Una obra enigmática

En el centenario de la muerte de Franz Kafka

Retrato coloreado de Franz Kafka. |   // FDV

Retrato coloreado de Franz Kafka. | // FDV

“He aquí, mi querido Max, mi última voluntad: todo lo que dejo (es decir, en mi biblioteca, en mi armario, en mi escritorio, en casa y en la oficina o en cualquier otro lugar), de hecho, todas mis libretas, manuscritos, cartas –personales o no–, etcétera, debe ser quemado sin excepción y sin leerlo, así como todos los escritos o notas que tú tienes de mí; lo que otras personas tienen debes pedírselo. Si hay cartas que no te quieren devolver, tendrán al menos que comprometerse a quemarlas”.

Este es el texto completo que, al borde de la muerte, Kafka escribió para que su íntimo amigo y albacea Max Brod cumpliese como última voluntad del escritor. Como se sabe, afortunadamente, Max Brod traicionó ese deseo de su amigo y no lo hizo.

Dice Borges que si alguien quiere destruir su obra lo hace él mismo y si lo encarga a otra persona es que en realidad no quiere hacerlo. Hay precedentes. Se sabe que Virgilio encargó que se quemase el inconcluso manuscrito de la “Eneida”, al que había dedicado once años de su vida. De Quincey asegura que a Shakespeare nunca le interesó que se publicasen sus obras porque su verdadera voluntad era que se representaran y no que se imprimiesen. Antes de morir, Nabokov prohibió que se editase su novela inconclusa “The original of Laura”, pero sus herederos la publicaron 30 años después de su muerte, y recientemente los hijos de García Márquez han justificado la publicación de “En agosto nos vemos” contra la voluntad del escritor.

Hay formada una imagen de Kafka que lo identifica con los personajes de sus novelas, y por eso se ha creado del escritor esa estampa de persona triste, apesadumbrada y poco comunicativa, cuando la realidad es que estaba socialmente integrado, frecuentaba las tabernas con sus amigos y practicaba la natación, el remo y la gimnasia. Es cierto que tenía una ocupación burocrática en el Instituto de Seguridad para Accidentes Laborales, pero no parece que le resultara tan desagradable como se supone, pues era apreciado por sus superiores y daba conferencias sobre estos temas. Además estos trabajos le dejaban mucho tiempo libre para escribir. Tuvo varias novias (Felice Bauer, Julie Wohryzek, Grete Bloch, Milena Jesenka, Dora Dymant) con las que tenía relaciones sexuales (casi llegó a tener un hijo) y estuvo a punto de contraer matrimonio con dos de ellas. Entabló contactos con otros escritores como Heinrich Mann, Rudolf Steiner y Robert Musil. Y gozaba de cierta popularidad porque algunos de sus relatos ya habían sido traducidos al checo y al húngaro (Kafka escribía en alemán) y publicados en Estados Unidos. Se sabe que no era reacio a dar a conocer sus escritos, pues los leía a sus hermanas y a sus amigos. En su vida hay aspectos conflictivos que influyeron sobre su literatura como el enfrentamiento con su padre, su condición de judío no practicante, la lucha en torno a la sexualidad y el matrimonio, y su angustioso proceso creador.

La imagen que se creó de Kafka en el inconsciente de sus lectores procede de los protagonistas de sus novelas, Karl Rossman de “El desaparecido”, Josef K. de “El castillo” y K de “El proceso”, por cierto, ninguna de ellas terminada, sin que esta circunstancia merme su calidad ni su trascendencia. Pierre Boulez asegura que “En Kafka, la obra de arte es considerada como un objeto sin fin. Y no digo inconcluso: nunca podrá ser terminada porque su naturaleza esencial es infinita”.

Dice Reiner Stach en la mejor biografía de Kafka, publicada en España por Acantilado, que lo que inspiró los escritos de Kafka fue la situación burocrática en la que estaba sumido el imperio austrohúngaro. Y cita una anécdota significativa: en 1922 un ciudadano recibió una carta de la Hacienda de Praga instándole a presentar un documento de una empresa de la que era socio. El ciudadano contestó diciendo que tal empresa ya no existía desde 1917. Pocos días después recibió una carta en la que se le preguntaba qué pretendía con su escrito, pues no se le había enviado ninguna carta solicitándole dicho documento. El ciudadano respiró aliviado pero a los pocos días recibió otra carta en la que se le instaba a responder en el plazo de ocho días a la primera carta bajo amenaza de una fuerte multa. Ese ciudadano era Franz Kafka.

Franz Kafka murió de tuberculosis en un sanatorio de Kierling, cerca de Viena, hace un siglo, el 3 de junio de 1924. Tenía cuarenta años y once meses. Apenas viajó fuera de su país (pasó casi toda la vida en Praga), aunque se sabe que estuvo de vacaciones o de paso en Berlín, Munich, París, Milán, Venecia, Viena y Budapest. Con más de treinta años aún vivía con sus padres. Hay periodos de su vida de los que se ignora casi todo, y en cambio otros en los que su itinerario se puede seguir prácticamente día a día. Entre los años 1912 y 1914 escribió lo mejor de su obra y la Gran Guerra le afectó de una manera más directa de lo que dan a entender sus escritos. Algunas experiencias dolorosas lo marcaron profundamente, como su jubilación forzosa a los 39 años en un momento de hiperinflación, su decisión de trasladarse a Berlín con Dora Dymant en 1923 y sobre todo la enfermedad, que lo obligaba a pasar largas estancias en balnearios y sanatorios. Lo que es seguro es que Kafka entregó a la literatura toda su existencia y sus mejores energías.

Una vida para la literatura

Entre las obras de Kafka se cuentan nueve relatos, entre los que sobresale “La metamorfosis” y tres grandes novelas (“El desaparecido”, “El proceso”, “El castillo”), además de tres mil páginas de anotaciones de diarios y fragmentos literarios y alrededor de mil quinientas cartas. Destruyó una parte considerable de sus escritos y colaboró a que se perdiera otra gran parte y ordenó a su amigo Max Brod que quemara el resto, casi todo sin publicar. Como Cervantes, nunca estuvo satisfecho ni de su poesía ni de su teatro, y una de sus mayores frustraciones fue la de no haber culminado su proyecto de autobiografía (apenas sugerida en los diarios) teniendo en cuenta además que era un apasionado lector de vidas de personajes.

Ante la lectura de las obras de este escritor surgen siempre dos preguntas: “¿Qué significa todo esto?” y “¿Cómo puede escribirse algo así?”. Se ha hablado de la profundidad interior de la obra literaria de Kafka (él mismo habla de un abismo interior en sus cartas y en sus diarios), que explicaría en cierto modo su potencia estética, pero aún no hay ninguna respuesta a estas preguntas.

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