Decir adiós cuando el relevo no llega

José Manuel Sotelo vive en sus carnes el problema generacional en la pesca, que arrincona al sector y obliga a los armadores a vender sus barcos pese a que no hay compradores

José Manuel Sotelo, delante de su embarcación, con el cartel de “se vende”.

José Manuel Sotelo, delante de su embarcación, con el cartel de “se vende”. / RICARDO GROBAS

Adrián Amoedo

Adrián Amoedo

Contaba con solo 13 años cuando, junto a su padre, se inició en el mundo del mar. Fue en Cangas, y aunque pasaron ya 50 años, José Manuel Sotelo se acuerda perfectamente de aquella primera experiencia, como si fuera ayer. “Pero es que de aquella era lo que había, y como yo muchos; o ibas al mar o te metías en la construcción”, recuerda. El veterano armador y patrón, a punto de cumplir los 63 años, sabe que con él acabarán tres generaciones de una familia de pescadores de la ría de Vigo. Sus padres, ambos, se dedicaron al mar. Sus abuelos, por parte de ambos progenitores, también. “Mi hijo lo probó, hace 20 años o así. Ya me dijo que no era lo de él, e hizo bien, porque todos son palos en las ruedas”, explica Sotelo, que lleva cuatro años intentando vender su embarcación, un clásico de O Berbés, el Saladino Primero.

Su historia es la de muchos dueños de embarcaciones de esta y de las otras rías y puertos de la comunidad. El problema del reemplazo generacional se agrava con el paso de los años y arrincona al sector, forzando a los armadores a vender sus barcos pese a que no hay compradores. “No hay quién coja el relevo. Lo único, que vuelva a haber ayudas para la paralización definitiva, para el desguace”, lamenta.

La primera dársena que uno se encuentra cuando entra en el muelle pesquero de O Berbés es casi siempre la más poblada, nutrida principalmente por los cerqueros y, en menor medida, por las embarcaciones de artes menores olívicas. El Saladino Primero es uno de ellos. Con tan solo 11,7 metros de eslora y todavía con casco de madera, se dedica principalmente a la captura de pulpo, que compagina con otras campañas a lo largo del año como la de la nécora.

Pese a que la veda del cefalópodo rey hace semanas que se levantó, el barco sigue parado. En el puente, bajo el cristal central, tiene colgado estos días un cartel de “se vende”. “Lleva así desde junio”, explica Sotelo, “hace cuatro años que me puedo jubilar ya con el 100%, pero no se vende”.

El cangués lleva la pesca en la sangre. “Mi padre era de Coiro, de Cangas, y mi madre de San Martiño, de Moaña. Mis abuelos de San Martiño también fueron siempre pescadores, en la ría, al bou, boliche, los oficios que había pequeños. Mi abuelo por parte de padre también, siempre al pulpo”, cuenta.

Ahora, con él se acabarán tres generaciones de pescadores, algo que achaca exclusivamente a lo poco atractivo que es ya para los jóvenes el mar. “La pesca tiene una regulación excesiva, tremenda, y es difícil”, señala, “nosotros, los que llevamos toda la vida, fuimos capeando, pero ahora en tierra se está muy bien”.

A su juicio, en el mar todavía “hay mucha precariedad” y cree que, incluso, haría falta reducir la flota para que el sector “cogiese otro nivel” y fuese “más atractivo”. Además, recuerda, “sigue siendo muy peligroso”. “Estás en una embarcación y siempre puede pasar algo, y ya no digamos en las maniobras de pesca”, resume.

Por estos motivos, Sotelo comprende perfectamente la decisión de su hijo, que tras probar el mar, como muchos, finalmente se decantó por la tierra. “Está en una empresa, con sus pagas, sus vacaciones y demás”, relata.

Ahora, ante la imposibilidad de vender el Saladino Primero, y antes de que pierda sus derechos de pesca y deje de estar en vigor (perdiendo así valor), Sotelo cree que le tocará volver a darse de alta para, una vez más, salir al mar. “Tiene todos los papeles en regla todavía, pero antes de que consuma el margen tengo que salir al mar”, apunta.

El armador, que todavía tiene muy presente vivencias como cuando tuvo que arrimar el hombro para ayudar a recoger el chapapote que se diseminó por la costa gallega tras el naufragio del Prestige, espera poder darle una salida a su buque. Para Sotelo, el desguace es ahora mismo la opción más factible. “De otra forma no veo cómo hacer”, lamenta el veterano patrón. Su ejemplo se reproduce por toda la costa gallega, que perdió cerca de 200 embarcaciones entre 2017 y 2021, y del resto de España. “Es lo que hay”, zanja.

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