Las caras de la verdadera felicidad
La noche de Reyes deja la alegría tatuada en el rostro de los vigueses más pequeños que abarrotaron las calles por donde pasaba la comitiva real engalanada de mar
La emoción era tan grande ayer, que al preguntar a los niños qué esperaban de esta noche no sabían qué decir. No había una sola vaya de la Avenida de Castelao, sin pequeños. Agarrados como hacen los koalas con los árboles, abrazaban el único objeto que les separaba de las carrozas de los Reyes Magos de Oriente. Así y a punto de comenzar la cabalgata, la emoción estaba a flor de piel en ellos, alternando la abstracción absoluta ante la comitiva real allí parada, con los gritos nerviosos porque esta es la noche en la que recibirán los regalos que llevan esperando todo el año.
Ni la lluvia, amenazante que asomó al principio pudo acabar con las “ganas de caramelos”, que espetó uno de ellos a su madre. Así, y sin límite de edad, lo mismo daba estar entrando ya en la adolescencia que aún ser un bebé. Padres y abuelos bajaban la avenida rodeados de su prole en busca de algún sitio con mejor visibilidad -si es que eso era posible. Pero es que la calle, empinada hacia Plaza de España y con los pedazos de jardín arbolado encharcados, estaba abarrotada.
Aunque siempre hay quien tira de ingenio al comprender que lo mejor es aprovechar lo que la calle ofrece. Así las cosas, hubo quienes “depositaron” a los niños en las estructuras del mobiliario urbano situadas en alto. A falta de primera línea, buena era una “torre” desde la que ver pasar a Sus Majestades.
Y llegaron los caramelos. Lanzados con fuerza, para llegar hasta las aceras donde se aglutinaba la gente, caían en manos, cabezas y suelo. Alguna que otra capucha también llevó una sorpresa para casa. Los que podían los pillaban al vuelo. Los que no, sin perder la alegría, se agachaban a coger los que podrían salvar del suelo mojado. Los más organizados... ¡Con las cestas de Halloween en mano! “Ahí me caben todos los caramelos y puedo llevarlos a casa mejor”, explicaba una niña. Sus hermanos no tenían, pero claro, es que “ellos son pequeños”. Así que ella se encarga de guardar los de todos. El reparto vendrá después, cuando mamá esté pendiente para que el más pequeño no se ahogue con alguno.
Cada pasada de una carroza era griterío y nervios a la altura de la vaya correspondiente. Como si una gran estrella de cine o un gran artista musical hiciera su aparición sorpresa. Y los padres...Los padres sin dejar de sonreír a pesar de que, en ellos, el frío y la humedad sí se dejaba notar. “Hay que venir porque es emocionante. Y cuando ellos sean mayores seguiremos haciéndolo poque a nosotros nos gusta”, comenta un grupo de madres.
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