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"La piedra es el ADN de Galicia"

“Es la naturaleza la que nos da las formas, así que lo que hay que hacer es rescatarlas e intervenirlas lo menos posible, para no estropearlas”

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Manolo Paz posa en su finca, rodeado de sus obras. Ricardo Grobas

Manolo Paz (Cambados, 1957) se parece a sus esculturas de piedra. En una primera impresión visual, puede semejar áspero, agreste, cual un marinero recién desembarcado de la marea o un labrador que acaba de rematar su jornada de siembra o recogida. Sin embargo, cuando te acercas a él, escuchas que su voz fluye de manera suave, delicada. Encaja con los “gallegos de lluvia y calma” que describió el poeta Miguel Hernández. Se trata de una sensación similar a la que se experimenta cuando acaricias sus esculturas en la humedad, unas piezas en las que, como él dice, “busco que quien las vea sienta que llevan ahí toda la vida, que forman parte del paisaje desde el principio de los tiempos”. Manolo Paz es, vayamos al grano, un ser humano “intervenido” por la civilización, lógicamente, aunque en la medida de lo posible ha procurado permanecer en la esfera de lo auténtico, mantener la esencia y, por encima de todo, su identidad, la identidad gallega, la de la Galicia que trabaja la tierra, que pesca en el mar, que vendimia y procura, cada año, conseguir mejorar el vino de la vendimia anterior.

Rodeado precisamente de fincas de viñedos, y nos hallamos en temporada alta de vendimia, Paz nos recibe en su Taller-Fundación de Arte de Castrelo (Cambados), a la vera de la casa donde nació. Y empezamos a hablar de su Sitio: “Es como un sueño hecho realidad, qué te voy a decir- relata-. Porque aquí, cuando yo era de niño, las únicas culturas que había eran las de cultivar la tierra, las patatas, las coles, los tomates, los pimiento, pescar en el mar, hacer el vino… ¡Que también son artes, claro que sí!, pero de escultura no había nada, solo cruceiros y santos en las iglesias. Mientras yo, a escondidas, tallaba trozos de madera con mi navaja. Mis padres me dejaron una parte de la finca y, poco a poco, yo fui comprando los demás trozos a mis vecinos…¡hasta cuarenta cachos incorporé! Aquella sí que fue una aventura. Y ahora estamos disfrutando de todo esto. Empecé planteándomelo en 1985, después de mis primeras visitas a Japón y Estados Unidos, y en 1987 me puse manos a la obra. Es que no hay otra cosa mejor que viajar, y si es muy lejos mejor, para querer más lo que tienes, para valorar tu tierra. Antes de aquellos primeros viajes, yo creía que vivía en el culo del mundo, pero a la vuelta me percaté de que, en realidad, había nacido en un paraíso”.

Ganadero, carnicero, torero...

“De niño, quería ser torero, pero esto tiene una explicación. Mis padres, como quien más y quien menos por aquí, empezaron teniendo vacas, pero hubo un momento en que decidieron montar una carnicería, digamos que para hacer más productivo el negocio. Y yo andada por aquí y, claro, había que echar una mano, y como se me daba bien hacer casi de todo… Como me gustaba el tema de los animales, me tocó tener que sacrificar muchos. De hecho adquirí una gran destreza. Era capaz de sacarle la piel a un ternero de 200 kilos en 13 minutos, batía récords, era un máquina. Pero aquello acabó hartándome porque, ya sabes, este es un sitio donde se celebran muchas fiestas, en las fiestas se come mucha carne, de manera que si seguía así me iba a convertir en un verdugo. Y eso sí que no. Hasta aquí llegamos, me dije. Y pensé en lo de los toros porque, al menos, en el toreo se luce el animal antes de morir y, además, a fin de cuentas es un encuentro cara a cara, a solas, entre hombre y el animal. Pero nunca llegue a hacerlo”.

