El correo americano

Ellos y nosotros

Xabier Fole

Xabier Fole

Unas declaraciones de Trump sobre inmigración provocaron revuelo. No parece que esto merezca la categoría de noticia. Pensábamos que ya había quedado claro lo que piensa el expresidente de EE UU sobre el asunto (o, más bien, cómo lo ha usado demagógicamente). Pero estos días, durante un mitin en New Hampshire, el ahora candidato republicano pronunció una frase que también se puede leer en Mein Kampf, el panfleto de Hitler, y algunos volvieron a plantear un ejercicio de retórica comparada. El fascismo de ayer y el fascismo de hoy.

Trump dijo que “ellos están envenenando la sangre de nuestro país”. “Ellos” serían los inmigrantes, que vienen “no sólo de Sudamérica, de esos tres o cuatro países que estamos pensando, sino de todo el mundo, de África, de Asia”. Lo del veneno pertenece al Führer en alusión a los judíos; el resto es producción propia. Lo novedoso en este caso es que en el extracto del discurso es imposible encontrar un sujeto específico. Entendemos que “ellos” son inmigrantes ilegales porque proceden de otros países y no traen nada bueno. Esto Trump lo lleva diciendo mucho tiempo de maneras muy diversas e igual de peligrosas. Pero “ellos” pueden ser también los inmigrantes legales o cualquiera que no se ajuste a su definición de estadounidense. La deshumanización sigue siendo la misma, por supuesto. Pero si el problema ya ni siquiera se sitúa en el ámbito de lo legal, estamos hablando abiertamente de un tema identitario.

Esta confusión se refleja en cómo la prensa reprodujo la cita. Unos medios (Politico, The Guardian, NBC, People, The New York Times, ABC News) llevaban en sus titulares el ataque de Trump a los inmigrantes en general (o la arenga “anti-inmigrante”), mientras que otros (Washington Post, C-SPAN, Business Insider) especificaban “indocumentados” o “ilegales”. Bien es verdad que luego Trump en las redes sociales relacionó concretamente la “inmigración ilegal” con el envenenamiento de la sangre nacional. Pero en su alocución mantuvo la ambigüedad del pronombre (they). El “ellos” surge en el discurso tras un comentario jocoso sobre lo bien que a él le había ido en la vida, sin una introducción previa que despejara las dudas sobre las identidades de esas hordas extranjeras que amenazan con destruir la raza.

De ese modo, los espectadores sólo podían deducir a quiénes se refería el orador basándose en lo que este había manifestado en público hasta entonces. Trump animó a sus seguidores a que expandieran sus horizontes, que fueran un poco más allá del mexicano que cruza la frontera, advirtiéndoles de que el peligro (el veneno) se origina también en otros rincones del planeta alejados de su América grande.

En el Partido Republicano hay tres clases de personas. Los que celebran esas afirmaciones, los que las justifican y los que las ignoran. En este último grupo está el senador Lindsey Graham, quien dijo que el lenguaje carece de relevancia mientras se hagan las cosas bien. Y para él Trump hizo un buen trabajo con la inmigración. “No me puede importar menos”. Pero todo comienza con el lenguaje. Incluso cuando se emplea por oportunismo electoral. La metáfora del veneno se puede interpretar de muchas maneras, aunque todas ellas desembocan en el mismo fango populista: los culpables son ellos.

A Graham no le molesta ese discurso porque no se siente aludido. Es la misma cobardía de otros tiempos, esa que ahora, una vez conocidas las consecuencias de las palabras, nos resulta tan incomprensible. Porque “ellos” suelen ser los primeros de una larga lista a la que luego se añaden todos los que no comparten esa visión excluyente de la nación. Hasta que ellos seamos nosotros.

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