Solo unos metros distanciaban la reclusión y la vida en libertad. La ciudad estaba tan cerca, pero tan lejos. Ourense late y respira al otro lado de los anchos muros de piedra, que amortiguan el ruido del tráfico, mucho más denso en el exterior. Llega apenas como un rumor a través de las ventanas sin cristales y de los recios barrotes. En 2022 se cumplen 35 años del cierre de la antigua prisión provincial de Ourense, con la inauguración, en mayo de 1987, del centro penitenciario de Pereiro de Aguiar.

Durante más de 150 años estuvo en funcionamiento, desde el siglo XIX. El paso del tiempo y el olvido de las administraciones afectaron al interior y a la estructura del número 45 de la calle Progreso –maleza, techos de escayola que se caen, paredes y escaleras desconchadas, azulejos y vidrios en añicos–, pero el aura permanece.

“Libertad para todos los presos”, reza un mensaje a bolígrafo en la pared de una celda, en la segunda planta. “Salí el 19-11-86”, escribió en diagonal alguien que quiso documentar su caso para siempre. En uno de los aposentos de los reclusos está pintada una silueta que eleva una flor hacia la ventana. En una caligrafía perfecta se lee, justo al lado, el anhelo fundamental de quien termina preso: “Libertad”.

Las pintadas recorren el edificio abandonado de la vieja prisión. Y algunos casi son poemas. BRAIS LORENZO

Durante años, este complejo de sótano, dos alturas y un patio con estructura claustral fue escenario de pintadas, se registraron robos de materiales, ocupaciones y desalojos, y sirvió como un céntrico escondite para el consumo de drogas.

A lo largo de varios mandatos, y con partidos de todos los colores, se sucedieron las promesas para dar un nuevo uso a este edificio, catalogado por Patrimonio por su valor histórico. La vieja cárcel y la instalación aledaña de la Casa de Baños de Outeiro –una obra de Daniel Vázquez-Gulías– son espacios en abandono sobre un manantial mineromedicinal, en el entorno de As Burgas, en el corazón de la ciudad.

Pero la idea de un aprovechamiento vinculado al termalismo parece alejarse. Después de barajar las posibilidades de que la antigua prisión albergara un hotel de lujo, la sede de la UNED o un museo con restaurante y talleres creativos, el alcalde, Gonzalo Pérez Jácome (DO), está decidido: “Vamos a rehabilitar, a poner en valor y a proponer un uso de oficinas, bien sean para el Concello, o bien para la Diputación, mediante un convenio en este último supuesto. El proyecto ya está encargado. El hotel boutique se descarta porque el edificio es pequeño”.

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En el interior de la vieja y olvidada cárcel de Ourense Brais Lorenzo

“Los muros principales se encuentran en perfecto estado para una rehabilitación, que ha de ser integral, y por lo tanto costosa, porque el edificio está machacado por el abandono”

Elvira Carregado - Arquitecta municipal

La vieja cárcel fue proyectada ya en el siglo XVIII pero no se construyó hasta mediado el XIX. Tras el cierre del penal en 1987, una buena parte de la documentación fue remitida al Archivo Histórico Provincial: más de mil libros con expedientes de los reclusos y de la vida carcelaria.

En marzo de 1941, solo había 71 camas y 557 mantas para más de 500 personas. Los jergones solo llegaban para 105 reclusos, y elementos básicos como sábanas, colchas o toallas “constituían artículos de lujo que se restringían para uso en la enfermería”

‘El Quijote’, de Cervantes, ‘Cuentos de Navidad’, de Emilia Pardo Bazán, o los discursos de Ramón Serrano Suñer, el ministro y cuñadísimo del dictador Franco, figuraban entre la relación de obras leídas, en 1940, en una actividad que fue implantada ese año, la “lectura en común”. Era una tarea en grupo de asistencia obligatoria.

Ante la falta de suministros para garantizar la alimentación y las condiciones mínimas de dignidad, los presos de la posguerra dependían de lo que pudieran facilitar sus familias o conocidos en el exterior

En esos tiempos de primera posguerra había escuela, coro, gimnasio o formación religiosa, con el objetivo de reformar a los delincuentes. Pero abundaban los presos políticos, víctimas de la represión, y las condiciones de vida en el penal eran malas.

En el libro ‘Presos e prisións na Galicia de Guerra e Posguerra, 1936-1945’, Domingo Rodríguez Teijeiro, doctor y profesor de Historia Contemporánea en el campus de Ourense de la Universidad de Vigo, señala que, en marzo de 1941, solo había en la cárcel provincial 457 mantas para más de 500 personas.

Los jergones solo llegaban para 105 reclusos, y elementos básicos como sábanas, colchas o toallas “constituían artículos de lujo que se restringían para uso en la enfermería”, dice el experto en el libro. Disponían de 71 camas y únicamente el número de platos superaba al de presos.

El 1 de enero de 1938, con la Guerra Civil en transcurso, se alcanzó la mayor cifra de reclusos del periodo de contienda y de posguerra: 620 personas hacinadas en el edificio de la calle Progreso. El historiador indica en su trabajo que, ante la falta de suministros para garantizar la alimentación y las condiciones mínimas de dignidad, los presos dependían de lo que pudieran facilitar sus familias o conocidos en el exterior.

