Con Hook (Steven Spielberg, 1991), Peter Pan, la gran aventura (P.J. Hogan, en 2003) y este Pan (Viaje a nunca jamás) de Joe Wright se podría armar una sesión continua de sábado por la tarde de lo más resalada (y no lo digo solo por las palomitas) siguiendo la historia del niño que no quería crecer desde el principio hasta el final (cuando creció en planos de Spielberg). Tres películas muy vistosas y por momentos brillantes de directores con talento indudable pero...

Es curioso que tres cineastas que han dejado clara su fascinación por el personaje (en el caso de Spielberg, sobremanera) no hayan logrado trasladar a la pantalla la magia de la novela, su espíritu de gozosa aventura, el meollo psicológico que supone para muchos adultos su apego a la infancia como paraíso del que nunca escapar. Wright demostró en Orgullo y prejuicio (su obra maestra) y Expiación que, con una buena historia y un buen guión, es capaz de sacarle chispas a la pantalla.

Con Hanna patinó y El solista renqueaba demasiado, pero donde mostró su peor cara fue en la versión pedante y hueca de Anna Karenina, artificio que ahogaba a las emociones.

Aquí ocurre algo parecido, aunque menos agobiante porque de lo que se trata es de no pegarse el trastazo en taquilla: el guión es un pequeño desastre y solo la exuberancia visual del director, siempre dispuesto a probar cosas distintas, hace que la función no se vaya por el desagüe y que el público infantil disfrute con tanta algarabía espectacular.

Por desgracia, una banda sonora "moderna" chirría que da gusto y Hugh Jackman está francamente mal como villano, compensado con todo un descubrimiento: Levi Miller. Tiene madera de estrella.