundo, una de 30. La defensa, por su parte, alegó la ludopatía como eximente, pidiendo la libre absolución. Sin embargo, los psiquiatras del caso descartaron una posible enajenación mental y negaron que su enfermedad por el juego pudiese explicar la violencia con la que había actuado contra María Teresa.

Finalmente el fallo condenó a César Casal a 26 años y ocho meses de cárcel por un delito de robo con homicidio, además de una indemnización de 10 millones de pesetas a los hermanos de la joven víctima.

César Casal dijo en el juicio que la víctima se había resbalado y caído encima de su cuchillo

Tras confesar el crimen, César Casal Mera no dudó en buscar justificación a todo lo que había sucedido aquella trágica mañana. El hombre testificó que al ver la puerta abierta entró porque “quería coger un paquete de tabaco”. Una vez allí tuvo un impulso debido a su ludopatía: “Se me dio por coger el dinero de la caja, ya que no vi a nadie”.

Al ser visto por la trabajadora cogió un cuchillo del cajón “con la intención de asustarla”. Manteniendo una sucesión de casualidades, y totalmente involuntarias, contó que “ella vino hacia mí, el suelo estaba mojado, resbaló y chocó conmigo y le di un pinchazo. En ese momento me asusté”. Ante esto, decidió llevar a su compañera herida a uno de los sofás del local pero, de nuevo, por casualidad, dijo que se había caído encima de ella y “le di otra pinchada, después me levanté y fui hacia la puerta”.

En ese momento, según describió César en el juicio, María Teresa se incorporó y se desplomó golpeándose la cabeza contra la barra de mármol, justificando así el brutal golpe en el cráneo.

Tras esta cadena de hechos fatales, decidió marcharse, dejando el cadáver de Teresa en el suelo, sin pedir ayuda, y mucho menos, preocuparse de la vida que acababa de quitar.

Tras cobrarse la vida de la mujer dedicó cuatro horas al bingo sin preocuparse

César Casal Mera tenía una adicción por el juego siempre que en estos hubiese dinero de por medio. Y es que su gratificación vital era esa, el juego compulsivo a cualquier coste, incluso el de una vida. Había quienes sostenían que llegaba a jugarse todo su salario en el Bingo. Fue ese mismo día, tras el crimen, cuando el asesino, después de acabar con la vida de Teresa, no ve otra forma de satisfacer su enfermedad que dirigiéndose al bingo, donde pasó varias horas jugando ajeno a todo lo que había sucedido.

La noticia del asesinato corría de boca en boca en la ciudad. César Casal, el portero, era una persona muy conocida en Santiago, no solo por su trabajo en el Maycar, sino también por haber sido camarero del bar Mercantil o de la discoteca Liberty. Pero ninguno de los que lo conocían esperaban que acabase detenido bajo una acusación de asesinato. “Parecía bueno, tenía cara de buena persona; no me lo puedo creer”, era lo que decían personas muy cercanas sobre el criminal.

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