Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¡Ay corazón, corazón, qué rosa está tu salsa!

Tertulianos del corazón en estado de prevengan armas. FARO

Hace unos días le dedicaron la contraportada de El País a una de esas periodistas inmoladas en el altar de Sálvame, Chelo García-Cortés; aún hace menos ese mismo medio y nuestro FARO le dedicaron al jefe de sucortijo, Jorge Javier, amplio espacio por Antes del olvido, el libro en que descarga sus intimidades; al veterano cronista del corazón Carlos Ferrando le dieron la pasada semana páginas en una revista por sus memorias en La delgada línea rosa, en la que cuenta las de los demás aparte de las suyas. Anteayer, en FARO, Karmele Marchante presentó el suyo No me callo, y se despachó sin contemplaciones contra la “porquería Sálvame”. Por García-Cortés nos enteramos de sus relaciones con un Parada sexualmente bipolar, bífida tarea a la que por despecho también se aplicó posteriormente ella y perfeccionó con Bárbara Rey, sin despreciar algún oportuno triángulo amoroso. No hay dos sin tres.

Por Ferrando, cuya vida sexual no hizo ascos a ningún sexo (a Dios gracias), supimos del amor de Sara Montiel por él mucho antes de que Saritísima importara a un cubano a España para casarlo con ella (aunque viniera con novio en el paquete), y nos enteramos también del amor ferrandiano por Carmen Ordóñez, ligeramente satisfecho por una noche de hotel en que se la llevó, tras disputarla según dice con Javier Sardá, al final de un programa de Crónicas Marcianas. Ahora Karmele se apena de la España profunda que ve ese Sálvame en que ella perdió su dignidad y tacha a su presentador de siniestro paladín, gran esperpento y minicaudillo dueño de un cortijo de figurantes venenosos y sádicas reptilas.Yo, sin embargo, creo que es un hombre sensible, inteligente y culto que se vendió unos cuantos años al Leviatán cardíaco por cien millones de platos de lentejas.

Y es que con el libro de Jorge Javier, ese líder de masas de milagrosa versatilidad, capaz de dirigir un programa diario de cuatro horas, amortajar a diestro y siniestro, hacer teatro y escribir casi al mismo tiempo, supimos de esas depresiones suyas labradas entre los beneficios millonarios que le da su descargadero de miserias humanas, pobladas sus filas de un espléndido plantel de bellacos en formato tertuliano. Solo faltan estos días unas declaraciones de Rociíito, esa mujer víctima de la maldad humana, protagonista de un negocio inspirado en La Malquerida de Jacinto Benevente pero línea suburbial y poligonera, nos diga ahora que su matrimonio es una quimera y en realidad ella está enamorada de su abogado, al que con tanta denuncia frecuenta más que a su marido.

¿Qué haríamos si ellos no dieran color a nuestras vidas con sus narraciones fantásticas, con sus delaciones, con su terapéutico insultario de bajo tono? ¿Qué, por ejemplo, sin ese espacio de bioterrorismo cardíaco envuelto en oropeles, En nombre de Rocío, en el que la figura de la madre cotiza alto en la sección funeraria de la Bolsa Rosa? Lo de airear las intimidades viene de la Antigüedad, del emperador Augusto, de Plinio, de Tácito...  pero antes podían leerlo cuatro pazguatos y ahora la audiencia es desmesurada por la feroz competencia entre medios de la entrepierna. Esos que viven de la tolerancia legal con el derecho a la intimidad o llenan el bolsillo de voluntarios que a ello se prestan.

No son notarios de la realidad sino que ellos la inventan, recrean, regeneran, regurgitan hasta el vómito. Lo suyo es un inmenso farol. Antes, los protagonistas de sus relatos eran personajes con historia, hechos a sí mismos en el cine, la literatura… Ahora son malandrines sacados de la nada, gentes anónimas tan vacías de currículo como de cartera y dispuestas a cualquier comadreo con tal de mover la caja registradora. Pensados para satisfacer nuestros más bajos fondos humanos. Que la tierra les sea leve.

Compartir el artículo

stats