El próximo día 22 se cumplen ciento ochenta años del nacimiento de Rosalía de Castro, la figura más universal de las letras gallegas. A lo largo de todo este tiempo a Rosalía se le han tributado por la geografía gallega infinitos homenajes de todo tipo. Entre todos ellos uno de los más perdurables son las evocaciones en piedra y bronce, esculturas, que con el paso del tiempo se han ido convirtiendo en hitos de gratitud y admiración hacia la poetisa en nuestros espacios públicos.

El primer monumento que se dedica a la escritora se inaugura en Santiago en 1917 con motivo del ochenta aniversario de su nacimiento, a partir de esa fecha se han erigido cerca de una veintena. Todas las provincias gallegas, excepto Ourense, han levantado algún monumento en honor de la escritora, pero además de Galicia también Oporto (Portugal), Cornellá de Llobregat (Barcelona), Barakaldo (Vizcaya), Montevideo (Uruguay) o Buenos Aires y Rosario (Argentina) le han rendido homenaje en sus parques y jardines.

Al tratarse de un número tan elevado de obras es comprensible que nos encontramos con diferentes materiales, escalas, estilos y calidades. En general, gran parte de ellas se pueden definir como "discretas" en cuanto a la calidad formal y nada innovadoras, no ya, en cuanto las esculturas en general, sino también en cuanto a la iconografía de la escritora. Quizás la más interesante de todo este catálogo rosaliniano sea la que se erige en Santiago. Esta es obra del madrileño Francisco Clevilles, escultor muy conocido en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de la época y que precisamente, junto con el arquitecto Isidro de Benito, consigue en una de ellas una medalla de plata por este monumento A Rosalía de Castro.

Escultor y arquitecto conciben la obra siguiendo muchas de las pautas de los monumentos conmemorativos de finales del siglo XIX, en el uso del material, en la abundancia decoración, y en la utilización de alegorías y tópicos.

El monumento arranca de un basamento escalonado, que da paso al cuerpo inferior recorrido por un friso decorado que lleva en la parte central una placa de mármol con la dedicatoria de Galicia. A continuación, el cuerpo principal está enmarcado por una gran lira que sirve de fondo a la figura sedente de Rosalía en actitud pensativa y melancólica. Es esta la parte más lograda de todo el conjunto, aquí, el habitual bronce reservado para el homenajeado en el siglo XIX es sustituido por el mármol. En los laterales del sillón se esculpieron los escudos de la familia.

En la cara posterior de este cuerpo se han colocado una pareja de jóvenes esculpidos en piedra y ataviados al uso de la región. Ellos representan "la despedida", aludiendo a la emigración, tema del que la escritora era una buena conocedora. Sin embargo, hay que reconocer que los intentos de llevar los sentimientos a la piedra han quedado en lo anecdótico, en el tópico de los gallegos que recogen las ilustraciones de la época, muy por debajo del mensaje literario. En esta ocasión la piedra ha resultado ser más blanda que la pluma a la hora de plasmar un problema social tan enraizado en Galicia. La melancólica escena se completa con una cartela que recoge unos versos de Adiós ríos, adiós fontes. El conjunto remata con un último cuerpo en el que los escudos de las cuatro provincias gallegas sirven de base a la corona de España.

El monumento a Rosalía de Castro en Santiago, además de las aportaciones artísticas y de su contribución a la escultura pública de comienzos de siglo, también podía haberse prestado para la exaltación del nacionalismo si tenemos en cuenta la personalidad de la homenajeada y que coincide con un momento de reivindicaciones importantes en este campo. Basta recordar que en 1916 tenía lugar la llamada de Villar Ponte a los intelectuales para reivindicar la cultura y la lengua gallega. Sin embargo, todo el monumento se aleja de lo que podía ser la idea galleguista, desviándose en unos aspectos por el camino de lo folclórico y, en otros, sometiéndose a la grandilocuencia de la moda del monumento conmemorativo que aún imperaba a comienzos del siglo XX.

Incluso la forma de financiarlo fue más popular que política al recurrir a las maestras de escuela, ofreciéndole una medalla y un diploma a la que reuniese más de quince pesetas. También se organizaron tómbolas y fiestas. Ninguna de las diputaciones gallegas se unió a la suscripción y el Ayuntamiento de Padrón, su tierra de referencia, contribuyó con cuatro duros por lo que fue muy criticado. Por el contrario, un ex magistrado admirador de la escritora aportó tres mil pesetas.

Para reafirmar todo esto, cabe añadir que el acto de inauguración estuvo presidido, en nombre del Gobierno, por González Besada, varias veces ministro, acompañado por la corporación municipal y representantes del ejército, la iglesia y las letras. Entre estos últimos se encontraba Valle Inclán. La banda de música interpretó la Marcha Real y el Himno de Rosalía compuesto por Valverde sobre unos versos de Cabanillas. No se interpretó el Himno Gallego lo que originó críticas en la prensa de los días posteriores.

Con este acto del 30 de junio de 1917 se cerraba un capítulo que se había iniciado en 1912 en un banquete de periodistas coruñeses celebrado en Santiago y que durante cinco años creó más de una controversia y algunas críticas como la que se recoge en un periódico ourensano: "¡Desdichada Galicia! Va a erigirse en Compostela una estatua que perpetúe el recuerdo del señor Montero Ríos y entre tanto seguirá en proyecto el monumento que en la misma ciudad había de levantarle a la sin par Rosalía".

Esta crónica tan exaltada desde Ourense nos hace pensar que en aquellas fechas el monumento de Santiago a Rosalía era considerado como un homenaje de toda Galicia a la universal poetisa.

(*)Doctora de Historia del Arte, catedrática de Secundaria.