Aún se conservan algunas puertas enrejadas del antiguo penal. BRAIS LORENZO

“En un contexto de Guerra Civil y de posguerra como aquel, había más presos políticos que comunes”, recuerda Rodríguez Teijeiro, en conversación por teléfono. “En septiembre de 1936 se empieza a montar el sistema penitenciario franquista, que estaba concebido para los presos políticos”.

El experto comparte que, cualquier nuevo uso que se plantee para la antigua prisión, debe tener en cuenta el pasado y la conservación de la memoria. “Mi abuelo estuvo en la prisión y después fue fusilado. Mi tío abuelo también estuvo preso ahí. Es un lugar de memoria para mucha gente que tuvo familiares represaliados”, subraya el historiador.

"Cualquier intervención debe ir ligada a un recordatorio u homenaje de lo que ha significado el edificio en su historia, para que los ciudadanos sean partícipes. Lo ideal sería hacer un estudio del edificio y de su entorno, hacia Progreso y el Barbaña"

Rafael Castro - Presidente de la delegación en Ourense del Colegio de Arquitectos de Galicia

Al igual que la vieja cárcel de Lugo, convertida en centro sociocultural, o el MARCO de Vigo, que es un museo, aprovechar un edificio que se concibió como prisión contribuirá a “visibilizarlo y resignificarlo como un espacio de memoria histórica. Lo primero es conservar la propia estructura del edificio”, añade Rodríguez Teijeiro.

Desde el patio la maleza se abre camino en la antigua prisión. BRAIS LORENZO

Intramuros se vivieron historias sin libertad desde el siglo XIX hasta la primera fase de la España democrática. En esta prisión estuvo recluido el cantautor Suso Vaamonde. Después de ser condenado por injurias a la patria durante un recital antinuclear en 1979 en Pontevedra, se exilió en Venezuela y, a su regreso, pasó 46 días entre rejas, en 1984. Fue considerado el primer preso político de la democracia, hasta que recibió el indulto del Consejo de Ministros. Tras recuperar la libertad, Vaamonde ofreció un recital en la cárcel donde había estado recluido.

“Cualquier intervención debe ir ligada a un recordatorio u homenaje de lo que ha significado el edificio a lo largo de la historia, para que los ciudadanos sean partícipes. Lo ideal sería hacer un estudio del edificio y de su entorno, no solo hacia Progreso sino hacia el Barbaña. Hay mucho espacio que dignificar y convendría estudiar cómo conectar con el río y el paseo”, considera Rafael Castro, el presidente de la delegación en Ourense del Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia.

Este especialista se muestra partidario de aprovechar la antigua prisión como un complejo público. “Lo ideal es que siga siendo de todos”, defiende. “Por su situación y por la propia configuración del edificio, parece más apropiado un uso administrativo que como hotel termal, ya que es un edificio muy cerrado en sí mismo, con grandes muros, y que además está muy limitado en cuanto a vistas e iluminación exterior. Probablemente tenga más cabida un uso administrativo que uno privativo”, cree Castro.

El patio de estilo claustral de la antigua cárcel de Ourense. BRAIS LORENZO

En el plan urbanístico del año 2003, la vieja cárcel aparecía catalogada con una protección elevada. “Los muros principales se encuentran en perfecto estado para una rehabilitación, que ha de ser integral, y por lo tanto costosa, porque el edificio está machacado por el abandono”, resalta Elvira Carregado, arquitecta municipal. “Entiendo que la estructura de cubierta del edificio es necesario cambiarla íntegramente”, añade. Unas bandejas y una malla evitan la caída a la calle de tejas u otros elementos.

“Excepto para una obra que implicase un vaciado absoluto, el edificio de la vieja prisión podría servir perfectamente para cualquiera de los usos que se plantean”, considera esta experta. “Tiene una distribución muy interesante alrededor de un patio, que entiendo que no se podría colmatar. La distribución es claustral y con muchos espacios subdivididos, válida para un uso administrativo. Para un uso museístico sería un poco más complicado, pero no imposible, y para un hotel termal también sería factible, aunque no hay demasiado espacio”.

La puerta de Progreso se abre casi sin ruido y la luz ahuyenta las tinieblas del vestíbulo. En la planta baja estaban los locutorios para las visitas, una sala de cacheos y el área administrativa. El despacho del director, revestido con madera hasta la mitad de la pared, recuerda a una pequeña iglesia.

En la planta baja estaba el área administrativa. BRAIS LORENZO

En la planta baja, donde escasea la luz, funcionaban la cocina, el comedor y la lavandería. En la segunda altura del viejo penal, escayola y cerámico en mil pedazos inundan los pasillos, y las puertas de las celdas ya no existen, como si los últimos reclusos se hubieran marchado con ellas para que nadie sufriera lo mismo. “Amor de madre”, se lee en otro mensaje a bolígrafo.

El patio interior, desde donde la maleza extiende sus tentáculos, recuerda a un monasterio con sus deambulatorios. Los pasillos llevan al cuarto del pedagogo, a la enfermería, a la barbería, a la biblioteca y a la sala de televisión, donde un grafiti de unos 4 metros grita en varios colores, en medio del silencio del olvido.