el correo americano

Realismo

Cuando los telespectadores quieren saberlo todo

Xabier Fole

Xabier Fole

En un episodio de la última temporada de The Kardashians (Hulu), Kim y Khloé comentan las críticas que el reality está recibiendo. La gente se queja de que ocultan cosas a la audiencia. Y la audiencia quiere saberlo todo. Kim, indignada, argumenta que ya no son unas niñas para mostrar lo que mostraban hace unos años. Khloé, por su parte, alega que ella cuenta aspectos muy íntimos de su vida, como el cáncer de piel que le detectaron en su cara. De todo eso hablan en el programa. Pero los espectadores quieren más.

La conversación deriva en una suerte de ‘metareality’; en el show se analiza el show. Incluso se preguntan por qué merece la pena hacerlo, su tiene sentido exponerse de ese modo, para tener que aguantar el berrinche de espectadores insaciables. Las Kardashian (ahora son 6, incluyendo a la madre) comenzaron a explorar el género de la telerrealidad en 2007, cuando se estrenó el primer episodio de Keeping Up with the Kardashians; llevan más de 15 años compartiendo sus vidas personales con los televidentes. Lo que entonces era una apuesta de la televisión por cable ahora es un producto consolidado de una plataforma de streaming. Y eso se nota. En el estilo del programa, en su valor de producción, en la experiencia de los protagonistas (tanto en sus entrevistas como en sus apariciones delante de las cámaras) y en el contenido, mucho más pulido y controlado.

“Quizás necesitan más escándalo, más sordidez, más malicia; lo que hallan ahora en el realismo sucio de la política”

Antes había que darse a conocer. Pero ahora ya son más que conocidas. Especialmente Kim. Ella hace el monólogo de Saturday Night Live (y muy bien, por cierto), posa para la portada de la revista Sports Illustrated, acompaña a sus hermanas a los desfiles de modelos, viaja por Europa, come en restaurantes de lujo, va de compras y organiza campañas para sacar a los presos del corredor de la muerte. Es una celebridad que vende su marca. Pero también una mujer con mucha influencia. Por eso el reality se ha complejizado. Porque ya no es estrictamente un reality, sino una empresa más de su negocio, un publirreportaje con algo de drama, de comedia, de crónica familiar.

Es curioso observar la evolución de algunos productos televisivos. La televisión suele ejercer de espejo distorsionador de la sociedad; amplifica los excesos, trafica con las emociones, construye monstruos y luego los destruye. Pero no deja de ser un espejo. Aguantar tantos años en este medio de comunicación denota talento e inteligencia, capacidad de supervivencia y reinvención. Y también, sí, algo de madurez.

Kim, que es una businesswoman muy astuta y eficaz, ya no tiene que demostrar nada. Tiene un público que la sigue vaya a donde vaya. Sus proyectos empresariales resultan exitosos (“todo lo que toca se convierte en oro”, dijo la revista Fortune). Se codea con humoristas, músicos, actores. Hasta presionó a Trump para que firmase la reforma del sistema penitenciario. Las Kardashian exhiben sus intimidades y quehaceres con naturalidad; se emocionan, se pelean, se reconcilian, aparecen colocadas de marihuaha (medicinal), relatan cómo sus novios las traicionan, bromean sobre sus relaciones sexuales... Incluso analizan los resultados de sus biopsias. Algunos espectadores, al parecer, piensan que no es suficiente. Quizás necesitan más escándalo, más sordidez, más malicia. Lo que encuentran ahora en el realismo sucio de la política.