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Os Fillos do Sol: los 'protohippies' que conquistaron el Samil de los años 30

El archivo de Natalio Abad ilumina la historia de un pionero grupo vigués que construyó un palafito en la desembocadura del Lagares | Tenían claro el valor de la naturaleza, sabían lo que valía la pena", recuerdan sus familiares

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Un grupo de miembros de Os Fillos do Sol, en el palafito del Lagares FDV

Vida al aire libre. Contacto con la naturaleza. Uso de medios de transporte ecológicos. Espírito comunitario. Nudismo. Son preceptos que suenan actuales y que se han hecho populares en las últimas décadas, a partir de la revolución hippie. Pero esas ideas eran ya una realidad en el Vigo de los años 30, de la mano de una desconocida agrupación, Os Fillos do Sol. Un caja con abundante material que guardaba la familia de Natalio Abad (1904-1993), uno de sus fundadores, ilumina un episodio que ha permanecido en la penumbra de la historia de la ciudad. ¿Quién sabía que en la desembocadura del Lagares hubo un palafito?

"Nosotros siempre supimos de la existencia de Os Fillos do Sol", explica María José Míguez Abad, nieta de Natalio. A dúo con su madre e hija del pionero naturista, Olga —memoria fresquísima a sus 81 años— relatan con normalidad familiar la biografía de aquel hijo de un carabinero destinado al efervescente Vigo de principios del siglo XX. Sin embargo, aunque para ellas ir a la playa de A Ladeira en piragua, río Miñor abajo, fuese algo cotidiano, en el fondo son conscientes de la singularidad de Natalio y de sus amigos Antonio Moreno, Emilio Peña, Víctor Mon y los hermanos Pepe y Antonio Villaverde.

Por eso, para reivindicar las aportaciones de esas gentes que han quedado fuera de las historiografías oficiales, se decidieron a entregar a la Diputación de Pontevedra el material que Natalio guardaba con celo y al que no concedía mayor importancia. El ente provincial lo ha digitalizado para acceso libre a través de su archivo en línea Atopo.

Construcción del palafito Archivo familiar de Natalio Abad

Entre las imágenes, ya de entrada, sorprenden dos cosas: una cabaña construida sobre pilotes en donde el Lagares alcanza Samil y los estrambóticos atuendos, remedos de tribus aborígenes, que portaban un grupo de jóvenes de aspecto atlético y jovial. Y es que Os Fillos do Sol, una asociación informal para impulsar la actividad deportiva de la que no constan registros, hizo del extremo de la playa viguesa su centro de operaciones. Allí, con autorización de la Delegación Marítima de la provincia con fecha de 17 de junio de 1933, levantaron su centro de operaciones: un palafito de mande de estilo birmano inspirado en uno que habían visto en una revista inglesa de viajes. Un ejemplar de esa publicación fue lo primero que Olga encontró en la caja de su padre.

"Les ayudaron los vecinos a construirlo; cuando la marea estaba baja llevaban el material con bueyes, y cuando subía con piraguas", comenta la nieta. De acuerdo con la autorización, la estructura debía tener 56 metros cuadrados y debía desmontarse en 11 meses. Pero allí permaneció hasta el otoño de 1936, cuando una galerna se lo llevó por delante. Con la colaboración, de nuevo, de los lugareños salvaron los muebles que pudieron. En la casa familiar han quedado un mesa y unas sillas de mimbre.

No hubo posibilidad de reconstrucción de aquel núcleo de "vida bohemia": el golpe de estado de Francisco Franco había cambiado el ambiente. No era la dictadura nacional-católica un marco favorable para mantener un centro de reunión tan desprejuiciado. Por allí se pasaban personajes de la alta sociedad, del mundo político; las mujeres, que participaban en igualdad con sus colegas en las actividades, acudían con atuendos que no se verían más durante décadas en España. Del palafito solo quedaron, hace unos pocos años, algunos de los pilotes clavados en la playa de Poula de Anzuela, topónimo que recoge la autorización para su instalación.

"Mi abuela no se convirtió en una beata. Era la horma de su zapato. Tenían claro el valor de la naturaleza, sabían lo que valía la pena"

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De aquellos tres años, se conserva en la casa de Olga otro vestigio relevante: la Ghicha, la piragua que, junto a la bicicleta, era el vehículo predilecto de Natalio. En los meses de verano, los amigos vivían en el palafito y Natalio, de profesión contable, se desplazaba al centro de Vigo vía marítima. "Nunca quiso utilizar el coche, y eso que se sacó el carnet de conducir", apuntan sus descendientes. Solo lo usó en la etapa que trabajaba para un industrial conservero, para llevarlo a reuniones en Madrid. La embarcación, construida como las de el resto de sus compañeros en lona en los astilleros Lagos de Bouzas, la utilizó la familia hasta alrededor de los años 80, cuando se rompió en un naufragio sin más consecuencias cerca de las islas Estelas. Aún la guardan y conserva en proa el símbolo de Os Fillos do Sol.

Natalio Abad, a finales de los 50, con la piragua de Os Fillos do Sol en A Ladeira Archivo familiar de Natalio Abad

Tras el final del palafito, Natalio y sus amigos, que nunca se separaron, se centraron más en el montañismo. Fueron pioneros con sus excursiones a Pena Trevinca y Cabeza de Manzaneda, donde conocieron la nieve. "A mi padre le encantaba la montaña, ya con cuatro años me llevaba al Aloia y el Galiñeiro y en la misma mañana volvíamos a comer a casa", relata. De aquella vivían en Pi y Margall, luego se mudarían a la Florida.

En todo caso, ni el franquismo pudo con el espíritu vital de Natalio Abad, que se mantuvo alejado de la militancia política —sí tenía trato con galeguistas históricos como Francisco Fernández del Riego o Valentín Paz Andrade— pero nunca abandonó su vida libre: "Tenía una empresa de cobros; era muy metódico y serio. Pero cuando quería salir con la piragua o ir a a la montaña, ese día no trabajaba. Se organizaba como quería". En el álbum familiares hay una imagen de él con unos 70 años navegando con su piragua por A Ladeira. También mantuvo siempre un anticlericalismo acérrimo. "Os corvos, lonxe", solía decirles a sus familiares.

Natalio Abad, vestido de corsario Archivo familiar de Natalio Abad

A finales de los años 40, en aquella España gris, decidió aprovechar una consulta médica en Santiago de su mujer, Josefina Valverde, con el médico Domingo García-Sabell para llevar a su hija Olga, por entonces de unos siete años, a conocer Galicia. ¿Cómo lo hizo? Pues abordo de un peculiar sidecar que, tirado por su bicicleta, utilizaba tanto para transportar la piragua como para llevar a personas. Lo hicieron por etapas, durmiendo de acampada, entre la estupefacción de la gente de los pueblos por los que pasaban. "Para mí era el no va más, la gente nos aplaudía al pasar", rememora Olga, que recuerda con viveza aquel cocido que se comieron en Ordes, donde se refugiaron de una fuerte tormenta. Llegaron hasta A Coruña y luego volvieron parando por las Rías Baixas.

Aunque el 'fillo do sol' sea Natalio, su nieta María José también quiere reivindicar a su abuela, que acompañó a su marido en un estilo de vida poco convencional, en una época en la que, más aún que hoy en día, las miradas sobre las mujeres eran mucho más severas. "No se convirtió en una beata. Era la horma de su zapato. Tenían claro el valor de la naturaleza, sabían lo que valía la pena".

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