Al cumplirse por estas fechas ya veinte años del fallecimiento de Agustín Portela Paz, parece un buen momento para dedicar un recordatorio más que merecido a su obra más popular y reconocida Pontevedra, boa vila, que precisamente vio la luz también por estos días en 1947.

Aquel libro primorosamente ilustrado ha cumplido por tanto 65 años, pero no ha envejecido nada. Más bien al contrario: mejora con el paso del tiempo. Esa pretensión tuvo en su origen el propio autor.

"Pronto, un mundo triste --escribió en su epílogo de forma premonitoria-- estandarizado, monótono, supercivilizado hasta el tuétano, habrá dado fin a este otro que he pretendido reflejar en mis dibujos, más íntimo, más lleno de gracia, más impregnado de mitos consoladores, que nuestros padres saborearon jocundamente como niños con zapatos nuevos y que nuestros nietos ya no conocerán para desgracia suya. Entonces será cuando este libro gane su más alta coyuntura, evocando con dulce melancolía un llevadero vivir, fácil como coser y cantar, ya desaparecido para siempre".

Hoy igual que ayer, continúa siendo una obra deliciosa, de posesión recomendable y lectura imprescindible para todos aquellos que aspiren a lograr un cum laude en pontevedresismo.

A dos buenos amigos, el arquitecto Robustiano Fernández Cochón, y el etnógrafo Fermín Bouza Brey, reconoció Portela su complicidad en el nacimiento del libro. "Arre que arre --contó--, insistieron en la necesidad de acometer esta empresa, venciendo mis temores de que la tarea fuese superior a mis fuerzas".

Pontevedra, boa vila es una obra coral, única en su género y seguramente irrepetible. Solo un artista tan grande como Agustín Portela, aparejador competente, magnífico dibujante y mejor persona, fue capaz de aglutinar semejante plantel.

Intencionadamente, Agustín Portela distribuyó las 36 colaboraciones recogidas, con sus respectivos dibujos alusivos, en tres partes iguales que llamó: "cosas de Pontevedra", los "fundotes" (de fundote Teucro€), y "un año en Pontevedra".

"Povo que non se lembra, agarimoso e comprensivo, do seu pasado medrará torto de corpo e valeiro de esprito", escribió en su prólogo Francisco Javier Sánchez Cantón, una especie de pope entre tantos y tantos excelsos colaboradores.

De Blanco Freijerio a Landín Tobío. De Fraguas Fraguas a López Cuevillas. De Otero Pedrayo a Filgueira Valverde. De Ramón Cabanillas a Vicente Risco. De Celso Emilio Ferreiro a Iglesias Alvariño. De Isidoro Millán a Borobó. De Celso Collazo a Blanco Tobío€.Tarea imposible elegir la mejor colaboración literaria y no digamos el mejor dibujo de Portela.

Todos los participantes se sometieron gustosos al encargo recibido con unas premisas muy simples: no más de dos páginas, indistintamente en castellano o en gallego, sobre historias, costumbres y personajes de la Pontevedra natal de Agustín Portela Paz.

Filgueira Valverde resumió la esencia misma de Pontevedra, boa vila, en un elogioso artículo que mereció la portada del semanario Ciudad bajo el significativo título de "Portela, hijo".

"Os encontráis aquí --sentenció-- con la Pontevedra que Portela Pérez hizo ensoñar a Agustín Portela: la Pontevedra que el padre de Agustín y mi padre, que nuestros padres vivieron y quisieron. Este es el triunfo de Portela: que su libro sea la obra de "los Portelas".

Una exposición de todos los dibujos de Pontevedra, boa vila enmarcó la inauguración de la sala artística del Urquín, que amplió así su oferta del restaurante, taberna y sala de fiestas que reinó en la calle García Camba durante los años 40.

La muestra de Portela abrió sus puertas a media tarde del 17 de diciembre de 1947, pocos días después de la salida del libro, y contribuyó mucho a su promoción editorial.

