Silvia Alende / TERRA DE MONTES

Ni una ni dos. Tres fueron las veces que un cuervo tocó en la ventana de una casa situada en una aldea de Cerdedo en la que al poco tiempo se murió un miembro de la familia que habitaba el inmueble. Tres son también las veces que los muertos llaman por los vivos para que los acompañen en su trayecto. Y es que si hay un número simbólico de la muerte, ése es el redondeadito 3. Éstas y otras creencias populares acerca del último viaje en Tierra de Montes fueron recogidas por Francisco Rozados "Rochi" como componente esencial de su trabajo "Terra de Montes. Estudo Antropolóxico", estudio que aparece publicado también en la última edición de la revista cultural y turística del Concello de Forcarei, Cotaredo.

"As crenzas sobre a morte, os mortos e a súa relación cos vivos son, xunto cos relatos sobre mouros, a manifestación máis coñecida do imaxinario colectivo galego". Así de tajantes son las palabras elegidas por Rochi para iniciar su colaboración en la citada publicación local. Podría afirmarse que los rituales referidos a la muerte y la creencia sobre la existencia de tesoros escondidos en rocas son dos de las piedras angulares de la cultura popular gallega, con gran presencia también en Terra de Montes. Considera la mitología que aquéllos que un día se van para no regresar jamás, se convierten en vigilantes de los vivos, teniendo incluso un poder sancionador sobre las conductas de éstos. Y es que, llegados del "más allá" habitaban entre sus antiguos familiares y vecinos para velar por que el comportamiento de éstos fuese el correcto. Estas "almiñas", tal y como las identifica el citado autor del estudio, tenían la capacidad de aparecerse en iglesias, cementerios y también casas y caminos, contribuyendo a que el paso de los años hiciese aumentar el número de leyendas acerca de personas que creían haber visto, sentido o percibido apariciones y señales de fenómenos sobrenaturales.

El día en que murió, un hombre que había cruzado el charco para emigrar hasta México, se le "apareció" a su tío en una aldea de Beariz. El signo de la muerte fue claro: el "aparecido" murió a esa misma hora lejos del lugar en el que se encontraban sus raíces. Estas visiones no sólo pronosticaban, siempre en base a la mitología popular, el tránsito de otras personas a la otra vida, pues si uno se veía a sí mismo en su entierro para el imaginario popular cabía únicamente un diágnostico: esa persona abandonaría pronto el mundo terrenal. Una vez ocurrida la desgracia, la muerte se convertía para los vecinos del fallecido en un momento en el que, más que nunca, debían demostrar su solidaridad con la familia. Se encargaban de todo: preparaban la comida durante el velorio, atendían la casa y por supuesto cuidaban de los animales. Pero los peligros no dejaban de acechar, pues el "aire do morto" era un mal del que era necesario cuidarse. Así, no debía dejarse que la sombra del ataúd incidiese sobre los asistentes al velorio o que los niños durmiesen en el transcurso del cortejo fúnebre. Tan ricas como variadas son las leyendas relacionadas con la cultura de la muerte en Terra de Montes. A falta de explicación científica fiable, no se sabe muy bien si lo que se cuenta es por que se ha visto o por que, simplemente, se cree haber visto.