Un año después de los incendios que asolaron Ponte Caldelas durante una noche "de terror", la mayoría de los vecinos afectados coinciden en dos sensaciones enfrentadas: la solidaridad de un pueblo que se volcó hasta el agotamiento para apoyar a los más damnificados, y el abandono de la administración.

Más de 20 pueblos afectados, de los 33 que conforman el rural de Ponte Caldelas, unas 50 personas desalojadas y el propio casco urbano amenazado fue el escenario tras una noche dantesca en la que una enorme bola de fuego pasó literalmente por encima del municipio.

El exceso de burocracia para tramitar una ayuda, con exigencia de seguros, registros de viñedos y de animales y la obligatoriedad de abonar el coste de un peritaje independiente de los daños desanimó a la mayor parte de los afectados, que renunciaron a pedir una ayuda condicionada a unos requisitos que no cumplían.

Solo aquellos afectados que tenían asegurados sus bienes lograron recuperar un porcentaje de lo perdido. El resto, ha recurrido a la solidaridad de sus familias y al apoyo de sus vecinos para reconstruir todo lo destruido y empezar de cero.

Más de dos mil personas se quedaron sin agua. El Concello asumió la reposición de ocho kilómetros de tubos de traídas, además de abastecer de forraje, cedido por productores, a quienes conservaron el ganado.

La mayoría de los afectados sienten que la administración autonómica le dio la espalda, habilitando una línea de ayudas, explica María Ferreira, una de las afectadas.

Lo mismo ocurre con el monte. El 15 de octubre de 2017 el fuego arrasaba 300 hectáreas. Piedras escarpadas, sin apenas suelo y vegetación e incluso algún automóvil calcinado en zona forestal conforman aún el paisaje en la mayor parte del municipio un año después de aquel infierno.

El monte recibió también la solidaridad y el trabajo altruista de los vecinos, organizados en torno a una plataforma espontánea, "A Rente do Chan", que puso en marcha un proyecto piloto sobre 35 hectáreas.Los resultados de aquel trabajo fueron presentados este verano en una jornada que ofreció las pautas a seguir en caso de nuevos incendios. Sin embargo, echan de menos un reconocimiento de la administración a un trabajo cargado de voluntarismo.

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"Non nos deron nin un euro pero si moito apoio"

Ana María Villaverde y su marido, Enrique Barreiro, perdieron aquella noche unos remolques que utilizaban como bar en las fiestas de los pueblos. No era su medio de vida, pero sí una forma de lograr unos ingresos extra en verano. No consiguieron ayuda alguna, ya que necesitaban presentar factura de todo lo perdido. "Non tiñamos porque os compramos de segunda man, igual que a cafetera, o lavavaixelas ou o frigorífico que levaban dentro", explica. Aunque cursaban el alta como autónomos cada vez que les salía una fiesta a la que acudir, "nós non somos unha empresa". "A asesoría explicounos o das facturas pero cando xa nos dixo que ademáis tiñamos que contratar a un perito, xa desistimos. Meu home, cuns compañeiros e amigos, foi reconstruindo todo o que puido dos remolques e o resto do material tivemos que compralo nós".

Y es que en su caso la nave en la que guardaban los remolques no ardió. El fuego pasó por encima. "Nós fumos ata alí ás 4 de mañán e vimos todo ben. Foi xa sobre as 8 cando un veciño nos díxo que saía moito humo da nave. E alá fumos". Abrieron con precaución las puertas y lo primero que Ana María vio fue las ruedas de los remolques. "Pensei que si estaban enteiras todo estaba en orde". Las altas temperaturas, sin embargo, hicieron que todo se fuera derritiendo hasta convertirse en una amalgama de chapa, pintura y plástico. "Non recibimos nin un céntimo, pero sí que sentimos a solidaridade e apoio da xente. Aquí as asociacións fixeron moitas actividades para recadar cartos, e a nós chámaronnos para que puxesemos o bar. Axudáronnos dándonos traballo no momento que máis o necesitábamos", concluye.

El propietario de la nave, en la que pagaban un alquiler por guardar sus remolques, sí pudo recuperar parte de las pérdidas, al disponer de un seguro que corrió con parte del coste de su reconstrucción

"As aldeas seguen a ter un polvorín arredor"

La situación en la que quedó el monte tras los incendios motivó a un nutrido grupo de voluntarios, entre ellos muchos técnicos y profesionales forestales, a poner en marcha medidas de recuperación inmediata o, al menos, a probar métodos innovadores que frenasen la pérdida de suelo.

Nacía "A Rente do Chan", un colectivo presidido por Jesús de la Fuente y del que forman parte Xabi Lorenzo y Rafael Zas, entre otros muchos.

La eficacia de su método, el mulching, está avalada por los resultados conseguidos durante este último año. Sin embargo, frente al optimismo de haber demostrado la capacidad de gestionar el trabajo voluntarios con una fórmula poco conocida, sienten cierto desánimo al no haber logrado que la administración reaccionase. "A realidade é que as aldeas seguen a ter un polvorín arredor".

