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¿Soportaríamos las terceras elecciones?

El PSOE confía en último caso en que una abstención del PP permita gobernar a Sánchez, pero el resultado electoral, aun propiciando un Ejecutivo, puede terminar en más inestabilidad

Las encuestas son el aperitivo antes del atracón de realidad que establece el resultado electoral. Los españoles llegamos hoy a esta jornada de votaciones en un marco incertidumbre. Si hacemos caso a las encuestas, el PSOE volverá a ser el partido más votado, pero no es quién gana lo que se dirime hoy, 10N. La clave está en quién suma más. Ni siquiera sumar significa ganar. Esta convocatoria electoral conlleva una matemática endiablada; tanto que puede acabar enredando a los propios actores políticos.

La batalla está en las mayorías. ¿Sumará el eje formado por el PSOE, Unidas Podemos y Más País más escaños que el triplete del centro-derecha conformado por el Partido Popular-Ciudadanos y Vox? Esa aritmética será la que permita a cada cual considerarse victorioso de las elecciones. Da igual que el PSOE sea el partido más votado (como todos los trabajos demoscópicos parecen dejar claro): la derecha puede armarse de argumentos ganadores si interpreta que la batalla está en sumar más que la triple alianza izquierdista.

En cualquier caso, se trata de una victoria pírrica. La investidura del presidente del Gobierno la decide la mayoría del Congreso y, si no hay entendimiento entre los bloques ideológicos, la decidirán el resto de partidos, incluyendo las formaciones nacionalistas y separatistas vascas y catalanes. El gobierno de España, todo parece indicar, estará en manos de los partidos que cuestionan con más o menos beligerancia el modelo de país. El escenario resulta pues, retorcido. Los partidos han convocado a los españoles a unas segundas elecciones, incapaces como han sido de interpretar con pactos y acuerdos el mandato de las urnas. Por segunda vez, los votantes están llamados a resolver el sudoku que las fuerzas políticas no han sido capaces de desenmarañar. Pero, ¿y si ahora el problema resultase aún más irresoluble?

El comodín del público se agota. Exigir por tercera vez a los españoles que resuelvan la incapacidad de los partidos para mirar por encima de sus propios intereses supone un severo coste democrático. Fueron conscientes de ello los viejos socialistas que, con Javier Fernández al frente, doblegaron al PSOE a abstenerse para permitir a Mariano Rajoy gobernar en minoría. Ahora, el equipo de estrategas de Pedro Sánchez fía a una abstención del Partido Popular de Pablo Casado la resolución del probable conflicto que puede dejar sobre la mesa la consulta electoral de hoy domingo.

El caso es que la vieja guardia del PSOE se esmeró, incluso a costa de abrir una guerra interna, en evitar el trago de unas terceras elecciones a los españoles. Podría recordarles los argumentos que Javier Fernández esgrimía en público y en privado: supondría una devaluación insostenible de las instituciones e, incluso, podría abrir un debate sobre el modelo democrático que nos había garantizado estabilidad y prosperidad tras la dictadura.

¿No resulta paradójico que Pedro Sánchez fíe ahora su gobernabilidad (para evitarse el trago de ser investido presidente con los votos de los nacionalistas) a una abstención de los populares? Constituiría una sorprendente justicia poética que el PSOE de Sánchez que tanto odió doblegarse a una abstención para que gobernase el PP terminase suplicando esa misma actitud a los populares.

En cualquier caso, todo parece indicar que el gobierno que salga tras estas elecciones tendrá una inestabilidad inherente muy compleja. Si el bloque de izquierdas pacta ahora lo que no fue capaz de pactar en abril, tendrá que gobernar sabiendo que debe ese respaldo, muy probablemente, a los partidos nacionalistas o independentistas. El bloque de la derecha tendrá argumentos de sobra para proclamar que el gobierno no refleja la verdadera voluntad popular a poco que los tres partidos superen en escaños a las formaciones de la izquierda.

¿Soportarían los españoles una llamada a unas terceras elecciones? Ahí reside la clave: dónde se establece el límite para considerar que la incapacidad de los partidos para alcanzar acuerdos debe conllevar una reforma seria de nuestras reglas democráticas para armarnos de herramientas que eviten una inestabilidad permanente. Por eso, otra convocatoria más quizás nos lleve a un escenario bien distinto al actual. Cuidado.

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