Ocampo Artesanos: allí donde nacen las campanas

La familia lleva cerca de 400 años fabricando en Arcos da Condesa, Caldas, con una producción cien por cien manual

Hay profesiones realmente desconocidas para el gran público, o al menos sobre las que no se suele hablar. Porque... ¿quién se ha parado a pensar dónde se fabrican las campanas? Su sonido, ya reconocido en 2022 como patrimonio inmaterial por la Unesco, nos rodea en parroquias, pueblos, ciudades... pero un día alguien se puso manos a la obra para crear esos artículos que repican en las fiestas, funerales, situaciones de emergencia... Son los maestros campaneros.

En el lugar de Badoucos, en Arcos da Condesa, Caldas de Reis, a día de hoy sigue a pleno rendimiento la empresa de José Enrique Lopez Ocampo, la última generación de los campaneros Ocampo Artesanos. Es el único taller de toda España que conserva la fabricación cien por cien artesanal, es decir, en todos y cada uno de los pasos. El secreto no es ningún misterio: “Querer seguir haciéndolo así, manteniendo un oficio en extinción”.

José Enrique López Ocampo está solo al frente del negocio y solo contrata gente en momentos puntuales, cuando hay que mover grandes pesos con grúa o durante la fundición. “Son cinco o seis días al año, el resto estoy yo solo”, afirma.

José Enrique López Ocampo, durante la fundición.

José Enrique López Ocampo, durante la fundición. / INAKI ABELLA DIEGUEZ

Es un oficio duro y con ingresos muy variables, ya que dependen de los encargos, de modo que unos años compensan a otros. Además de las campanas, también se dedica a los herrajes de éstas, algo que genera mucho trabajo.

Estos días, precisamente, ha estado muy ocupado, fabricando seis campanas nuevas. Una es para un yate de un sobrino de Amancio Ortega, otra para un pazo que se acaba de restaurar como bodega en el lugar de Tivo, en Caldas, y otras tres para iglesias: en los concellos de Ordes, Monterroso y Outes.

Los encargos llegan por el boca a boca. “Nosotros no tenemos publicidad, se preguntan unos a otros y al final es raro que no sepan de nuestra existencia”, reconoce Ocampo.

"Estos días estoy haciendo seis, una para un yate de un sobrino de Amancio Ortega”

Cada año el número de trabajos varía. “Ahora estoy trabajando en un proyecto que a ver si me sale, pero supondría la fabricación de una campana de 1.500 kilos, gigantesca. En un caso así ya no se funden seis a la vez, que hace unos días, sino una única. No es tan importante cuántas campanas se hacen, sino cuántas fundiciones. Cada vez que fundo intento tener el horno a su capacidad máxima para que sea rentable”, explica el artesano.

De hecho, el horno tiene una capacidad para más de 3.000 kilos.

El momento de la fundición, en el taller de Arcos da Condesa.   | // IÑAKI ABELLA

El momento de la fundición, en el taller de Arcos da Condesa. // IÑAKI ABELLA DIEGUEZ / Ana López

En tantos años de trabajo, Ocampo Artesanos han hecho campanas que han pasado a la historia. “Las más grandes fueron las cuatro campanas de las cuatro ventanas de la Catedral de la Almudena, en Madrid, que pasaban de dos toneladas. Aquí tenemos campanas en cualquier sitio, desde la Catedral de Santiago, Pontevedra, Tui, etc...”, asegura el maestro campanero de Caldas.

En este sentido, destaca que se ha notado mucho el trabajo de Patrimonio en el Camiño de Santiago, por la seguridad ciudadana, por lo que es común recibir encargos a raíz de la intervención de este servicio de la Xunta, tanto relativos a las campanas como de sus herrajes.

Todo empezó con Felipe Blanco

Los cuatro siglos de la empresa familiar se iniciaron con la llegada de Felipe Blanco Ocampo en 1630 a Caldas de Reis. “Como había otros Blanco fundiendo en Mondoñedo y en Monforte, todos de la familia, él decidió quedarse con el segundo apellido”, aclara su descendiente.

“Son muchas generaciones, pero aún así dicen que venimos de más atrás; incluso de Cantabria o del País Vasco. Llevamos fundiendo muchos siglos”, dice con orgullo de su familia.

“Son muchas generaciones; dicen que venimos de Cantabria o del País Vasco”

En su caso, comenzó de niño. “Yo andaba jugando por aquí mientras mi padre trabajaba. Le ayudaba con cositas menores, agarrando algo, trayéndoles cosas... y mientras, cuando me di cuenta, aprendí el oficio”, confiesa.

Desenterramiento de una de las campanas de nueva fabricación.

Desenterramiento de una de las campanas de nueva fabricación. / INAKI ABELLA DIEGUEZ

José Enrique López Ocampo tiene una hija, pero solo tiene nueve años, por lo que saber si tendrá relevo es todavía muy difícil. “Ella está toda ilusionada, pero de aquí a allá pueden pasar muchas cosas. Yo estaría encantado de que ella siguiese”, reconoce, aunque matiza que es una profesión dura: “cargar pesos es complicado, hay que mover tierra con las palas, el tema del barro también es difícil...”. La realidad es que él se organiza, pero hay épocas en las que tiene que trabajar domingos y festivos, como las previas al verano, cuando se celebran numerosos eventos religiosos y fiestas. “Al final, siempre andas liado”, concluye.

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Lo que más tiempo lleva en el proceso de fabricación de una campana es hacer los moldes, una tarea en la que se invierten alrededor de tres meses. Por campana se necesitan tres moldes de barro: un molde interior, otro encima de ese igual a la campana y, por último, el molde exterior. El hueco del medio es el que se llena de bronce. Los moldes se entierran y la tierra compactada alrededor es la que no deja que se rompa una vez relleno de bronce. El bronce recién licuado se queda enfriando. Es un sistema totalmente artesanal. “Todo el proceso de principio a fin artesanal no lo hace nadie más”, reconoce José Enrique López Ocampo.

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