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Alberto Manguel: "Vivimos en sociedades de consumo, y un consumidor no puede ser inteligente"

Eso es como preguntar si, ahora que tenemos tantos automóviles, tiene sentido todavía conservar las piernas"

Alberto Manguel fue "ayudante de lectura" de Jorge Luis Borges.

Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) es el lector de lectores. Escritor, traductor y ensayista, ha firmado libros de culto para amantes de los libros, como Una historia de la lectura, Guía de lugares imaginarios o Leer imágenes. Hace pocos meses fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Argentina, un cargo que ocupó Jorge Luis Borges, a quien Manguel conoció con 15 años, pues trabajó para él leyéndole libros.

-¿Cuánto ha cambiado la experiencia del lector con la lectura en pantallas?

-Un texto no existe en el vacío, existe en el soporte que le damos. La Epopeya de Gilgamesh, por ejemplo, no es la misma leída en una tablilla de arcilla que en un rollo de papiro, en un libro impreso o en una pantalla. El contenedor da ciertas características al texto que para el lector algunas son conscientes y otras inconscientes. Por de pronto, el lector determina por lo general la página que está leyendo, el espacio físico de la página. En la lectura en pantalla no se facilita tanto el comentario en los márgenes. El libro electrónico, además, es menos interactivo en el sentido de que usted puede ir a cualquier parte del texto electrónico pero no tiene un sentido físico de dónde está. Es lo que ocurrió cuando pasamos de la tablilla de arcilla al rollo de papiro.

-Usted decía en Una historia de la lectura que una persona leyendo un libro en un rincón era el acto mayor de subversión posible. ¿Ocurre lo mismo con una persona en un rincón mirando una pantalla?

-Sí. La prueba está en que muchos de los movimientos políticos de nuestra época actual se han iniciado de esa manera, a través de una rebelión individual de un lector de pantalla sentado en un rincón. Por supuesto, como la censura corre paralela a cada acto intelectual, la creación de esta lectura electrónica ha resultado en la creación de una censura electrónica. Por ejemplo, la censura del Gobierno chino.

-Internet, dicen, es la mejor herramienta para difundir ideas libremente. ¿Es real esa libertad?

-En la biblioteca de Alejandría el lector estaba confrontado a un sinfín de documentación que resultaba inútil, a menos que encontrase una manera de ir hacia lo que estaba buscando. Por eso Calímaco creó el primer catálogo anotado, que indicaba cuáles eran las obras más importantes y por qué razones. Este instrumento de búsqueda, que, por supuesto, también es un instrumento de censura inconsciente, lo usamos nosotros para buscar en internet. Esos instrumentos, si bien son útiles y necesarios porque si no no podemos llegar a nada, son muy poco fiables en dos sentidos. Primero, porque está limitado por la coincidencia de palabras homofónicas. Usted busca "Pablo" y le da los miles de Pablos que tienen comercios de gallinas en Galicia y también San Pablo. El lector tiene que construir su método de búsqueda. Por otra parte, esta tecnología posee la calidad de la memoria. Nosotros confiamos mucha más memoria a esta tecnología que la que confiábamos a un texto impreso.

-¿Todos los libros son iguales? ¿Es lo mismo Paulo Coelho que Stendhal?

-No, por supuesto, no. Ahora, lo que el lector construye con la lectura del texto resulta en texto. Eso era lo que Borges propone jocosamente en el relato Pierre Menard, autor de El Quijote. Un párrafo con las mismas palabras supuestamente escrito por Cervantes es distinto de esas mismas palabras supuestamente escritas por Pierre Menard por el contexto que le damos. Si nosotros tomamos una página de Paulo Coelho y decimos que esto fue escrito por Shakespeare, de pronto decimos: bueno, fue Shakespeare en un mal momento pero fue Shakespeare. Tiene ese prestigio. No cambiamos las sandeces que dice Coelho, pero le damos otra calidad.

-Se lo preguntaba por si hay lectores de primera y segunda división.

-En la gastronomía una persona puede almorzar en McDonalds o en el mejor restaurante. Sí, come carne, come pan, come patatas, pero obviamente no es la misma cosa. El estómago reconoce algo distinto, como la mente reconoce algo distinto.

