En la semana en la que el fútbol apartó viejas rivalidades y absurdas discusiones para unirse en el llanto por el mayor de sus genios, Iago Aspas encontró la mejor manera de rendir tributo a Maradona: vestirse de él. Mientras proliferaban por todo el planeta los minutos de silencio, las procesiones, los murales o las camisetas conmemorativas, el moañés eligió el más hermoso de los homenajes, el que consiste en jugar al fútbol como solo los superdotados pueden hacerlo. Su actuación, un interminable delirio, condujo al renacido Celta a una trabajada, justa, corta y tardía victoria sobre un Granada desbordado por el ingenio infinito de Aspas, pero que comprometió seriamente a los vigueses cuando se adelantó en el marcador en su primera aproximación al área de Rubén. Lo inexplicable duró hasta que en los últimos diez minutos el Celta encontró el acierto que no había tenido hasta ese momento. El partido iba camino de ser un “Poltergeist”, con diez oportunidades escandalosas enviadas al limbo o salvadas por Rui Silva, hasta que Miguel Baeza y Fran Beltrán culminaron dos acciones sobrenaturales de Aspas para sellar una victoria esencial y confirmar que de la mano de Coudet el enfermo evoluciona positivamente. La mejoría de Sevilla parece evidente que no fue una simple casualidad.

Aunque Aspas le puede robar la luz al sol, es cierto que el moañés no estuvo solo en la tarea. Hubo actuaciones individuales sobresalientes como la de Renato Tapia, cargado de mayor responsabilidad con Coudet; crecieron futbolistas como Mallo, Brais o Santi Mina, dispuesto a asumir el complicado papel de encajar todos los golpes de los centrales rivales para que otros disfruten de mayor libertad. Pero el signo de distinción fue Iago Aspas. Liberado de cualquier atadura táctica, el moañés enloqueció a la defensa del Granada, incapaz de asimilar semejante despliegue de talento. A diferencia de otros días en que su principal meta es el gol propio, Iago puso todo su talento al servicio de los demás. De su mano el Celta fue acumulando ocasiones que de forma incomprensible acababan en miradas de incredulidad. El origen siempre era el mismo, pero el remate final iba cambiando de nombre: Mina, Nolito, Brais...Ocasiones claras, paradas brillantes de Rui Silva, la consecuencia de un equipo atrevido que buscaba el balón con un hambre que parecía perdida y que luego atacaba con voracidad. Sin embargo, se adelantó el Granada. Una pérdida de Denis y un error de Murillo permitió a Milla poner el balón en largo a Suárez para que este corriese hacia Rubén perseguido por Renato Tapia. Marcó el granadino y en el ambiente se generó la sensación de que los fantasmas de toda la vida del Celta también querían acompañar a Coudet en su viaje. Pero los vigueses se levantaron rápido del golpe. En la siguiente jugada Iago armó un ataque por la izquierda, Olaza profundizó con rapidez y puso un balón al corazón del área para que Nolito batiese a Rui Silva. En ese momento el Celta bajó sus revoluciones como si asumiese que ya se había llevado un susto innecesario y que era hora de ahorrar energía. Lo hicieron rebajando una velocidad, pero sin dejar de mirar hacia la portería del Granada como demostró Brais con un descomunal remate desde fuera del área que salvó el meta portugués del Granada con la mejor parada de la tarde.

El Celta mantuvo sus constantes vitales en el segundo tiempo. A diferencia de su puesta en escena, prefirió dosificar sus esfuerzos e ir aumentando las revoluciones a medida que pasaba el tiempo. Pero siempre sin dejar de manejar el partido. Incluso Iago Aspas pareció entenderlo así y se desvinculó un tanto del choque. No fue el único. El Granada buscó gente nueva en el banquillo para airear la alineación y Coudet aguardó su momento mientras las ocasiones seguían cayendo del mismo lado. Denis disparó fuera, Mina erró un mano a mano, Tapia lanzó alto desde el punto de penalti, a Nolito se le enganchó un remate en el área pequeña. Pero con tanta desgracia sobre sus hombros, el Celta de Coudet no desfalleció. Insistió con la fe ciega de un grupo de juveniles, convencido de que acabaría por llegar su momento. Y quien llegó de nuevo fue Iago Aspas. Vestido de Maradona. Habían entrado Okay y Baeza para darle un punto más finura al equipo, pero quien inclinó el partido fue el moañés. Con diez minutos por jugar embelesó a la defensa del Granada y en medio de un mundo de piernas encontró el artificio para poner el balón en los pies de Baeza. Vallejo despejó el primer remate, pero el cordobés acabó por anotar tras una secuencia de rechaces. Sin tiempo para digerirlo, Aspas volvió a asociarse con Baeza para entrar en el área, regatear a Silva en un palmo y sin apenas espacio poner el balón a Beltrán para que cerrase la tarde. Partido resuelto, crédito para la propuesta de Coudet y esa pregunta que flota en el aire sin encontrar respuesta: ¿Qué tiene que hacer Iago Aspas para ser dueño de un sitio en la selección? Ayer su versión maradoniana no necesitó incluir el gol, tampoco el remate. Ni falta que le hace.