Mujeres fuera de serie
La dramaturga que dibuja la nueva escena
Marta Pazos es una de las creadoras más importantes de la vanguardia escénica actual. Acaba de estrenar con gran éxito en el Liceu de Barcelona una ópera y tiene encargos cerrados hasta 2027. Arriesgada y sincera, la artista pontevedresa ha logrado con su estética rotunda, sorprendente y repleta de color, y con la perspectiva de género siempre presente, romper estereotipos alrededor del arte contemporáneo y conectar con nuevos públicos
La risa de Marta es de un rojo pasional. Su pelo ondea azul brillante. Su mirada, marrón tierra, y su piel luce de un saludable sonrosado. Su voz es dorada. Todos los colores de la artista pontevedresa se vuelcan en sus efervescentes escenas teatrales y en sus piezas artísticas, e impregnan también al privilegiado espectador.
Marta Pazos (Pontevedra, 1976) es una de las creadoras más importantes de la vanguardia escénica actual. Con proyectos hasta 2027 de lo más diverso: desde obras de teatro a óperas, ballets e incluso espectáculos teatrales y galas diversas. Ha trabajado para entidades como el Centro Dramático Nacional, el Teatro Real, el Teatro Lliure o el Centro Dramático Galego con un repertorio que abarca desde sus interpretaciones de clásicos con distintos códigos a nuevos autores y lenguajes. Ella elige siguiendo su instinto. Y sin abandonar sus orígenes como pintora y escultora. Acaba de estrenar en el Liceu de Barcelona una ópera transgresora, “Alexina B.”, que ha sido acogida con ovaciones en cada representación. Marta se siente feliz y afortunada. Se lanzó sin red a un mundo complejo y se arriesga en cada trabajo con una honestidad, rotundidad y creatividad que a nadie deja indiferente. Marta deja huella.
La forma alegre y creativa en que la educaron sus padres también la marcaron a ella. La mayor de tres hermanas, hijas de un músico de jazz y una enfermera, asegura que tuvo una infancia muy divertida y repleta de amor. “Mis padres eran muy jóvenes y teníamos una vida conectada con la bohemia por mi padre, que tocaba en orquestas, y con el cuidado por mi madre, que se jubiló hace poco y era una enfermera fantástica y muy querida”, cuenta.
Marta nació en Vigo de casualidad cuando su madre acompañaba a su padre a uno de los conciertos en la ciudad olívica y se puso de parto. Vivió en Pontevedra hasta los 19 años escuchando en casa a David Bowie y The Beatles. Estudiaba en el colegio Calasancias y ya desde pequeña le gustaba dirigir a sus hermanas y a sus primos organizando juegos y pequeños festivales en los que ella diseñaba todo, desde el vestuario a la escenografía. “Mi madre dice que también pasaba mucho tiempo jugando sola, creando mis historias fantasiosas…”. Marta se recuerda siempre “muy conectada al color, a la luz, al verano y al hedonismo”.
Le apasionaba la pintura y su madre la animó a estudiar Bellas Artes, facultad que daba sus primeros pasos en Pontevedra. Un viaje con su madre a Barcelona -la primera vez que Marta pisaba la ciudad- daría un nuevo giro a su vida. “El taxi nos dejó precisamente en la puerta del Liceu, que hacía muy poco había sufrido un gran incendio. Me impactó y me dije que quería continuar allí mis estudios de pintura”. Dicho y hecho, al año siguiente la pontevedresa consiguió una beca y se mudó a la ciudad condal.
En su primer acercamiento a la escena tuvo mucho que ver el destino y el instinto. Una escena de lo más teatral. “Un día salía de la facultad y, aprovechando el buen tiempo, decidí tomar un camino más largo del habitual. Vi un papel en el suelo y era un anuncio de la Fura Dels Baus, que buscaba todo tipo de artistas para colaborar en su próximo espectáculo de “Macbeth”. Yo estaba estudiando sobre el arte de la performance y decidí apuntarme solo como complemento a mi investigación”, relata.
Pero cuando Marta Pazos se subió al escenario las famosas mariposas se pusieron como locas a revolotear en su estómago. “Tú te vas a subir y nunca más vas a bajar”, auguró el director.
Y acertó.
Marta volvió a Galicia y con 23 años tomó la decisión de dejar la pintura y meterse de lleno en el teatro. “Las señales me han llevado a donde estoy; algunos podrían pensar que soy una inconsciente, pero lo que soy es muy apasionada y creo que es importante cerrar etapas y abrir otras; no agarrarse a las cosas, confiar y fluir”, argumenta. No esconde que también siente miedo en esas decisiones valientes, “pero siempre gana mi atracción por lo inesperado”.
