Entrevista | Ana Cela Neira Periodista y escritora estradense

“Escribir resultó ser el propulsor que necesitaba para empezar a nadar y salir del pozo”

“La salud mental no es la hermana pequeña de la sanidad, es la hermana fea de la que nadie quiere hablar”

El viernes día 12 presenta su primer libro "Mamá, sorrí sempre" a las 20.00 horas en el MOME

Ana Cela, ayer, en la histórica Cafetería Farola de A Estrada.

Ana Cela, ayer, en la histórica Cafetería Farola de A Estrada. / Bernabé/Javier Lalín

Cela llega tarde a la cita. No es algo raro. Lo hace acompañada por ese caos que la persigue en su día a día por mucho que corra. Trae dos cafés que amenazan con caerse y me sonríe de forma forzada. Está nerviosa. Es la primera vez que tiene que ponerse al otro lado de la mesa y se le nota. Esto no va a ser fácil. Mientras que sienta parloteando me doy cuenta de que esta no es una entrevista más. Cela le da un sorbo al café y me sonríe. A estas alturas ya guardé las preguntas que tenía preparadas. Solo queda recostarse en la silla y asumir que hoy toca algo diferente.

–No sé muy bien por dónde empezar, así que lo haré por el principio. Recuerdo que el día que la conocí pensé que duraría poco en esta delegación. Una mujer decidida, fuerte y con talento, me parecía destinada a comerse el mundo. ¿Se sigue sintiendo igual 20 años después?

–Nunca tuve la sensación de que fuese a comerme el mundo pero sí que tenía mucha más fuerza que la que tengo ahora. Esa Ana Cela enérgica fue arrasada por la vida y las circunstancias. La vida nos vapulea en muchos momentos y esas aspiraciones que tienes cuando eres un soñador recién licenciado se van quedando por el camino. El periodismo es una vida perra y vas viendo que la imagen que tenías no es fiel a la realidad. Poco a poco vas perdiendo fuelle y la vida te va encasillando. Cuando tienes el arrojo suficiente para ir en otras dirección siempre hay algo de tu vida que te lleva a quedarte. Creo que de esa Ana Cela solo quedan los rastrojos.

–Le recordaba esa imagen para explicar la sorpresa cuando un día vimos como esa mujer que parecía capaz de todo, se rompe. Es un día que usted cuenta en su libro de una manera muy sutil a pesar de la dureza del momento. ¿Cómo recuerda ese momento desde la perspectiva de varios años?

–Ese momento no se me va a olvidar nunca en la vida. En el libro cuento que fue como si el suelo se abriese y me cayese dentro. Sé que es una imagen muy manida pero fue como si algo me engullese. Fue una sensación de suma desesperación. Recuerdo estar en el parque, siendo incapaz de parar de llorar. Solo quería que todo se fundiese en negro, caerme por ahí y que se acabase todo. No era capaz de sobreponerme a una cuestión en la que, en cualquier otro momento, hubiese soltado cuatro tacos o dado un portazo y no hubiese pasado de ahí. Creo que era tal el peso acumulado durante años que no daba ni respirado. En ese momento llamé a mi marido y no conseguí ni explicarle qué me pasaba. Él fue quien me dijo que fuese al ambulatorio y allí tampoco me di explicado. Dejé que hiciesen conmigo lo que quisiesen. Era un trapo.

–¿Si volviese atrás, a antes de ese día, y sabiendo lo que sabe ahora, cree que podría evitar llegar a ese punto o era inevitable?

–Era inevitable. Incluso ahora, viéndolo desde fuera del pozo, aunque todavía no del todo, creo que no podría hacer nada. A veces uno se acostumbra a tener un día gris pero cuando llevas acumulando muchos días grises todo se acaba fundiendo en negro y ya no ves la luz. Es como si cargas una mochila de piedras hasta que ya no tienes fuerzas para llevarla.

Ana Cela.

Ana Cela. / Bernabé/Javier Lalín

–En ese punto es donde se inicia la historia que se esconde en “Mama, sorrí sempre”. ¿Cómo y cuándo decide ponerse a escribir todo lo que le estaba sucediendo a partir de ahí?

