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El mundo en sus manos

Ciencia ficción optimista con gran despligue visual que acaba siendo tediosa

George Clooney, en un momento de la película.

Si te tocó ver el cortometraje disfrazado de tráiler con el que se promocionó Tomorrowland destripando enterita una escena (la mejor, por cierto, recuerda al Robert Zemeckis o al Joe Dante de los buenos tiempos) ya sabes que hay más de diez minutos que te sabes de memoria. No quisiera pasarme de listillo pero sospecho que esa agresiva manera de lanzar la película obedece al desconcierto de Disney hacia el producto que necesita vender. Porque ese momento de asedio y fuga que mezcla humor y acción con correosa brillantez puede enganchar tanto al público adulto como al adolescente (el infantil se va a aburrir, aviso) sugiriéndole que va a ver una película de ciencia ficción de corte clásico con su personaje crepuscular y misterioso, su jovencita híperinteligente, sus malos de cables cruzados y sus artimañas tecnológicas para escaparse de los apuros con vitola explosiva.

Pero Tomorrowland no es eso. Ni mucho menos. Si Cristopher Nolan intenta hacer ciencia ficción de arte y ensayo para adultos (sobre todo con Origen, y en menor medida con Interstellar), Bird intenta hacer lo mismo pero sin olvidarse de que el tinglado se lo paga Disney. De ahí el desequilibrio evidente que hay en una película que saca a su estrella a las primeras de cambio para que el público atraído por ella no se impaciente, pero olvidándose de ella hasta bien avanzado el metraje. Así que quien vaya al cine por Clooney, que sepa que el actor ha trabajado más tiempo en la promoción que en el rodaje. Luego, Bird y su guionista principal Damon Lindelof (sí, de Lost, eso explica algunas cosas buenas y otras malas) recurre a una estructura sin duda arriesgada que juega con los puntos de vista y el tiempo sin descuidar su condición de superproducción con unos alardes visuales con los que el director saca pecho de su talento para gestionar un parque de atracciones visualmente primoroso. Aplausos.

Por desgracia, llega un momento en que Tomorrowland se echa en brazos de la cháchara y las explicaciones siembran la confusión y despiertan al ogro del tedio. El carisma de Clooney tapa algunas grietas de su personaje, si bien muchas veces sólo se le pide que ponga cara interesante aunque lo que se dice no tenga interés, y Britt Robertson y Raffey Cassidy sacan oro puro a unos papeles que van perdiendo gas poco a poco. Hugh Laurie es un malo que da muy poco miedo, lo siento, doctor House. Da gusto el mensaje optimista que espanta la visión catastrofista y ceñuda del futuro pero no hay que ser adivino para ser pesimista sobre su futuro en taquilla: ingenua para los adultos y parlanchina y confusa para los más jóvenes.

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