Centenario Celta

La otra mitad

Pedro Feijóo, escritor

Pedro Feijóo, escritor / Marta G. Brea

Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Honestamente, no tengo ni idea de fútbol. Quiero decir, sé que se trata de un deporte en el que no hay rival pequeño, donde juegan once contra once y en el que, al final, gana Alemania. Pero poco más. De hecho, si la cosa se pone flamenca y a alguien le da por engalanar la charla con asuntos tácticos, entonces mi capacidad para la comprensión de ciertas cuestiones técnicas se vuelve tan limitada que incluso haría bueno al diputado Casero. Ya saben, aquel que nada más tenía que escoger entre dos botones, Sí o No, y acabó equivocándose…

Vamos a ver, ahora que por fin he entendido cómo funciona eso del fuera de juego, ¿me vienen con lo del “falso 9”? Pero bueno, ¿se puede saber qué demonios es eso? ¿Acaso existen delanteros de raza falsa? ¿O es que ahora va a ser que Messi no era de fiar? No, no lo entiendo… Y, sin embargo, a pesar de todo, a mí me gusta el fútbol.

Porque sí, es verdad: la mitad del tiempo no tengo ni idea de qué leches es lo que está pasando en el campo. No lo veo, no lo entiendo, ¡no me entero! ¿Por qué decían que Julio Salinas era tan bueno? Es verdad que marcaba goles, ¡pero a veces porque el balón le rebotaba en la cara! Cuando no paraban de repetir que Dembelé era un crac, yo creía que lo decían porque siempre estaba roto. ¿Y qué tiene Vinicius para ser tan maravilloso? Si cada vez que lo veo está o bien perdiendo el balón en un regate imposible, o enfadándose mucho con el árbitro porque el colegiado no ha sabido valorar lo bien que se ha tirado a la piscina… Y ojo, que nadie se me enfade, que si algo tengo claro es que aquí el ignorante soy yo. Porque, como decía, la mitad del tiempo no tengo ni idea de qué puñetas es lo que está ocurriendo sobre el terreno de juego. Pero la otra mitad…

Es esa otra mitad del tiempo, del fútbol y, tal vez, de la vida en general, la que, como a mí, nos arrastra, nos puede, nos lleva a la mayoría. Porque ahora no me cuela que se me pongan ustedes exquisitos, amigos. ¿O acaso pretenden que me crea que aquí todos se saben de memoria las últimas alineaciones del Fortuna y del Vigo Sporting Club antes de que ambos equipos se convirtieran en uno solo? No… Para doctores la Iglesia, y para chocos Redondela. Y aquí la cosa va de emocionarse, de sentir. De vibrar. Con el fútbol, como con la vida. Y es ahí, en esa otra mitad del tiempo, en donde navega todo aquello que realmente vale la pena. Nuestro entusiasmo, nuestro sufrimiento, pero también nuestra alegría. El tiempo de la tensión, del encuentro que no llega y del gol que nos falta. El tiempo de la pasión, de los puños cerrados y de los dientes apretados. Porque en el fútbol, como en la vida, hay razón, hay técnica y hay lógica, por supuesto. Pero nada de eso vale la pena si además, ya ustedes lo saben, no hay afouteza.

Si no hay corazón…

Siendo del 75, para mí esa pasión tiene nombres, números, y hasta latitudes muy concretas sobre el césped de Balaídos. Es la emoción de ver el 2 en la espalda de Míchel Salgado, remontando la banda como si le estuviera ganando la carrera al mismísimo diablo. Son aquellas dos palabras, “Gracias, afición”, en la camiseta del bueno de Gudelj. Es el asombro perplejo ante la elegancia y la efectividad letal de aquella pareja de baile que formaban Karpin y Mostovoi. Es la sonrisa tranquila de Genaro Borrás, las paradas felinas, casi imposibles, de Sergio, O Gato de Catoira, y la astucia templada y valiente del Toto Berizzo. Es la nostalgia de las conversaciones con Domingo Villar. Y es, por descontado, esa forma tan especial en la que todo el universo vibra cuando Iago Aspas se acerca al área con el balón, casi acariciado, volando sobre su pie izquierdo.

Sinceramente, no tengo ni puñetera idea de cuáles son las diferencias estratégicas entre un cuatro tres tres, un cuatro cuatro dos o un nueve ocho seis, pero, créanme, sí sé lo que es observar la sacudida incontenible de una pasión. Soy escritor, trabajo con esas herramientas. Me va el sueldo en la certeza de que esta vibración será la correcta, en la intuición de que esta combinación de sentimientos será la que nos arrastre hacia la emoción. Para mí, es absolutamente imprescindible reconocer cuáles son los embates correctos, aquellos que harán que nos sintamos vivos. Y por eso mismo sé que todos ellos, todos, son los que se dan ahí, en esa otra mitad del tiempo. En el tiempo de la afouteza. En el tiempo del corazón…

Balaídos retumba con 'Oliveira dos cen anos'

Cedido

Eh, Celta, motor de emociones, gaviota mecánica, Oliveira dos cen anos: esta vez somos nosotros, tu afición, quienes te felicitamos y, además, te damos las gracias. En no pocas tardes, también tú has hecho que nos sintiéramos vivos. Como vecinos del abismo que somos, sabemos de lo mucho que esto vale y, agradecidos, soplamos las velas con un único deseo: ojalá vengan cien años más. Sempre Celta!