-¿Tiene sentido seguir conservando bibliotecas en papel?

-Es como preguntar si ahora que tenemos tantos automóviles tiene sentido tener piernas. Yo creo que sí porque hace días yo vine a España y venir caminando me hubiera llevado mucho tiempo. Prefiero el automóvil.

-¿La presencia física del libro ayuda al lector a apegarse más a la historia que allí se cuenta?

-Sí y no. Porque si estamos hablando de esas calidades que da el soporte, leer un texto de Platón en una pantalla electrónica puede darle a uno la sensación de que Platón es más contemporáneo que si lo leyera en un rollo de papiro. Son impresiones. Las palabras siguen siendo las mismas, pero el soporte les da otra calidad. El libro físico para mí, pero es una cuestión de costumbre, tiene una calidez y un sentido de presencia física, de "lugar" en el que puedo estar, que no tiene lo fantasmal de la pantalla. Pero, por ejemplo, para mi hijo es otra cosa. Él lo siente de otra manera. Supongo que para mis nietas el futuro será otro y verán estos gadgets con los que usted graba esta entrevista y dirán: ¿pero qué son estos vejestorios?

-¿Mientras se lee se pierde el paso de la vida?

-Flaubert escribió a una amiga: "Lee para vivir", le decía. Los libros no nos alejan de la vida, nos ponen de bruces en la vida, nos abren las puertas a la realidad y nos dan las palabras para nombrar nuestra experiencia. Una persona que no lee, que no se permite compartir el mundo intelectual de todos nuestros pasados, puede tener la experiencia de la vida pero no sabe lo que es.

-Usted ha escrito una historia de la curiosidad. ¿La curiosidad que nos hace progresar está siendo reemplazada en la era digital por una curiosidad banal?

-Cuando Covarrubias, en el siglo XVI, en su Diccionario Etimológico, define la curiosidad empieza describiéndola como un estudio cuidadoso de algo. El cuidado que le damos al detalle. Curiosidad tenía ese sentido en el principio. De cuidado, "curiositas". Pero en un anexo a su Diccionario más tarde agrega que esta "curiositas" puede ser nefasta sin esta preocupación del detalle y cuando la aplicamos a cosas sin importancia, al chisme por ejemplo, a lo que hace el vecino. Desde siempre, la noción de curiosidad tuvo estas dos connotaciones. Para un Gobierno totalitario, la persona que busca con curiosidad saber qué está en un libro prohibido se convierte en criminal. Tenemos que ver de dónde vienen esos límites que se imponen a la curiosidad. Pero esto ha sucedido siempre.

-¿Hay algo así como una conspiración universal para que dejemos de pensar?

-No creo en las conspiraciones universales. Simplemente, la mayor parte de nuestras sociedades son sociedades de consumo. Un consumidor no puede ser una persona inteligente. Esa inteligencia natural con la que nacemos debe ser deliberadamente borrada para convertirnos en consumidores. Para hacernos comprar cosas que no necesitamos. Para hacernos creer que seremos más hermosos y felices con tal automóvil, con tal par de zapatos. Esas estupideces solamente pueden ser creídas a partir del abandono de una cierta inteligencia que se realiza sistemáticamente proponiendo que los valores de una sociedad sean lo fácil, lo rápido, lo ameno. También rodeándonos de ruidos, de imágenes vacías. Todo eso contribuye a distraernos de nuestro propio pensamiento, de nuestra propia identidad y nuestra propia inteligencia.

-¿Y qué pensaría Borges de internet? Parece un invento suyo.

-Él escribió La biblioteca de Babel, una biblioteca en la que está todo libro escrito o por escribir. Todo libro posible, basado sobre la combinación de las letras del alfabeto, de los signos de puntuación y el espacio. Por supuesto, una computadora funcionando durante casi una eternidad podría computar eso que se refleja en internet. Pero olvidamos que Jorge Luis Borges concibió esa biblioteca como una pesadilla, como un sinsentido donde para encontrar una frase que fuese coherente tienen que pasar varias generaciones de bibliotecarios. Volviendo a lo que decía: sin instrumentos de búsqueda toda acumulación de información es inútil. Tener todo es como no tener nada. A menos que sepamos qué es lo que buscamos

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