Opinión | DESDE MI ATALAYA

Aniversario de Don Serafín Tubío Costa

El próximo día 29, (viernes santo), se cumplen 119 años de la muerte de un sacerdote ejemplar, don Serafín Tubio Costa, nacido en el lugar de Rubieiro, parroquia de Herbolo, ayuntamiento de Rois, (Padrón), el 3 febrero de 1.872, y murió en Marín el 19 de marzo de 1905, a la temprana edad de treinta y tres años, víctima de una rápida y cruel enfermedad, contraída en el transcurso de su prodigiosa actividad, en la misión social que se le había encomendado.

Han pasado muchos años, pero la memoria de su personalidad vigorosa, sugestiva, verdaderamente cautivadora, no desaparecerá, en el recuerdo de nuestros padres, y de los marinenses de aquella época, y de cuantos lo conocieron, que la mantuvieron a lo largo de los años, aureolada por su sublime holocausto, en aras de la Verdad y el Bien. No fue marinense de nacimiento, pero consagró su vida entera a desarrollar un fecundo apostolado en nuestra Villa, especialmente dirigida a los humildes, con ansias de hermandad, justicia y redención.

Sacerdote de celo evangélico, trabajador incansable en la viña del señor, aceptó nuestra Villa como campo propicio para ejercitar su vocación, elegido para combatir la naciente heterodoxia, que amenazaba con romper entre los nosotros la unidad de la Fé. Fue un apóstol de la verdad, frente a la cobardía de fariseos y acomodaticios. Pero fue, sin miramientos ni compromisos, el valedor de la justicia frente a los turbios intereses de los que hacían de su egoísmo la única norma de derecho. Pero sobre todo fue, también, el amigo de los pobres con quienes compartió en todo momento, con sana alegría, su necesidad y pobreza. Y que, a pesar de esto, o quizás por ello, fue el blanco de toda clase de agravios y ultrajes, que supo soportar con admirable mansedumbre, apareciendo a la vista del mundo, como un mártir de la humana ingratitud.

Su luminoso magisterio profesado en el púlpito, en la escuela y en la prensa, estuvo siempre apoyado por el ejemplo de una vida al servicio del prójimo. Su encendida palabra, cautivaba los corazones, sus artículos publicados en el semanario “El Bien”, que dirigió toda su vida, llevó el aliento de la Fe y la Luz de la verdad, al pueblo católico, conservando puras y limpias las seculares creencias, de los marinenses. Como centro de su ingente obra, dirigió el “Patronato Católico”, institución coordinadora de las múltiples actividades de su plan de promoción social, cultural y religiosa de los marinenses, que abarcaba, no solo la escuela primaria completa y gratuita para niños, sino también, la escuela nocturna para adultos con deseo de ampliar su formación elemental, y la escuela dominical, para quienes, las obligaciones laborales, le impedían atender su instrucción durante las horas de trabajo. Brilló como un gran educador, tratando de favorecer el pleno desenvolvimiento de la personalidad del educando, mediante la atención a su desarrollo físico, practicando las actividades deportivas. Cultivaba también, las aptitudes dramáticas de los alumnos por medio de un cuadro escolar y las musicales con la organización de una Agrupación Coral, que llegó a merecer grandes elogios. Incluso mantenía una Biblioteca pública, para fomentar la lectura. Escritor brillante, ágil polemista y esforzado paladín del catolicismo, y como tal, discutido y admirado, aplaudido y sacrificado. Su corta, pero abundosa y fecunda labor educativa, dejó huella en la formación de las generaciones de nuestros padres.

Los que fueron sus discípulos de este singular apóstol de la educación marinense, quisieron perpetuar su recuerdo, dejando sentencia del Libro de la Sabiduría, que resume maravillosamente, el sentido de una vida corta, pero aprovechada al máximo para la eternidad: “Consumatus in brevi, explevit tempora multa” (“Llegado a la perfección en poco tiempo, vivió una larga vida”), gravada en su tumba del cementerio de Marín. Con este comentario, en recuerdo de tan querido marinense, creo cumplir, con el compromiso moral con nuestro padre y con todos los padres que fueron sus discípulos, con la finalidad de que su recuerdo, tal como ellos querían, permanezca entre los marinense.