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El asesino que no podía existir

Buenos ingredientes mal conjuntados en un film policíaco de trasfondo polítcio

Los actores Gary Oldman y Tom Hardy, en la película

La película lo tiene todo para ser muy buena. Un argumento potente extraído de una novela altamente recomendable (recién editada en España, ideal para este verano). Un reparto de primera clase con dos talentos emergentes que están muy lejos de ser flores de un día (Tom Hardy y Noomi Rapace desbordan carácter) y un veterano como Gary Oldman, que ya parece curado de los excesos con los que nos atacaba en sus comienzos. Un director que ya demostró ser competente y no un mero juntador de planos en sus trabajos anteriores. Y un diseño de producción impecable para recrear un mundo infeliz cargado de amenazas sutiles o evidentes bajo la bota de una dictadura que no toleraba a los disidentes y era capaz, incluso, de negar la existencia de asesinos porque "el asesinato es una enfermedad capitalista".

Pues bien: con todo ese material tan prometedor, El niño 44 no logra ser una buena película. No es mala porque tiene momentos destacables, el reparto cumple de sobra (aunque Hardy caiga en algún exceso, quizá para compensar el hieratismo obligado de Mad Max) y el tema es muy atractivo (mezclar carga política con vericuetos policiales y conflictos de pareja siempre tiene mayor interés que si hablamos solo de la caza de un asesino) pero el guión deja mucho que desear.

Se va por las ramas con demasiada frecuencia, mete con calzador virajes que no aportan nada y la tensión que debería creciendo a medida que avanza el metraje se va agrietando por culpa de una estructura errática y un deficiente engarce de las tres vías que sigue la película, lo que provoca un desgaste en el ritmo con alto riesgo de aburrimiento.

Lo mejor hay que buscarlo en las escenas tensas e intensas entre Hardy y Rapace (aunque a ella se le podía haber sacado mucho más partido, como a Oldman), en la recreación (cromáticamente previsible, todo hay que decirlo) de ese laberinto mortífero que fue la tiranía estalinista, en algunas escenas de acción con estilo personal que deja en buen lugar a su director, aunque en otras se deja llevar por una apatía incomprensible. En su contra juega también una cierta tendencia a mostrar esa sociedad machacada con una mirada excesivamente occidental sin tener en cuenta el carácter y las peculiaridades del alma rusa, que no es precisamente la de un londinense o un neoyorquino.

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