Opinión | Crónica Política

Los pretorianos

De repente, y a juzgar por lo que escriben plumas de notoriedad indiscutible, en el seno del PSOE han descubierto que existe el riesgo de que por la concentración de autoridad en el presidente Sánchez el edificio socialista se derrumbe. Otros dicen que el peligro deviene de la ausencia de cargos intermedios que, con criterio propio, sirvan par a reforzar las estructuras y en caso necesario formar candidaturas de futuro. Todo ello surge como consecuencia de las reflexiones que ha provocado el “retiro espiritual” de don Pedro. Aunque casi nadie cree de verdad en los pronósticos de ruina, todos coinciden en que no se puede descartar una vía en construcción hacia la autocracia. Y no hace falta para verlo que hable Alfonso Guerra.

Hoy en día, casi nadie con cierto peso en el escalafón político del país duda, no solo de que el retiro del líder, aunque temporal, apenas disimulase la jugada de estrategia que en el fondo buscaba. Y nada serio, evita –al menos de forma casi reservada– una reflexión sobre el futuro mediato de un partido que está al borde de cumplir siglo y medio de vida. Del mismo modo que una parte nada desdeñable de la militancia considera que la concentración de poder y decisión en una sola persona recuerda tiempos pasados, aunque se disfrace de democracia consolidada –cuanto precede es, por supuesto, un punto de vista particular, pero por más que se descalifique por la guardia de corps de Moncloa todo hace indicar que si no es así es algo muy parecido–.

El refranero español afirma que “para muestra basta un botón”. Si es así, sería suficiente lo que la simple vista revela en cuanto a las amenazas que acechan al principal de los partidos de gobierno. Pueden considerarse anécdotas, pero son tan significativas que apuntan en la dirección que los más serios observadores advierten . El nombramiento, a dedo, sin consultar ni respetar las decisiones de las asambleas locales y provinciales, de los candidatos a las elecciones europeas, está provocando rugidos en la sentina del barco de Ferraz. En Galicia, por ejemplo, se han pasado por alto –o por lo bajo– la voluntad de la principal agrupación del PSOE, que es la de Vigo: Gonzalo Caballero, designado desde allí para integrar la lista, fue políticamente decapitado por orden directa del mando en Ferraz.

Otro ejemplo es el de Leire Pajín, impuesta por el extinto –electoralmente hablando, claro– Rodríguez Zapatero. La exministra abre un nuevo sistema de puertas giratorias que, más que beneficiar al partido y a su electorado, le dan a la dama un margen muy cómodo para disfrutar de la vida, también de la política. A costa de la voluntad de sus compañeros y con el sistema digital que hoy es el único que se aplica entre las antaño filas socialdemócratas. Por ahora, no hay motines, porque el César, rodeado de sus pretorianos, impone los nombres y el orden de las listas. Pero corre el riesgo de que lleguen para ellos los idus de marzo –en este caso de junio– sin que nadie ose jugar el papel del ciego romano que advertía sobre esa fecha como dato mortal.

Todo ello, que también se da en los demás partidos –la ingenuidad, por una vez, debe plegarse a la realidad– plantea una vieja cuestión: la de si hay o no democracia interna en las fuerzas políticas que se disputan el poder. Parece claro que tal cosa no existe, especialmente en el PSOE de hoy, por lo que la lógica indica que cuando Pedro Sánchez habla se regeneración democrática tendría que empezar por aplicarlo a su propia organización. Claro que, para eso, su señoría tendría que dejar a un lado las ideas que envilecen un sistema, como por ejemplo acusar a sus adversarios de crear maquinas de fango olvidando que aquí empezó el lodazal cuando el hoy presidente utilizó una falsedad para mover una censura, inventó lo del “no es no” a toda costa, predicó la anticorrupción sin cumplir ni uno solo de los preceptos y en definitiva descalificó como “ultras” o “fascistas” a todos los que le llevaban la contraria. Habitualmente rodeado de pretorianos, con buen sueldo, don Pedro parece haberse acostumbrado a una sola frase cuando le habla alguien: “ Ave, César”, y a otra cosa mariposa.

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