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Torcuato Ulloa, el cronista social más fino y mordaz

El notable periodista dictó la moda en su tiempo, con agudas observaciones sobre el garbo y vestir del elenco femenino

Torcuato Ulloa, todo un caballero de estampa decimonónica, visto por Manuel Quiroga.

Valle Inclán admiró su facilidad de escritura y su dominio de la sátira. Prudencio Landín lo reconoció como maestro insuperable. Torrente Ballester se declaró un deudor suyo y, en pago, inmortalizo su recuerdo en “La Saga-Fuga de J.B.”…. A su fallecimiento en 1946, Gerardo Gasset dijo que representó la encarnación misma del espíritu de Pontevedra.

Torcuato Ulloa, el cronista social más fino y mordaz

Torcuato Ulloa Varela no tuvo rival en esta pequeña ciudad de finales del siglo XIX como cronista de sociedad en sus registros más diversos, mayormente por su finura, pero también por su mordacidad cuando resultó menester.

No obstante, fue mucho más que el Jaime Peñafiel o el Josemi R. Sieiro de su tiempo -salvando las distancias en favor suyo, naturalmente-, tal y como certifica su larga trayectoria periodística de colaborador y redactor (La Voz de Helenes y Diario de Pontevedra), de director (Galicia Cómica) y fundador (El Noticiero Gallego), amén de corresponsal de La Vanguardia, de Barcelona, y El Imparcial, de Madrid. También fue promotor de notables iniciativas culturales y benéficas, sin descuidar nunca su condición bien ganada de probo funcionario en las delegaciones de Fomento y Hacienda.

“Un caballero de estampa decimonónica, flaco y esbelto, chambergo de alas anchas para saludar con distinción, quevedos sobre nariz lanzada, que por nudo de corbata usa un anillo de oro y jamás prescinde de bastón de puño de plata”. Así retrató Amancio Landín con suma perspicacia a Torcuato Ulloa.

Su actividad periodística como agudo observador del elenco femenino más distinguido de la sociedad pontevedresa empezó como por casualidad en la Crónica de Pontevedra, proclamado “diario político” en su cabecera. Él dejó claro que nunca entraría en tales menesteres porque “la política me parece algo así como una plancha de hierro candente que abrasa la mano que la toca”.

Torcuato Ulloa tuvo a su cargo el repaso semanal de lo acontecido en esta ciudad durante los últimos siete días. Poco a poco, saltó a la crítica teatral o musical y, finalmente, terminó en la crónica de sociedad. Sobre todo, no se perdía un baile del Liceo Casino y allí pasaba minuciosa revista a la vestimenta y el garbo de señoras y señoritas de las mejores familias.

Prudencio Landín dio fe que “en Pontevedra no se registraba un baile sin la consiguiente exquisita crónica que, en los últimos sesenta y cinco años, corría a cargo de Torcuato Ulloa, maestro admirable en este difícil arte donde había que sortear tantas dificultades y salvar no pocas susceptibilidades femeninas”.

En efecto, resultaba bien sabido en aquel tiempo que no había dama qué al día siguiente del sarao de turno, no acudiese rauda y veloz a leer la opinión autorizada de don Torcuato sobre su aspecto, compostura o vestimenta. Además del Liceo Casino, frecuentaba Ulloa como invitado especial las veladas más distinguidas y animadas de las casas señoriales.

Habitualmente, Ulloa se deshacía en delicados cumplidos y elogios garbosos: “la angelical Lola Montero Ríos y su hermana Eugenia, de seductora figura”, “la flor de nardo que era Carmen Munaiz”, “la belleza netamente española de Asunción Fontán”, “la marquesa de Alhucemas, aquel fino espíritu aristocrático”, “la condesa viuda de Bugallal, un dechado de ingenio”.

Aquella galanura habitual no estaba reñida con una vena caustica; especialmente cuando existía por medio una cierta provocación. Muy celebrado resultó su episodio carnavalesco con una conocida maestra dotada de unos pechos considerables. “Vengo vestida de colegiala de San Luís”, dijo la profesora en tono ingenuo al tropezarse en el baile con don Torcuato, a lo que este replicó con malicia: “Los mapamundis que traes puestos son del colegio, ¿verdad?”.

Como buen amigo de Perfecto Feijóo, levantó Ulloa acta cuasi notarial de quienes pasaron en alguna ocasión por “la tertulia más extensa, popular y renombrada de Galicia y fuera de ella; porque sus anécdotas, iniciativas, humorismos y originalidades eran propagadas por cuantos en algún momento ocuparon aquel incómodo banco de piedra con el regalo y deleite con que se arrellenarían en una regia poltrona”.

Aquella crónica impagable recogió un buen número de nombres bien conocidos, tanto de ellas como de ellos. Y en un caso particular, don Torcuato realizó un paralelismo vitriólico entre la esposa del dramaturgo José Echegaray y su hermana, viuda de Canedo, ambas conocedoras de la botica de la Peregrina. Mientras que calificó con rotundidad a aquella de “olímpica hermosura”, retrató a esta como “de belleza matronil y gracia un tanto borbónica”. O sea, le llamó fea, fea como si tal cosa, aunque de forma elegante.