–A partir de ese día, el 20 de noviembre de 2021, una fecha que no olvidaré, pasé mucho días en los que solo cumplía con mis funciones vitales y con las obligaciones más básicas para con mis hijos. No era capaz de hacer nada más. Un día mi hija Sofía me dejó una notita en la que ponía “mamá sonríe siempre”. En ese momento descubrí cómo me veía ella. Fue como un resorte, como un click en mi cabeza. Decidí que si no lo hacía por mí, tenía que hacerlo por ellos. Escribir resultó ser el propulsor que necesitaba para empezar a nadar y salir del pozo. Vi que después de escribir esas dos páginas o las que me apeteciese hacer en ese momento, me sentía mucho mejor. Fue una terapia perfecta para mí.

–Los que vivimos de escribir sabemos que hay formas de escribir, ¿cómo fue su caso en esa situación?

–Muchos de estos artículos están escritos desde el móvil de noche. Yo pasaba muchas noches en blanco. Prefería no dormir, porque las pesadillas eran muy intensas. Los textos salieron todos de corrido. Nunca volvía atrás sobre ellos. Tal y como surgían, así quedaban.

–En el periodismo estamos acostumbrados a marcar distancias con lo que escribimos pero en este caso a usted no le quedó más remedio que cambiar de rol y convertirse en protagonista. ¿No sería fácil?

–Para nada. Bromeaba estos días contigo que siempre pensé que el día que fuese protagonista en el periódico sería por mi esquela. Realmente nunca me planteé que esto fuese a ser utilizado y que alguien más que yo lo leyese. Sin embargo, cuando llevaba escrito muchos de los textos llegué a pensar que a mí me habría gustado leer algo así. Cuanto estas en ese pozo del que hablaba estás muy solo. En ese momento ayuda mucho cuando alguien te comenta que tuvo pensamientos similares a los tuyos. Creo que si yo hubiese tenido estas páginas me habrían ayudado y podría ver que esto se pasa con ayuda de terapia y medicina. Así fue como hablé con Xosé Luna, que me animó a publicarlo. Cuando ya estaba todo el marcha debo reconocer que decidí frenarlo. Por un momento sentí pudor de que alguien leyese lo que había escrito. Al final me di cuenta de que estaba siendo una hipócrita. No podía estar defendiendo la necesidad de tratar la salud mental y de ventilar las heridas y no atreverme. Así que volví a darle al libro para delante.

“Todavía soy incapaz de volver a leer el libro”

Ana Cela.

Ana Cela. / Bernabé/Javier Lalín

–¿Cómo se siente ahora cuando vuelve a leer esos textos que escribió en sus peores momentos?

–No puedo responderte a eso porque soy incapaz de volver a leer el libro porque todavía me remueve demasiado. Cuando se estuvo nadando en ese agua, uno siempre está mojado. Creo que ahora mismo tengo la cabeza fuera pero no quiero sentir a través de esas páginas lo que sentí estando dentro. Lo intenté pero no fui capaz. Antes de enseñárselos a Luna le eché una visual rápida pero no hice muchas correcciones. Eran descarnados y honestos. No creí que fuese necesario cambiar ni maquillar nada. Después de ese vistazo no volví a leerlos, ni siquiera para corregirlos, algo que le pedí a mi amiga Laura Filloy.

–¿Considera que todo el mundo puede sacar algo positivo de este libro?

–Creo que la gente que se siente por encima de esto y que dice que no tiene los pies en el agua está siendo una necia. Absolutamente todos somos capaces de caer en ese pozo en algún momento. Yo no consideraba que lo fuese. Nunca pensé que estuviese acumulando piedras para caerme de cabeza. Por eso creo que es un libro necesario para todos. Está escrito, obviamente, desde la experiencia traumática de una persona pero creo que son textos con algo de luz. Siempre fui consciente desde ese pozo que había alguien por quien luchar ahí fuera. Eso es lo que intenté transmitir. El problema es que la salud mental no es la hermana pequeña de la sanidad, es la hermana fea de la que nadie quiere hablar. Parece que aceptamos cualquier prueba diagnóstica pero si se trata de un dolor del alma nos los callamos. Como sociedad creo que no debemos dejar que esas heridas acaben supurando por no haberlas ventilado.

–Y si miramos hacia delante, ¿cree que con lo que ha aprendido evitará que caiga de nuevo?

–Todos podemos caer y volver a caer en algún momento. Sin embargo, he aprendido a no acumular más piedras en mi mochila. Ahora las tiro contra quien sea. Sé dónde están mis cicatrices y qué es lo que puede abrirlas, así que me construí mi propio escudo.

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