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La explotación fallida por la Caja de Ahorros

La Granja Monteporreiro vivió su última gran oportunidad a mediados de los años 50. Entonces no solamente se trató de volver a su orientación inicial, sino también de recuperar el prestigio que tuvo en su época dorada. Esa ocasión surgió con la entrada en escena de la Caja de Ahorros Provincial de Pontevedra.

La entidad crediticia estudió la operación de compra con todo detalle antes de meterse a fondo en un sector que le resultada por completo ajeno. Solamente cuando estuvo convencida de su viabilidad económica y social tomó la decisión en firme.

Tras intensas negociaciones con los herederos de Casimiro Gómez, el presidente de la Caja y también de la Diputación, Luís Rocafort Martínez, presentó a su consejo de administración el 7 de diciembre de 1956 una propuesta de adquisición de la Granja Monteporreiro por 6.750.000 pesetas.

Rocafort barruntó la adquisición con la implicación y el asesoramiento de los consejeros de la entidad Cerecedo Lapatza y Novoa Valencia, como una actividad estratégica de su obra social al servicio de los agricultores y ganaderos. Sus perspectivas al respecto no podían resultar mejores.

Por un lado, el Estado desarrollaba una política de apoyo decidido al sector agropecuario mediante el otorgamiento de subvenciones y la concesión de préstamos. Y por otro lado, la entrada en vigor de una ley que prohibía el sacrificio de reses de vacuno con un peso inferior a 160 kilos amenazaba con convertirse en una espada de Damocles sobre los campesinos más modestos.

Con la puesta en marcha de una granja de experimentación agropecuaria, la Caja de Ahorros salía en defensa de un sector que tenía un peso importante dentro de su propia clientela, sin asumir una carga excesivamente gravosa. De modo que miel sobre hojuelas.

El consejo de administración aprobó la compra de la Granja Monteporreiro y acordó de inmediato la puesta en marcha del proyecto. El acondicionamiento de la finca se encargó a Antonio Rueda Muñiz, el ingeniero agrónomo más reputado de aquel tiempo. Y al frente de la explotación situó a un hombre de la entidad, el consejero Cesáreo Novoa Valencia, en calidad de gerente con amplios poderes. Bajo la supervisión de ambos, a lo largo de 1957 se dieron los pasos necesarios, tanto de preparación de tierras como de compra de ganados.

Incluso se aprobó el reglamento de explotación de la Granja de Orientación Agro-Pecuaria de Monteporreiro, su nueva denominación que respondía fielmente a su deseo de proporcionar un servicio completo de asesoramiento y también de financiación a los agricultores y ganaderos.

Pasado no mucho tiempo y tras la marcha de Rocafort, el nuevo consejo de administración no vio con buenos ojos aquel proyecto y optó por desprenderse de la granja, que volvió a manos de sus antiguos propietarios.

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