De la ONU a Entrambosríos: retornar al origen para potenciar el rural ourensano

Un joven, profesional de la cooperación internacional, se encuentra inmerso en un proyecto de agricultura ecológica y en crear vínculos intergeneracionales en su pueblo

Fernando Conde estuvo varios años trabajando en Bulgaria, Ecuador y Colombia y regresó a sus orígenes

Fernando Conde estuvo varios años trabajando en Bulgaria, Ecuador y Colombia y regresó a sus orígenes / Iñaki Osorio

Edith Filgueira

Fernando Conde (Entrambosríos, 1988) estudió dos carreras y un máster. Es hijo de esa generación de padres que bajo ningún concepto quería que el futuro de sus descendientes estuviese condicionado a quedarse en el campo. “Cuando terminé la facultad me fui primero a Inglaterra a trabajar un año para ahorrar y poder hacer el máster de ayuda humanitaria y cooperación internacional en Madrid. Y al acabarlo me volví a marchar a un voluntariado europeo en Bulgaria para trabajar en problemas de trata de personas”, resume sobre los inicios de su formación académica y laboral.

Tras un año en el país balcánico, cruzó el Atlántico para sumergirse en otro proyecto en Ecuador –una parte del tiempo en Quito y otra en Esmeraldas, zona fronteriza–. “Estuve trabajando para ACNUR con refugiados solicitantes de asilo que procedían de Colombia. Y después de tres años y medio quise ver la otra cara de la moneda, así que me fui a Guaviare, donde viví casi cuatro años trabajando en una misión de Naciones Unidas para verificar si el acuerdo de paz con las FARC se estaba cumpliendo por ambas partes”, recuerda una mañana soleada, desde un banco de madera del rural ourensano, en la que reina el silencio.

“Me di cuenta de que llevaba muchos años fuera, trabajando para que la gente estableciera redes comunitarias y en la aldea de la que yo soy está cayendo todo en el abandono”

Empezó a sentir que pesaba más la frustración –por todo lo que no se lograba– que la motivación que requiere (incluso cuando todo sale bien) una labor sacrificada. “Perdí la ilusión tanto en el objetivo del acuerdo de paz como en la propia institución”, afirma con cierta resignación latente aún en la mirada. Así que hizo las maletas y se volvió para aplicar aquí todo lo aprendido allí. “Me di cuenta de que llevaba muchos años fuera, trabajando para que la gente estableciera lazos de unión y redes comunitarias y en la aldea de la que yo soy está cayendo todo en el abandono”, explica.

Esa aldea a la que se refiere es una de las parroquias que conforman el municipio de A Merca y en ella residen unos 35 vecinos. En este pequeño enclave –en el que sus padres tienen una vivienda– compró una casa que reformó y desde diciembre pone en alquiler a través de una plataforma de internet. “No ha parado de venir gente, porque Celanova y Allariz atraen a mucho turismo y no hay alojamiento suficiente. Esto está entre ambos lados y a 20 minutos de Ourense”, aclara.

Conde (izquierda) muestra a los turistas, que este fin de semana se alojaron en la parroquia, el lema de su sacho

Conde (izquierda) muestra a los turistas, que este fin de semana se alojaron en la parroquia, el lema de su sacho

Desde que volvió se volcó en la asociación de vecinos de la parroquia y se retomaron las clases de baile tradicional, mientras en el pueblo de al lado se imparten de pandereta y canto, lo que les permite organizar una gran foliada juntos. Además, forma parte de la asociación de senderismo A Broa –que abarca las parroquias de Corvillón, Entrambosríos, Olás y Zarracós–. De hecho, una de las rutas pasa entre la vivienda que reformó y la capilla del pueblo. Y, de vez en cuando, organizan talleres para niños, como el de elaboración de pan en hornos comunitarios del próximo sábado.

Su vocación no ha desaparecido, solo ha cambiado de forma: “Lo importante es generar vínculos”.

Recuperar el tiempo perdido en la tierra

Alrededor de las viviendas de Entrambosríos hay varias fincas que solo se limpian por obligación normativa. Eso lo empujó, en parte, a formarse en agricultura ecológica –para lo cual está realizando un curso amplio de capacitación–. “Creo que cada vez hay más gente concienciada con el tema del kilómetro 0 y que quieren opciones alternativas a las grandes cadenas de distribución. Al final, comprarle productos ecológicos a Holanda no tiene mucho sentido”, sostiene.

" Igual como sociedad deberíamos dejar de estigmatizar ciertos puestos laborales"

Así que cogió el sacho y comenzó a trabajar unos 3.000 metros cuadrados de fincas cedidas –a las que espera poder ir anexionando otras colindantes con el tiempo–. A la vez, se encuentra inmerso en el proceso burocrático de pedir una ayuda de la Xunta de Galicia para jóvenes que quieren crear empresas agrícolas y es beneficiario de una de las subvenciones que el gobierno autonómico otorga a los emigrantes retornados.

“Me quiero centrar en una huerta ecológica que a corto plazo no estará certificada como tal pero quizás a medio o largo plazo, sí. Mi objetivo es producir para un consumo cercano y poder incluir un invernadero en el futuro. Yo entiendo que hay personas a las que les choca que diga que pretendo vender en mercados o puestos ambulantes, para empezar, por mi trayectoria anterior. Pero igual como sociedad deberíamos dejar de estigmatizar ciertos puestos laborales”, argumenta seguro del horizonte que está perfilando.

Capilla en la parroquia de Entrambosríos (A Merca)

Capilla en la parroquia de Entrambosríos (A Merca) / INAKI OSORIO

Lamenta, dice, haberse descubierto a los 32 años como un “ignorante” de todo lo que atañe al campo (“aunque siempre hay tiempo para aprender”, añade). Y critica, con conocimiento de causa, la “titulitis” imperante.

Sobre su retorno al origen afirma estar en un proceso de adaptación por las grandes diferencias existentes. “El choque cultural es grande porque Latinoamérica es efervescencia pura y los ritmos aquí son más pausados. Sin embargo, me di cuenta de que si prendes una mecha, el entorno se vuelca en ayudarte”, finaliza agradecido a los que se implican en su proyecto.