Los quince días que permaneció abierta, la exposición fue muy visitada y se vendieron prácticamente todos los dibujos, una circunstancia excepcional en aquel tiempo de tantas penurias, pero también de tantas querencias.

Dedicado a su padre

"A mi padre, que supo inculcarme su apasionado amor a Pontevedra". Así rezaba la expresiva y cariñosa dedicatoria que abría el libro.

Efectivamente Francisco Portela Pérez fue el iniciador de la saga literaria y artística de los Portela. Luego vino su hijo, Agustín Portela Paz. Y como exponentes de la tercera y cuarta generación tienen hoy al prestigioso arquitecto César Portela Fernández-Jardón, y a su hijo, el reputado escultor y pintor Sergio Portela Campos, respectivamente.

Don Francisco, a quien mucha gente conocía por Porteliña, avezado periodista literario y funcionario del Ministerio de Fomento, disfrutó mucho en los últimos meses de su larga vida con aquel cálido reconocimiento que su hijo recibió de los pontevedreses de su tiempo.

"Cuantos conozcáis a Portela Pérez --escribió entonces Filgueira--, que hoy ostenta el decanato del enxebrismo, no podréis hojear la páginas de Pontevedra, boa vila sin sentir a vuestro lado al viejo poeta gozándose con la obra de su hijo".

Particularmente el profesor Filgueira Valverde personalizó con buen criterio en el venerable anciano todas las alabanzas que quiso dedicar a la obra de su amigo.

Ausencia de Canda

En Pontevedra, boa vila eran todos los que estaban, pero no estaban todos los que eran alguien en la literatura, el periodismo y la cultura de esta ciudad en aquel tiempo. Faltaba Emilio Canda, director de la revista Finisterre.

Esta laguna notoria fue señalada desde el diario Alcázar que, no obstante, calificó el libro como "una verdadera joya del arte del dibujo". Y el propio Canda lamentó su ausencia a través del semanario pontevedrés Ciudad, donde proclamó su amistad con Portela y su amor por Pontevedra, al tiempo que culpó de su exclusión a Celso Emilio Ferreiro, aunque sin nominarlo.

"Se trata --escribió Canda con resentimiento-- de uno de esos orteguianos "tigres melancólicos", o "náufragos del aburrimiento", condenados a arrastrar la cadena de sus sueños frustrados por los divanes de los casinos, sin lograr rasparse la costra pueblerina que los acidula y constriñe".

Celso Emilio negó con humor semejante ascendencia sobre Portela y se mofó cuanto pudo de Canda, quien había sido su primer gran amigo en Pontevedra. Y el bueno de Agustín guardó un discreto silencio para no echar más leña al fuego.

Cena de homenaje

Una cena en honor a Portela constituyó el broche final al doble éxito obtenido con la publicación del libro y la inauguración de la exposición que reunió todos los dibujos de la celebrada obra. Destacados artistas firmaron una convocatoria abierta a través de las revistas Sonata Gallega y Ciudad, donde colaboraba habitualmente el homenajeado.

Una gran asistencia se reunió en torno al homenajeado en la noche del día señalado, 30 de diciembre, en el hotel Progreso, un lugar de referencia que estaba ubicado en la calle del mismo nombre, hoy Benito Corbal, y que competía en popularidad con otros tres: Engracia, Méndez Núñez y Palace.

Tras un cuidado menú, que estuvo regado con el mejor vino, llegó el ofrecimiento del homenaje a los postres, y corrió a cargo de Sánchez Cantón, a la sazón subdirector del Museo del Prado y prologuista del libro.

Luego tomaron la palabra sucesivamente Manuel Cabanillas, decano de los periodistas locales, el profesor Filgueira Valverde y el poeta Viñas Calvo, quien comparó el pontevedresismo de Agustín Portela con antecesores tan destacados como Juan Bautista Andrade y Amado Carballo. El homenajeado se mostró abrumado por tantos elogios.