Gloria al Leganés, que mereció mucho más la permanencia que el Celta. El equipo vigués había protagonizado historias épicas de final feliz, como la permanencia del cuatro por ciento en 2013 y A Nosa Reconquista en 2019. Pero esta vez el papel heroico del relato le ha correspondido a los pepineros, aunque con resolución trágica para ellos. El cuadro de Aguirre, enterrado prematuramente, con la delantera esquilmada, ha competido hasta el último segundo. El Celta ni siquiera ha sido el protagonista de su propia existencia. Se ha limitado a contemplarse desde fuera, como en un viaje astral. Le debe la salvación a la mínima competitividad del Real Madrid, al criterio indescifrable con las manos y al mal disparo de Óscar en Butarque. Nada que se pueda atribuir al mérito celeste. Aunque cada permanencia es siempre un tesoro y otorga la oportunidad de enmendarse, esta es sin duda la más triste que pueden recordar varias generaciones de celtistas.

óscar, bajo sospecha

El club suele gestionar con tranquilidad las horas siguientes. Las sensaciones irán reposando. Tiempo para un análisis racional, desprovisto de pasiones. Estas extrañas vacaciones ayudarán además a curar heridas. Pero lo sucedido en las dos últimas semanas deja secuelas. Óscar, cuyas virtudes se celebraban, ha quedado bajo sospecha. No ha sido capaz de pulsar el poco nervio de la plantilla ni articular un discurso enfático. Ha contribuido a desorientar al equipo con un manejo táctico discutible. Y ayer, aunque disponía de escasas piezas, volvió a mostrarse abúlico en el banquillo, tanto en su gestualidad como en la administración de sus recursos. Sin duda es un técnico que puede ofrecer su mejor versión con una pretemporada convencional por delante, construyendo su propio proyecto desde cero. Pero la alegría que provocó su renovación se ha disipado. Tendrá mucho que demostrar.

fragilidad mental

Cada fracaso, y esta permanencia lo es por la forma de obtenerla, tiene una explicación concreta. Hubo descensos en los que influyeron las deudas, los conflictos del vestuario, las lesiones, la distracción de energías en las competiciones europeas... Esta temporada no se explica desde el desinterés de la plantilla. Al contrario, a Aspas, Denis, Rafinha, Mina, Mallo, Beltrán y demás les duele el Celta. De hecho, les importa demasiado y no han sabido canalizar esas emociones. Profesionales avezados han temblado como niños. Solo la parálisis provocada por el miedo sostiene las últimas tres actuaciones ante Osasuna, Levante y Espanyol. El equipo perico, descendido, sin sus mejores piezas, tras ocho derrotas consecutivas, jugueteó con el Celta y apenas sufrió arreones en los estertores del choque. Esta plantilla tiene muchas cualidades, pero también graves carencias que la temporada ha revelado. Y entre ellas, la fragilidad mental, la levedad de carácter, la escasez de líderes capaces de agitar el vestuario. Más allá de comprar a Murillo, Felipe Miñambres tendrá que buscar ese tipo de nervio en el mercado.

proyecto a retocar

La calidad física también flaquea. Y la directiva lo sabía desde la temporada pasada, con datos de recuperación que habían sido los peores de la Liga. Con Escribá pactaron el fichaje de interiores de ida y vuelta, por ejemplo. Sin embargo, viejos sueños como Denis y Rafinha se acabaron poniendo a tiro y modificaron los planes. Todo el diseño quedó descuadrado, especialmente entre la naturaleza de la plantilla y la del entrenador. Después, los imponderables del fútbol: mala dinámica, jugadores claves que no coinciden en buen momento de forma, lesiones... Pero el Celta, aunque no vaya a realizar muchas operaciones, necesita físico, empuje, despliegue, intensidad. Todo lo que reclamó Berizzo al llegar, quebrando el discurso del fútbol talentoso que Mouriño había mantenido durante toda su presidencia. Nadie ha reemplazado aquel vigor de Wass, Tucu o Radoja. Vadillo es más seda. Quizá Renato Tapia lo ofrezca. Hace falta más.

el colofón apropiado

El último partido compendia muchos de esos males. Óscar quiso recuperar la consistencia defensiva perdida desde el desplazamiento a Palma y jugarse la victoria a alguna oportunidad perdida. El equipo estuvo desequilibrado, con Mina cayendo a la banda de Pione y Olaza mientras Aspas vaciaba la suya para un Hugo Mallo que dista mucho de aquel capaz de frecuentar el ataque y ejecutar centros precisos. En Brais Méndez se condensó la ternura y en Beltrán, el desorden. El Celta nunca fue capaz de ejecutar una presión precisa. Condenado a recorrer muchos metros en cada ataque, su estatismo facilitó a la defensa local mantenerse intacta. Y ni siquiera a Aspas se le pueden pedir milagros todas las temporadas. El moañés cumplirá 33 años en agosto y esta temporada, especialmente dura a nivel físico por las circunstancias de la pandemia, ha batido el récord de minutos. El Celta ha vuelto a desaprovechar un año del mejor jugador de su historia -al menos, en edad moderna- y ya van quedando pocos.