El escultor Manolo Paz junto a algunas de sus obras en su finca. Ricardo Grobas

... marinero

Haber sido marinero es una de las cosas que más me han enseñado a valorar la vida. Empecé en la pesca de bajura, anduve a cerco, al can, a la horquilla…todas las artes que se practican por aquí, hasta hice pesca submarina, como casi todos los de mi generación porque aquí, ya sabes, el mar es como una segunda madre. Si necesitas dinero, y lo necesitas ya, hazte unas cuantas mareas. De aquella faenaba en la ría y el trabajo no me resultaba tan duro, aunque visto hoy sí que lo era. Pero mi visión del mar cambió radicalmente cuando decidí embarcarme en el Gran Sol. Tenía 17 años y era la primera vez que me iba de casa. Como tenía que embarcarme en Trincherpe, tuve que desplazarme allí, donde estaba el barco, y además lo hice en un tren. Aún recuerdo cada detalle de aquel tren: los asientos, las fotos en blanco y negro de castillos que había en el compartimento…Ahí ya me empezó a entrar la morriña, pero lo peor vendría después. Porque en el Gran Sol sí que sentí que el mar era verdaderamente duro, y ya no solo por el trabajo en sí, sino por aquellas sensaciones que experimenté, especialmente la de sentir que estaba en otro planeta, porque el mar es otro planeta, eso sí que lo sigo pensando aún a día de hoy. Sales al mar y no sabes realmente a dónde vas, es como si te adentraras en una galaxia desconocida. Así que, cuando desembarqué, lo tuve muy claro: “Esto, para mí, nunca más”.

Sobre Manolo Paz

Su obra forma parte de importantes museos y colecciones privadas e institucionales como la Fundación ICO, el Museo de Duisburg de Alemania, la Fundación Oriente de Lisboa, el Museo Unión Fenosa de A Coruña, el Parque escultórico Namakunay de Japón o la Colección de Arte ABANCA.

A mediados de los noventa realiza uno de los conjuntos escultóricos más significativos de Galicia, Familia de Menhires, cerca de la Torre de Hércules, que llegaron a ser portada de revistas como National Geographic. 

Un Menhir de 120 toneladas y 10 metros de altura se instala en el año 2011 en los accesos al aeropuerto de Santiago de Compostela. También en la capital gallega es autor de “Espellos do Camiño” en la Cidade da Cultura.

Desde 2021, forma parte de alineación de artistas vinculados a la galería madrileña Max Estrella.

A lo largo de este verano ha expuesto en la Cidade da Cultura de Santiago, patrocinado por la Consellería de Cultura, el conjunto escultórico “A distancia que nos une”, que también se instalará en Madrid, donde asimismo lucirá próximamnte su escultura “Reflejos de Madrid hacia el cielo”, un encargo del ayuntamiento madrileño. En la capital de España, y concretamente en el Museo Thysen, se expondrán las tres piezas que pueden verse en este reportaje y que, de momento, acoge en su taller.

-¿Su último sueño? "Realizar un conjunto escultórico relacionado con el mar que recorra toda la Galicia costera y marinera".

-¿Su secreto para seguir interviniendo la piedra? “Trabajar menos con la fuerza física y más con la cabeza. Es lo que yo llamo tener oficio”, sentencia.

Nueva York, 1983

“Aquella, mi primera visita a Nueva York, cambió mi visión del arte, y no tengo reparos en confesarlo. En aquella época, en aquellos años, antes de partir, yo estaba empecinado en las formas muy aéreas, por eso había hecho la serie “Satélites”…incluso proyectaba diseñar un avión, hasta que me enteré de que eso ya se había hecho antes. Notaba que el mundo estaba cambiando, que evolucionaba, y además muy deprisa, y parecía que nos acercábamos a su fin, así que quería dar respuesta a eso en mi arte. Pero al llegar allí comprobé que lo que se estaba haciendo iba por otros derroteros, que de lo que se trataba era de contar en el arte la cultura de cada sitio: lo hacían los americanos, los chinos, los japoneses…. Y me pregunté: ¿Quién entonces va a contar nuestra cultura, la cultura gallega? Teníamos que ser nosotros. Y pensando en mí: tenía que ser yo. Desde entonces apliqué esta conclusión a mi trabajo y procuro siempre que mi obra esté muy unida a la tierra, a mi tierra. No estoy seguro, pero creo que llegué a esta conclusión precisamente cuando viajé por primera vez en avión. Todos los que viajan en avión lo que quieren es aterrizar cuanto antes ¿no? Pues lo mío es algo parecido. Hay que volver a la tierra, de donde venimos y a donde volveremos, hay que defender la tierra, y eso es el principal legado que podemos dejar a las venideras generaciones. Por eso dejé las formas de hormigón, sobre las que trabajaba, y volví a la piedra, pero de una manera diferente a como lo había hecho hasta entonces. Porque si antes transformaba la piedra en busca de formas naturales, a partir de ahí me di cuenta de que la propia naturaleza nos da las formas naturales y que lo que hay que hacer rescatarlas e intervenirlas lo menos posible, para no estropearlas, y eso es lo que hago en mi trabajo, plantearme cosas que nunca se habían planteado en nuestra escultura”.

