Opinión

Jorge Álvarez Yágüez*

Los males en el Antropoceno

Existe un aprendizaje social o colectivo de los acontecimientos que se viven, y este depende en buena medida de cómo los percibimos, del relato que nos contamos acerca de los mismos, de cómo los recordamos. Podemos aprender como sociedad de la insólita pandemia que estamos sufriendo. Y por eso es muy importante que no la entendamos como una especie de accidente procedente de algo exterior y ajeno a nosotros, como si este mal procediera de un afuera, una Naturaleza concebida como lo que está frente a nosotros, como sí no formáramos parte de ella, como algo ajeno a la Cultura. Hace ya mucho tiempo que no cabe hablar de la naturaleza con independencia del ser humano; el ser humano es natural y la naturaleza ha sido humanizada.

Esto es mas cierto, si cabe, cuando de lo que hablamos es de una enfermedad, de una pandemia. No se da aquí algo así como un Virus-en-sí, todo él naturaleza, que opera como causa externa y produce un efecto sobre nosotros. Estamos ante un complejo inextricable de naturaleza y artificio. Pero no porque pensemos que el virus es un artefacto; en absoluto, todo descarta la posibilidad de que sea una construcción. Por lo que sabemos de su genoma no es en nada obra nuestra. Su comportamiento, sin embargo, el daño que causa, ya no puede ser interpretado como meramente “natural”. Hay que tener en cuenta que es un virus que terminó por ser de afección humana, que infecta a humanos, debido a un proceso de zoonosis, esto es, de paso de animal a humano; y justamente ese proceso está motivado por características de nuestra forma de explotación del mundo: la invasión progresiva de ecosistemas hasta ahora apartados y que se mantenían fuera de nuestro impacto, la reducción de la biodiversidad y destrucción de los ecosistemas (que tienen como uno de sus beneficios el servirnos de protección frente a esos procesos zoonóticos,) y un modo de explotación agropecuaria que facilita la transmisión vírica entre animales y actúa como reservorio. Esa forma de relación con la naturaleza, ese metabolismo de nuestra civilización con ella, explica que estos procesos zoonóticos se hayan incrementado; es suficientemente significativa la serie siguiente: Ébola, 1976, Sars-1, 2002, Mers, 2012, Sars-2, 2019.

Hemos entrado en esa era en que se testimonia nuestro impacto geológico como especie

Además, no podemos considerar lo relativo a este virus como meramente natural por algo casi obvio: el virus no es en sí mismo mas o menos letal o dañino, lo es en función de nuestra vulnerabilidad, esto es, en función de las condiciones del sujeto afectado. Según sean nuestra misma salud, nuestras estructuras sanitarias, nuestra composición demográfica, nuestra estructura social, información, disciplina y responsabilidad, etc., la capacidad infectiva del virus, de contagio, su letalidad es una u otra.

Estamos, por tanto, ante un complejo de natura y cultura, no ante un accidente semejante al de un meteorito que hubiera chocado con nuestro planeta. Nuestra carga de responsabilidad es, pues, máxima ya que no reside solamente en la respuesta que demos a este mal, de manera eficiente, solidaria o no. Nuestra responsabilidad se refiere también a la causa misma, y no solo a su nivel de daño. Que el virus se convirtiera en virus de afección humana, y que adquiriera este nivel de letalidad y daño es debido también a cómo hemos actuado en el pasado, en lo referente a nuestras estructuras económicas, sociales y de protección.

Ya no podemos actuar conforme al viejo esquema estoico que nos planteaba que no somos, en realidad, responsables de lo que nos afecta, sino de cómo reaccionamos ante lo que nos afecta. Aquí ya eso que nos pasa o afecta es debido a acciones nuestras, a un modo de instalarnos frente a la naturaleza, de construir nuestro mundo.

Si lo observamos con perspectiva, veremos que esta es ya una característica que empieza a diferenciar un momento civilizatorio. La mayor parte de nuestros grandes males no se deben a algo externo, a una naturaleza ajena, sino que son males en gran parte humanos, o en los que la intervención humana ha sido mediadora. En esto consiste lo que Beck y Giddens denominaban

Segunda Modernidad. Hoy nos enfrentamos a nosotros mismos, a efectos de nuestras acciones. Hemos entrado en el Antropoceno, en esa era en que se testimonia nuestro impacto geológico como especie. Ya muy poco de lo que ocurre puede ser considerado como ajeno estrictamente a nuestras conducta. Por doquiera que miremos no encontramos sino nuestras propias huellas.

*Doctor en Filosofía

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