Tanto sus singulares descripciones, como sus escogidos adjetivos, cotizaban muy alto en aquella peculiar bolsa social

Una breve estancia en París durante su adolescencia dejó al joven Ulloa un gratísimo recuerdo, que luego cultivó con sus visitas frecuentes a la biblioteca-estudio de Jesús Muruais en la plaza de Méndez Núñez. De las revistas parisinas que recibía en su peculiar gabinete el citado profesor, “encontró sugestiones felices Torcuato Ulloa para sus crónicas de sociedad, para su fecunda labor periodística de crítica literaria y teatral, y para sus “ecos de la moda” que, firmados con seudónimo de Franc Rojo, reproducían los principales diarios cortesanos”, según recordó Prudencio Landín.

La estupenda revista Galicia Moderna incluyó una sección de Ulloa titulada Mujerío, donde recreaba la foto de una bailarina o artista de teatros y cafés-conciertos de la capital francesa. La Bella Otero inauguró la sección y de ella dijo que “sabe inspirar pasiones como incendios”.

Cleo de Mérode, Liane de Pongy, La Tortajada….Sobre Mademoiselle Lepinoy dio rienda suelta don Torcuato a la pluma y plasmó así su bello retrato: “joven y hermosa presa codiciada de sensualidad astuta, golosina ansiada por tantos apetitos, acechada por tantas concupiscencias…Carne cristiana arrojada a las voracidades del circo sobre la escena de París”. Hoy no podría escribir tal cosa ningún afamado cronista, so pena de escarnio público.

Amancio Landín, que tuvo mucha ley a Ulloa, le atribuyó el agudo vaticinio de que las damas, “habida cuenta de la creciente reducción que empezaban a aplicar en sus prendas interiores, terminarían por cubrir sus rincones más púdicos con un sello de correos”. Nada descaminado anduvo.

Un baile de la Peregrina

Durante el baile de la Peregrina de 1886, el temido cronista llegó a tomar hasta un centenar de notas al vuelo sobre otras tantas señoras y señoritas presentes, que luego retrató con su puntillosidad característica. Especialmente a las vestimentas más llamativas de las jóvenes dedicó sus atinadas menciones. “María Riestra, tul crudo sobre azul y ricamente prendida; Eugenia Méndez Núñez, gasa heliotropo con blonda blanca Gran Duquesa; Victoria Garza, de arpillera color crema y adornada con lazos y aplicaciones azules; Carmen Malvar, traje rosa tenue con crema y grupos de flores…” En algún que otro caso como, por ejemplo, la señorita Peregrina Rodríguez, su descripción fue más precisa: “traje de encaje de Inglaterra marfil sobre falda y chaqueta surah brochado y guarnecido de perlas y cabos rosa”. El color negro prevaleció entre “las de Gastañaduy, Sampedro, Garza, Ruza, Escalada, Feijóo, Osorio, Urrabieta, Posada y la señora viuda de Riestra”. Ulloa no pasó por alto los efectos del calor y el baile, que causaron ciertos estragos. “Las damas -apuntilló- tenían que acudir al tocador con frecuencia para reparar los desperfectos ocasionados en sus espolvoreados rostros”.

El homenaje de Landín

Prudencio Landín rindió un singular homenaje a don Torcuato tres años después de su muerte: la inclusión de una crónica suya en el primer tomo recopilatorio de trabajos periodísticos propios, que publico en 1949 bajo el título genérico “De mi viejo carnet”. Esa circunstancia pasa desapercibida si el lector no depara en el asterisco ubicado junto al título, que remite a un pie de página final, en donde justifica el motivo de tal excepción, que no volvió a repetir en los otros dos volúmenes que compusieron aquella magnífica trilogía. Don Prudenció explicó su intención de dedicar una crónica suya a honrar la tertulia de la farmacia de Perfecto Feijóo con motivo del anunciado derribo del inmueble frente a la Peregrina en 1946. Pero Ulloa se anticipó a tal propósito con una rememoración publicada en la revista Finisterre, que Landín consideró insuperable. “Nadie como él -escribió- podría hacer con tan exacto colorido su semblanza”. Do modo que don Prudencio la hizo suya sin ningún miramiento, admitiendo que no habría tenido ningún inconveniente en firmarla como propia. El destino quiso que “El banco de la botica de la Peregrina” fuera la última crónica escrita por don Torcuato, que falleció pocas semanas después.

Un benefactor incansable

El profundo sentido altruista de don Torcuato quedó de manifiesto en la fundación y puesta en marcha de dos instituciones pontevedresas tan significadas como la Cocina Económica y la Sociedad Económica de Amigos del País, aunque no fueron las únicas que contaron con su respaldo sin reserva. El noble y general movimiento de espíritu crítico que inspiró el nacimiento de la Sociedad Económica enseguida dio paso a un objetivo principalmente centrado en la organización e impartición de enseñanzas básicas para adultos, tanto hombres como mujeres. En dicha tarea resultó insustituible Ulloa, que trabajó siempre con la misma implicación y dedicación, independientemente de los distintos presidentes y las juntas que rigieron la entidad benéfica. Don Torcuato cumplió nada menos que treinta años como secretario sempiterno de aquellas escuelas de instrucción primaria y carácter gratuito. Dibujo en distintas modalidades, corte y confección, solfeo y piano, y hasta francés, estuvieron al alcance de la clase obrera en un local cedido por el marqués de Riestra. Por su labor impagable en la Sociedad Económica de Amigos del País, recibió una preciada distinción: la Gran Cruz de Alfonso XII.

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