En el principio, la docuserie Thank you, goodnight: La historia de Bon Jovi (Disney+) iba a ser básicamente la celebración de 40 años de carrera. “Ese aniversario parecía una buena excusa para hacer algo”, cuenta el batería Tico Torres, el mayor de la banda. “Jon había visto una serie sobre la carrera de [el exjugador de fútbol americano] Tom Brady y propuso a su director y productor, Gotham Chopra, hacer algo parecido con nosotros. Cuarenta años dan para mucho. Cuando veo todo lo que hicimos, incluso yo me sorprendo. Ahora entiendo por qué estoy agotado [ríe]”.

Pero esta historia de triunfos, o adversidades superadas, se desdobló pronto en exploración íntima de los problemas de Jon Bon Jovi para seguir en plena forma vocal y física una vez cumplidos los 60. O, dicho de otro modo, para arrojar con confianza sobre el escenario “esos estribillos espectaculares y potentes de pop rock que solo piden que los canten 20.000 personas en un estadio”, como resume Bruce Springsteen en la serie el principal gancho del grupo.

“Cuando Jon se puso en contacto conmigo, me pidió hacer una especie de retrospectiva”, nos explica el director de la serie. “No era mala idea. Había mucho por contar. Además, a lo largo de los años Jon había ido almacenando infinitos materiales que iban a venirnos de maravilla. Pero mientras íbamos preparando la serie, empecé a sentir que algo no iba bien. Su voz no era la que era”. Al final se decidió a preguntarle. Su respuesta fue, según Chopra: “Bueno, he estado teniendo algunos problemas estos dos últimos años y estoy en proceso de resolverlos. Ahora vamos a ensayar tres semanas antes de dar 15 conciertos en EE UU. En esta gira espero poder aclararme, saber si puedo hacer esto. Pero esto no iría en el documental, ¿no?”. “Jon –le contestó Chopra–, esto va en el documental”.

De Nueva Jersey para el mundo

A lo largo de cuatro episodios de metraje generoso (el segundo llega a los 93 minutos), Chopra nos cuenta la historia de Bon Jovi y, sobre todo, Jon Bon Jovi en dos tiempos diferentes: un pasado bastante vertiginoso y un presente de cavilación. En el ayer, viajamos hasta Sayreville, el pueblo de Nueva Jersey donde Jon creció en los 60 en el seno de una familia de clase obrera: padre peluquero, madre florista. No parece el mejor punto del globo para hacerse estrella del rock, pero no muy lejos de allí bullía la escena de Asbury Park, donde Springsteen y Southside Johnny se presentaron al mundo. “Componían música sobre los lugares donde vivíamos”, recuerda Jon en el documental sobre aquel encuentro revelador, que pronto le llevó a montar Atlantic City Expressway, primera de diversas bandas pre-Bon Jovi.

Cuando en 1982 grabó la maqueta de su hit Runaway, no lo hizo con grupo propio, sino con músicos de sesión de Power Station, el estudio de Manhattan donde era chico de los recados. Nadie hace caso a la demo, salvando la gente de la joven emisora WAPP 103.5FM, The Apple, que al año siguiente incluyó Runaway en un recopilatorio de talentos del área de Nueva York y logró convertirla en pequeño fenómeno a base de pincharla sin descanso.

En 1984, la banda formada por Jon fichaba por Mercury y quedaba en manos del feroz mánager Doc McGhee, el mismo de Mötley Crüe o Skid Row. Fue uno de los principales responsables de su éxito, uno de los mejores defensores de su metal transfigurado en pop. Sin su ayuda quizá no habrían acabado vendiendo más de 28 millones de copias de Slippery when wet, disco de 1986 con himnos irresistibles: You give love a bad name, Livin on a prayer o, diga lo que diga Jeff Tweedy de Wilco, que la masacra en su reciente libro Un mundo en cada canción, la vaquera Wanted dead or alive. El teclista David Bryan reivindica en la entrevista un segundo disco no demasiado bien recibido, 7800º Fahrenheit (1985), “que he redescubierto –dice– haciendo la serie y que en realidad tenía muy buenas canciones; un precalentamiento para la explosión de justo después”.

Festival en la Unión Soviética

Pero McGhee, al que precedía un aura de maleante, también metió a la banda en alguna situación comprometida. En 1988, después de seis años paseándose por los juzgados, fue declarado culpable de introducir más de 18.000 kilos de marihuana de Sudamérica a Estados Unidos. Y escapó de la cárcel gracias a, entre otras cosas, convertir a Bon Jovi en cabezas de cartel de un festival en la antigua Unión Soviética para promover la paz y la armonía: el Moscow Music Peace Festival.

En la serie no se ocultan los problemas del grupo con las drogas y el alcohol, que convertía a algunos de sus miembros en borrachos nada divertidos. “Yo nunca bebí antes de un concierto”, asegura Tico. “Para mí lo primero era el concierto”. A lo que David, añade: “Era más importante dar el concierto que la fiesta”. La excepción debió de ser aquella intensa jornada de dos conciertos en un solo día en Guadalajara (México) en febrero de 1990, al final de la gira del disco New Jersey (1988). “Había unos preparando margaritas en el escenario”, recuerda Tico en el documental. “No paramos de beber durante todo el concierto de la tarde y el de la noche”.

Por entonces estaban agotados físicamente y, según dice en la serie el emblemático guitarrista Richie Sambora, “hartos unos de otros”. No mucho después, tanto el propio Richie como Jon, incapaces de hacer convivir sus egos, se atrevían con discos en solitario.