Las cifras hablan por sí solas. Actuaron en 40 puntos críticos y lograron una protección del suelo del 97%, evitando que 43.500 toneladas de tierra se moviesen de su localización original, acabando buena parte de ellas en los ríos. Y esa experiencia les permite demandar de la administración que tras un incendio "actúe de inmediato e faga cubrindo o solo co mulching, porque xa temos documentado que é o método máis eficaz".

Sin embargo comprueban como la administración es "reacia" a asumir este avance. "En Vigo ardeu todo pero non se mobilizaron". Con todo, le reconocen un mérito: "a obrigación de manter limpas as franxas de seguridade, os perímetros habitables. Eso é unha cuestión fundamental".

Y otro de los grandes inconvenientes que tienen que enfrentar es la falta de medios. "O monte require unha atención constante e supón moitas renuncias para nós".

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"Aquí es donde vivimos, pero tememos al fuego"

Elena Buch y Harry Price centraron el foco informativo de los incendios de hace un año en Ponte Caldelas. En su pequeño paraíso en A Ínsua convirtieran en un hogar para ellos y sus tres hijos una pequeña casa de madera complementada con el interior de un autobús convertido en salón. Todo se lo llevó el fuego. La familia tuvo que trasladarse a una vivienda facilitada por el Concello en Caritel, de la que todavía entregó las llaves la semana pasada.

"Aquí es donde queremos vivir pero no voy a negar que da miedo. Cada vez que escuchamos pasar los helicópteros por aquí revivimos aquella dramática noche". Y es que el reciente incendio en Mondariz ya les puso en alerta. "Subimos a lo más alto para ver la evolución del fuego. Es de pánico".

Elena Buch es de las pocas afortunadas que pudo justificar con facturas sus pérdidas. A pesar de ello tiene recurrida la resolución por considerar que la cantidad que le asignan es muy inferior a la que le corresponde. "Es irrisoria".

Mientras tanto, y tirando de creatividad y de la solidaridad de sus vecinos, ha logrado reconstruir su hogar, donde ya está de nuevo instalada toda la familia.

Lo ha hecho con cambio de concepto con respecto al entorno, lo que ella define como "deseucaliptación".

Y es que Elena Buch y Harry Price han realizado una tala exhaustiva alrededor de su vivienda, en un intento de erradicar el eucalipto, limpiando el monte para que vuelva a ser productivo, a la vez que asegura su vivienda con un perímetro de protección. "Escuchas decir que esta tierra daba maíz, daba patatas, y ahora ves esto lleno de piedras y de roca y te parece increíble que aquí pueda nacer algo".

Pero lograrlo es su objetivo. Y para ello convoca periódicamente jornadas, a las que acuden una media de 40 voluntarios, que arrancar los nuevos eucalipto que van naciendo.

"Mi casa se salvó por la solidaridad de los vecinos"

María Ferreira, propietaria de O Pan de San Antonio, todavía recuerda con terror una noche en la que asegura que pudo haberlo perdido todo si no fuese por la solidaridad de sus vecinos, "que dejaron sus casas por venir a salvar la mía". Para ellos solo tiene palabras de agradecimiento. El fuego llegó a la casa y a su panadería. Se le quemó un coche, la leñera, maquinaria con la que acuden a ferias y hasta se le derritieron las persianas. "Yo soy de las afortunadas que tenía seguro y pude cobrar algo". En cuanto a la línea de apoyo que abrió la Xunta, María Ferreira lamenta el exceso de burocracia, ajeno a una realidad rural que vive al margen de papeleos. "El caso de muchos de mis vecinos es muy doloroso. Personas que perdieron sus viñas y no recibieron ayudas porque no las tenían registradas. ¿Pero qué van a registrar si es para consumo propio?. A otra vecina se le quemaron los animales y tampoco la indemnizaron por la misma razón. Es como si la Xunta desconociese cómo se plantea la vida en el rural".

Su negocio en el centro de la villa le permite conocer la evolución de la mayor parte de los damnificados, y todos los casos tienen similitudes. "En el caso de mi tío, que vive cerca de la iglesia, le ardió un hórreo que tenía más de 200 años. Para tramitar la ayuda le pedían los planos".

Y frente a la postura de la Xunta, María Ferreira tiene palabras de reconocimiento para el Concello. "Les dio rulos de alimentos para los animales que quedaron, porque se quemó todo, se perdió todo. El Concello fue la única administración que reaccionó con rapidez y tuvo algo de apoyo para los vecinos". Cerca de su vivienda particular, María Ferreira tiene dos tanques de gas que abastecen su obrador. "Tenía pánico. Llamé enseguida. El Concello estaba desbordado aquella noche, pero fueron los primeros en llegar. Tuvimos mucha suerte de haber perdido solo cosas materiales". Resume este último año con uno de "muchos gastos, cero ayudas". Apunta que la mayoría de las personas afectadas renunciaron a la petición de subvenciones autonómicas al no cumplir los exigentes requisitos.