Historias irrepetibles

El patrón de fin de semana

La primera edición de la Vuelta al Mundo a vela, de la que se cumplen ahora cincuenta años, acabó con el sorprendente triunfo de un barco mexicano patroneado por un empresario que había comenzado a navegar solo tres años antes

Carlín, abajo ataviado con un sombrero, junto al resto de su tripulación.

Carlín, abajo ataviado con un sombrero, junto al resto de su tripulación. / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Ramón Carlín, un empresario nacido en Puebla en 1923, había hecho una pequeña fortuna en México gracias a la venta de lavadoras y de otros pequeños electrodomésticos. Era un ejemplo de constancia desde que dejó la escuela en secundaria. Abandonó su ciudad siendo adolescente para buscar trabajo en Ciudad de México donde trabajó en una fábrica de jabón antes de aventurarse en la venta de pequeños enseres para el hogar. El éxito le empujó a dar un salto más grande y fundó Comercial Doméstica, la empresa que le permitiría disfrutar de una cómoda situación económica.

Aunque siempre fue una persona con espíritu aventurero, Carlín nunca pudo imaginar el episodio que iba a protagonizar entre 1973 y 1974. Solo dos años antes su hermano, que le acompañaba en sus negocios, entró en casa y le comunicó que acababan de comprarse un velero.

–“Pero si no sabemos llevarlo” le respondió Ramón.

–“Pues aprendemos”.

Llevaron el barco a Acapulco, donde la familia tenía una casa a la que se escapaban en cuanto podían y allí Ramón Carlín desarrolló una afectuosa relación con el mar. Se convirtió en el clásico patrón de fin de semana, buscó la manera de aprender y mejorar, recibió clases y cursos y en su grupo de fieles amigos comenzaron a entrar diferentes regatistas. Cada vez pasaba más tiempo en el mar y trató de inculcar esa misma pasión a sus hijos (tenía diez) aunque solo Enrique, el menor de ellos, heredó esa afición náutica. Precisamente fue Enrique uno de los personajes claves de esa historia. En 1972 estaba estudiando en un colegio irlandés a donde su padre le había enviado para frenar sus deseos de casarse con su novia que aún era menor de edad (lo haría igualmente). En una visita a Irlanda, Ramón Carlín se quedó impresionado por la publicidad que se estaba haciendo a la primera Vuelta al Mundo en vela que estaba previsto arrancase el 8 de septiembre de 1973. Hacía poco que la Royal Naval Sailing Association y la cervecera Whitbread se habían unido para crear una regata oceánica en la que los veleros competirían por ser los primeros en dar la vuelta al mundo en cuatro etapas eternas, durante 27.000 millas, sometidos al rigor máximo de los océanos y a condiciones infernales. Desde el primer momento comenzaron a inscribirse proyectos (sobre todo británicos y franceses), atraídos por la aventura y también por la repercusión mediática que despertaba. “Oye, ¿nos vamos a hacer un viaje alrededor del mundo?” le dijo Carlín a su hijo durante uno de sus paseos por Irlanda.

Aquello no fue una frase lanzada sin más. Ramón Carlín regresó a casa y comenzó a trabajar en una idea que parecía una absoluta ocurrencia. Durante días vivió colgado del teléfono hasta que finalmente formalizó la inscripción de su equipo, aunque desconocía la clase de barco en la que competiría. A diferencia de las últimas ediciones en las que la Volvo Ocean Race (la antigua “Whitbread”) ha unificado la clase de embarcaciones, aquellas primeras ediciones permitían competir en veleros de muy diferente clase que luego se ajustaban en la clasificación por tiempos compensados. Antes de decidirse, Ramón Carlín consultó a decenas de patrones, navegantes y diseñadores en busca de la mejor elección, de una clase de bote que garantizase un nivel de resistencia. Finalmente se decantó por comprar un Swan 65, un barco hecho en fibra de vidrio de 65 pies, al que bautizó como el “Sayula II”, el nombre del pueblo en el que había nacido su mujer Paquita.

Los ingleses, organizadores de la regata que ya libraban una guerra soterrada con los franceses, se tomaron un poco a broma la presencia de un barco mexicano, el único no europeo en la competición. Incluso la prensa inglesa publicó una sonada caricatura llena de estereotipos en la que se les veía a bordo de un barco con las velas remendadas ataviados con inmensos sombreros mexicanos mientras se ponían ciegos a tequila. A la tripulación, formada por seis mexicanos entre los que estaban Ramón Carlín y su hijo Enrique, se añadieron un holandés, dos británicos, dos americanos, un canadiense y un australiano con cierta experiencia en regatas de esa clase y acostumbrados a lidiar con los vientos que se iban a encontrar por el camino. A última hora se subió también al barco Paquita, la mujer de Carlín, con la idea de que preparase la comida para la tripulación. Porque el “Sayula II”, a diferencia de sus competidores que se decantaron por la comida en conserva o liofilizada, incluyó una nevera y un congelador en el que conservaron cantidades importantes de hamburguesa, carne de ternera, pollo, cerveza, vinos cuidadosamente escogidos y algunos otros caprichos. En esos detalles era como si se fuesen de regata un grupo de amigos durante el fin de semana. Allí estaban en Portsmouth el 8 de septiembre de 1973 rodeados de un enjambre de pequeños veleros que acudió a despedir a los diecisiete participantes en la primera Vuelta al Mundo a vela por etapas. En la línea de salida estaban algunos de los patrones más célebres del momento como los inglese Chay Blyth y Roddie Ainslie o el francés Eric Tabarly.

