La profesora Pérez Lamela ha impartido clases sobre alimentos transgénicos -obtenidos a partir de organismos modificados genéticamente- y su etiquetado en varios cursos de doctorado de la Universidad de Vigo y Zaragoza. También es experta en agricultura ecológica y, en la actualidad, trabaja en un libro con compañeros de la Facultad de Ciencias de Ourense e investigadores de Santiago, Zaragoza y Estados Unidos sobre su producción y normativa.

-Alemania acaba de sumarse a los países europeos que prohíben el maíz MON 810, el único transgénico autorizado para ser cultivado en toda la UE. ¿Hay motivos científicos para el rechazo que generan en gran parte de la población este tipo de productos?

-Son los más evaluados de toda la historia de la humanidad. Los procesos de análisis para poder comercializarlos se prolongan unos diez años, casi tanto como los medicamentos, y a las empresas se les exigen evaluaciones en humanos y animales. Si están ahí no es porque sí. Yo creo que el peor daño es el medioambiental. Algunos estudios en este sentido han sido silenciados por las grandes multinacionales productoras de transgénicos y algunos investigadores han visto su reputación denostada, pero la revista “Nature” ha publicado un artículo sobre el descenso de mariposas monarca en EE UU debido al maíz Bt. En el otro extremo se sitúan colectivos como Greenpeace y su lista verde y roja de productos libres de transgénicos. Es absurda porque, aunque el etiquetado es exigido por la ley, los análisis son muy costosos y las empresas no los hacen. Además los barcos que traen desde EE UU la soja y el maíz, los únicos transgénicos autorizados en Europa, llegan con toda la producción mezclada. Y si una empresa no le da datos, ya la ponen en la lista roja.

-Por tanto, estamos comiendo, sin saberlo, productos que incluyen transgénicos.

-Sí. Los procesados con harina de soja y maíz como las galletas los incluyen y no lo indican.

-¿Cree que serían necesarias más cautelas?

-Sí y más investigación. Aunque son alimentos buenos y con posibilidades. Se ha estado investigando, por ejemplo, un trigo transgénico para elaborar harinas tolerables en personas alérgicas, aunque se abandonó porque no era rentable. Los problemas en la salud del hombre no se han demostrado, pero sí se producen daños medioambientales a otras especies. La distancia mínima con otros cultivos no transgénicos que marca la legislación no ha sido suficiente en algunos casos y se ha constatado cómo especies modificadas trasmitieron sus genes a otras silvestres emparentadas. En Canada y EE UU se crían salmones transgénicos que podrían escapar al mar y transmitir sus genes a otros.

-¿A veces pesan razones no necesariamente científicas para prohibir estos alimentos?

-Una cuestión interesante es que los países que más producen como EE UU, con 88 millones de hectáreas cultivadas, Argentina o Canadá tienen las legislaciones más permisivas. La Unión Europea autoriza la comercialización, pero luego los países pueden restringirla.

-¿Son los transgénicos lo opuesto a los alimentos ecológicos?

-Unos representan la tecnología y el avance y los otros, lo contrario, las técnicas tradicionales y también el respeto al medio ambiente. Pero no hay que enfrentarlos. Además de una mínima separación con los cultivos transgénicos, los agricultores ecológicos establecen un contrato muy estricto con las compañías de las semillas para no cedérselas a otros. No utilizan aditivos de síntesis, los fertilizantes están muy limitados, se aprovechan los residuos de las explotaciones de animales...

-¿Y no ofrecen problemas?

-Son productos muy buenos, pero también tienen problemas. Al no utilizar conservantes, se estropean antes y pueden tener hongos o bacterias. También hay la posibilidad de que tengan nitratos por la utilización de purines para el abono.