Su proyecto de vida y el profesional siempre han caminado de la mano en la trayectoria de la gallega. Fundó su primera compañía, Belmondo, junto a su pareja de entonces. Y su empresa más larga, la compañía Voadora, también la creó junto a su pareja actual y padre de sus dos hijos, el actor portugués Hugo Torres. Con Voadora estrenaron durante sus quince años de existencia más de veinte espectáculos y se convirtieron en una de las compañías de la vanguardia española más atractivas y laureadas. Pero hace justo un año -siguiendo su filosofía de la ligereza- decidieron decir adiós al proyecto y emprender nuevas aventuras. “Fue una etapa muy bonita; éramos una familia, pero para honrar los ciclos y a las personas me parece que era necesario dejarlo cuando está en lo alto”, justifica la directora.
Marta se siente también muy afortunada en su vida personal junto a Hugo, con quien se casó en 2006 a los tres meses de conocerle. “Yo no soy de colores templados; me gusta darlo todo en la vida y en el arte, sin medias tintas”, afirma. Asegura que ser los dos artistas “y formar un equipo completamente paritario” ha sido esencial a la hora de comprender el tipo de vida que llevan, las ausencias cuando trabajan en un proyecto fuera, y ser capaces de criar a sus dos hijos. Olivia, de 13 años, y Noel, de 8, son sus dos grandes obras y, augura la madre, “ya se nota que llevan el arte en la sangre, aunque harán lo que ellas quieran”.
"Trabajo los espectáculos desde una perspectiva de género, pero no solo en la temática, sino en unas metodologías muy personales”
En los trabajos dirigidos por Marta Pazos las mujeres tienen un papel contundente. Por ejemplo en “Safo”, su obra a medias con Christina Rosenvinge y María Folguera inspirada en textos de la citada poeta griega; “Garage”, un trabajo sobre el papel de la mujer en la industria automovilística protagonizado por trabajadoras de PSA Peugeot-Citröen. O la recién estrenada ópera “Alexina B.”- ya su tercera en el género- un trabajo de años realizado por un equipo de mujeres que aborda la vida de Adélaïde Barbin (1838-1868), la primera persona intersexual de la que se guarda testimonio escrito. Pero Marta da un paso más en el feminismo: “Trabajo los espectáculos desde una perspectiva de género, pero no sólo en la temática, sino en unas metodologías muy personales que utilizo basadas en poner la vida en el centro y dinamitar el liderazgo en las artes escénicas, que tradicionalmente ha sido muy tiránico. Trato de demostrar que se puede trabajar desde el respeto y que el esfuerzo no tiene que estar conectado con el dolor”, reflexiona. Sin embargo, advierte que también ella asumió muchas veces actitudes machistas a las que ni siquiera se daba importancia. “Me di cuenta sobre todo cuando trabajé en otros países y veía que los actores mayores no atendían mis directrices y tenía que convencerles a través de un ayudante hombre; o cuando iba a dar conferencias y luego saludaran a mi marido como si él fuera el artífice de todo”.
Los próximos proyectos llevarán a Marta a Shangai, Latinoamérica y distintos países europeos. Pero su hogar sigue en Santiago y eso es para ella un motivo de alegría y orgullo. “Me encanta poder llevar a mis hijos al colegio andando, saludar a los vecinos del barrio… Esto te hace tener los pies en la tierra y no perder la realidad”, considera. También tiene proyectos de arte como una pieza escultórica que prepara para el Museo Nacional de Praga. “Es bonito volver al origen desde mi lenguaje actual; como si se hubiesen ensamblado todas mis partes”. Y continúa su camino siguiendo la magia de su instinto, que tan bien la guía siempre.
María Ana de Jesús Guerrero Torija (Madrid 1867-1928), conocida como María Guerrero o María “la Brava”, nació en el seno de una familia bien situada. Su padre, Ramón Guerrero, era decorador y trabajaba para los teatros, pero también tenía contactos con la alta sociedad de su época.
María recibió una esmerada educación y decidió iniciar una carrera como actriz dramática con la gran estrella Teodora Lamadrid como maestra.
Se convirtió en una eficiente empresaria, con una visión muy clara de los negocios y un gran poder de influencia sobre las tendencias teatrales.
Guerrero creó su propia compañía con su marido, el también actor Fernando Díaz de Mendoza. Popularizó un nuevo tipo de obras y dio el salto a la modernidad teatral. Además, consiguió poner en valor el teatro del Siglo de Oro y su éxito llevó a los escritores del momento a pensar en grandes personajes femeninos.
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