En la primera etapa navegó la mujer de Carlín y uno de sus hijos completó la regata

En la primera etapa, que acababa en Ciudad del Cabo, los regatistas comenzaron a descubrir dónde se habían metido. Especialmente en el “Sayula II” donde Paquita lloraba y repetía “ pero ¿por qué me trajiste Ramón?”. Los problemas empezaron a sucederse entre la flota –un barco británico recuperó del mar a uno de sus tripulantes que se había caído– aunque los barcos llegaron más o menos en buenas condiciones a Sudáfrica. Las cosas se complicaron camino de Sydney en la etapa más larga y extrema de la regata. Paquita ya se había bajado del barco en Ciudad del Cabo, aunque Carlín subió a otro cocinero para que se ocupase de la buena alimentación a bordo. El “Sayula II” vivió un infierno al encontrarse con los feroces vientos del sur, los célebres “cuarenta rugientes” y “cincuenta aulladores” por el sonido que emiten. El frío, el viento y las olas inmensas maltrataron a los barcos. Llegaron las primeras averías, la retirada de algún participante y las primeras muertes en la historia de la regata. El “Sayula II” se libró de milagro de un incidente muy serio. Una ola lanzó por el aire a casi todos los miembros de la tripulación, que se fueron al mar y pudieron ser recuperados porque llevaban el arnés de seguridad, y dejó algo tocado el barco. Carlín tomó entonces la decisión de salirse de la ruta que seguían la mayoría de los barcos, la más directa hacia Sydney, en busca de algo más de tranquilidad. Aquella maniobra resultó muy afortunada porque el “Sayula” evitó situaciones complicadas y, favorecido por los vientos en el tramo final de la etapa, se llevó el triunfo parcial en tiempo compensado. Un regalo completamente inesperado para los mexicanos que, de repente, se encontraban peleando por la victoria en la regata.

La situación se mantuvo en la etapa que acababa en Río de Janeiro y en la que se produjo la tercera víctima mortal, circunstancia que llevó a la organización a calibrar la posibilidad de suspender la regata. Otto Steiner, miembro de la Royal Naval Sailing Association, era partidario de continuar porque desde su punto de vista los participantes asumieron ese riesgo mientras el resto de la organización no lo tenía tan claro. Decidieron esperar a que los barcos doblasen en Cabo de Hornos para tomar una decisión e incluso la Royal Navy envió un destructor a la zona para que cuidase del paso de los veleros. Felizmente la situación mejoró y los participantes llegaron a Brasil donde ganó el “Great Britain II” de Chay Blyth aunque el “Sayula II” llegó bien colocado y dejando abiertas las posibilidades para ganar la regata en la etapa que les devolvería a Portsmouth.

La organización, consciente del impacto mediático que tenía la regata en ese momento, dispuso una salida escalonada en función de los barcos con la idea de que todos llegasen más o menos al mismo tiempo a Inglaterra. Además, la posibilidad de que el “Adventure” ganase la regata para su país aumentaba el interés. El principal problema era el “Sayula II” que en tiempo compensado -la medición que realmente cuenta- estaba muy cerca de arruinarles la fiesta. La última etapa fue un problema para los mexicanos, que se quedaron sin vela de proa durante buena parte de la etapa. Pero resistieron con sabiduría en esos últimos días de navegación en los que apenas descansaron. Tras más de cinco meses en el mar, el “Great Britain II” fue el primero en completar la recorrido y el “Adventure” lo hizo poco después de él. Pero ninguno con el margen suficiente para desbancar al “Sayula II” que tocó el puerto de Portsmouth en tercer lugar pero a tiempo de asegurar su victoria en la general de la primera vuelta al mundo a vela. Acababa de producirse uno de esos grandes episodios de la historia del deporte. Un patrón novato, en un país sin tradición náutica, con un barco comprado a última hora y sin apenas entrenamiento se había llevado la primera edición de una prueba extrema como la “Whitbread”. Carlín pasó a la historia de este deporte y la suya se comenzó a conocer como “la victoria del patrón de fin de semana”. Cuando los periodistas y fotógrafos se acercaron al barco para saludar a los vencedores, Carlín se fue a la nevera y sacó unas cuantas botellas de vino, aunque lo que más llamó la atención a los visitantes fueron las latas de caviar. Aún les quedaban diecisiete.

Suscríbete para seguir leyendo