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Rosais 2

Porque aún quedan minutos inevitables, vi esta semana "The night of" (Steven Zaillian, 2016). En el último capítulo, el protagonista le pregunta a su protector en la cárcel por qué razón le ayuda, y él responde: "Eres especial Nash, un espécimen único, y el hecho de protegerte es como poseer algo que no tiene nadie más, es como, no sé, ¡tener un unicornio! Cómo no iba a cuidar de ti, qué clase de individuo crees que soy".

Hace un par de días fui al acto de graduación de segundo de bachillerato de Rosais 2, en el teatro García Barbón. Ciento veinte chavales de dieciocho años entre los que estaba mi hija mayor.

Me vi allí sentada, rodeada del resto de familias y supongo que habría resultado lógico emocionarme, recordar lo pequeña que era hace nada y lo mayor que aparentaba ahora, con tacones y rímel. Pensar en su futuro, o en el mío sin ella en casa, pero no ocurrió así. Mi pensamiento se fue, de forma muy adolescente, a intentar encontrar entre esos 120 a los que hubiesen sido mis amigos si la que tuviera 18 años fuese yo.

Y lo cierto es que los localicé en los primeros minutos del acto, tan pronto como entraron en el teatro, en fila de a dos, encabezados por la banda de gaitas.

Tal vez por su manera de caminar, de inclinar la cabeza, de aparentar distancia o quizás porque tengo un detector de especiales, quién sabe. Cosas que no se explican porque simplemente son otra historia.

El resto del acto me dediqué a seguirles con la mirada, con la intención de confirmar que mi elección inicial era correcta, y lo confirmé. En la entrega de diplomas, cuando decían el grado que cada uno proyectaba cursar, sólo uno de 120 quería ser piloto, sólo uno arquitecto y sólo uno veterinario. Justo los tres que para mí ya se habían diferenciado desde el principio.

Esa manera en la que algunas personas transmiten que son especiales, distintas, que no les importa. Esa que te haría elegirlos entre mil opciones, esa que te llevaría a exclamar: ¡cómo no iba a querer ser tu amigo, qué clase de individuo crees que soy!

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