Emprendedores
Hace todavía pocos años la palabra “emprendedor” rezumaba positividad. Tenía algo de empresario schumpeteriano, como se llamaba (quizás malinterpretando a Schumpeter) al que se veía recompensado sobre todo con el hecho mismo de crear una empresa. De entonces acá, ese prestigio ha ido decayendo. La inflación de emprendedores de profesión, demasiado arrimados a las ayudas públicas –y entre los que, junto a mucha gente con verdadera vocación de emprender, hay cierto porcentaje de cantamañanas–, la insuficiente medición del riesgo, la crisis de las “startup” y a veces la mayor proporción de pavoneo que de sacrificio han desacreditado el rótulo. El “nuevo empresario” de toda la vida, que buscaba ante todo ganar dinero (y a ser posible hacerse rico), se quemaba las pestañas para lograrlo y sufría cada día horrores con el riesgo pero a la vez lo disfrutaba, al final suele resultar más fiable.
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