El escultor "inmerso" en una de sus obras. Ricardo Grobas

El misterio de la piedra

“En cierta ocasión dije que yo buscaba desentrañar el misterio de la piedra, pero igual se me entendió mal. La piedra contiene mucho más que misterio, contiene vida. No hay dos piedras iguales, cada piedra es distinta. Yo lo que hago es entrar dentro de ella, abrir ventanas que nos dejen ver el paso del tiempo, que nos descubran el paisaje cuando ya nos vayamos. La estructura de Galicia es nuestro ADN en piedra; ahí están los petroglifos, los menhires, las mámoas… Nuestra historia está escrita en la piedra, por sí sola, o a través de la pintura sobre piedra. La piedra es el ADN de Galicia y si no existiese Galicia tampoco existiría yo, ni mi obra, o sería una obra carente de identidad que no valdría para nada. En el fondo, lo que yo hago es una escultura actualizada de la Galicia de antes pero ¡ojo! no la escultura de antes, sino de la de ahora, la contemporánea”.

Los espacios

“Cada vez que emprendo una obra pública, lo primero en lo que pienso es en el espacio en que va a ser ubicada. Tengo un respeto sagrado por la obra pública porque es la que está al alcance de todas las personas por igual, porque dota de identidad a los sitios y porque, si de verdad es buena, produce buenas vibraciones en aquellos que la contemplan. Mira los casos de la Cibeles, de Neptuno… ya nadie concibe esas esculturas sin que ellas estén ahí, de hecho parece que hubieran estado siempre, desde la inmensidad de los tiempos. Lograr eso en mis obras es un objetivo que casi me obsesiona, me persigue y lo persigo. ¡Y hay tantos espacios! Será por eso que cuando yo veo espacios que me gustan, imaginativamente les pongo las esculturas. ¡Me pasa mucho eso!”.

La libertad

“Contra lo que pueda parecer, yo no he tenido muchos encargos. De eso suelo encargarme yo, debe ser por mi fuerza de voluntad, de rebelarme cuando parece que tengo al mundo en mi contra. Es mi manera de ser libre, de tener libertad para vivir y para sentir. Y también he hecho encargos, claro. Ahí están los menhires, el Espello do Camiño de la Cidade da Cultura… Los encargos me llegan de dos maneras: una es que me digan por dónde quieren que vaya el tema y la otra es el “faino ti” como quieras. Y ahí es donde tengo también toda la libertad…y también toda la responsabilidad, claro, pero es que también me gusta asumir responsabilidades”.

El trío que expondrá en el Thyssen. Ricardo Grobas

Las fronteras del arte

“Hoy circula tanta información sobre el arte que hasta parece que todo es igual. No creo que el arte tenga fronteras pero, para mí, toda obra debe tener identidad, mucha identidad, si quiere aportar algo. Mi obra se mueve dentro de una filosofía que defiende conceptos como el arte-naturaleza, el medio ambiente, los parques públicos, que son necesarios para que las ciudades respiren, tengan pulmones. Claro que, también, el arte es muy libre, de una obra no puede haber solo una visión o una explicación, aunque sean las del propio autor, porque cada persona es, debe ser, libre, para interpretarla. ¿Por qué alguien no puede encontrar algo que ni siquiera ha percibido el artista? Y no solamente eso: la misma obra se puede ver un día de una manera y otro, de otra. Lo importante, ya lo dije antes, es que transmita buenas vibraciones cada vez que pasas por ahí. Porque si no es así, se convierte en un estorbo”.

 -¿Por cual de sus obras le gustaría ser recordado?

-Por alguna de las que todavía no hecho.

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