Lo más entretenido de la presentación de Miguel Cardoso fue aquello que no tenía que ver con el fútbol: ese recuerdo a cuando venía a Vigo de compras con sus padres y le revisaban el coche en el puente viejo de Tui o sus visitas con los colegas para apretarse unos copazos en Arenal. La verdad es que no cuesta trabajo imaginárselo de niño en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés o esperando para entrar en "No se lo digas a mamá" un sábado cualquiera. Me acercan más a él estos detalles que cualquiera de esas declaraciones de intenciones que se sueltan en un día tan protocolario como éste y que solo tienen por objeto ganar tiempo ante los aficionados, siempre recelosos, que o bien escrutan su pasado como si en vez de entrenar al Celta viniese a cuidar de sus hijos o fabrican memes para sacarle mil parecidos y convertirle en el protagonista del grupo de WhatsApp de los cuñados.

Más allá de las palabras, que solo el tiempo dirá en cuántos puntos se traducen, y de los golpes en el pecho que un técnico suele darse en las presentaciones, con la llegada de Cardoso el Celta agota el comodín de la destitución que se entrega a los equipos cada mes de agosto. Puede permitirse un Mohamed, pero no dos. Otro error en la elección y la amenaza de colapso estará sobrevolando la sede de Príncipe porque significará que el equipo sigue atascado y ya no habrá más opción que encomendarse a las soluciones desesperadas tipo Abel Resino y aquella infartante línea alta de presión. Aún así el club toma una indiscutible decisión de riesgo al ponerse en manos de un entrenador que al igual que su predecesor vivirá su primera experiencia en España aunque con la ventaja de que al portugués -que se habrá tragado cientos de partidos de la Liga-, no creo que le sorprenda que el Valencia de Marcelino contragolpee.

Mouriño da ahora la clase de paso que seguramente tenía previsto para el verano después de despedirse de Unzué y su portafolios con mil dibujos y jugadas perfectamente estructuradas que casi nunca salían. Pero entonces se le cruzó por delante Mohamed. El argentino supo vender bien el producto, su arrojo de presentarse en España predispuso a sus interlocutores a favor, dijo cosas que sonaron agradables en las oficinas y el club decidió entonces apartarse de la senda del método que representaba gente como Cardoso y abrazar de nuevo la figura de un líder carismático capaz de llevarles al combate de forma ciega, de liarse a mordiscos en cualquier estadio de la categoría sin importarle que le partiesen los dientes. Todo ello sin reparar mucho tiempo en el estilo o en la capacidad de ese entrenador para amoldarse a la plantilla que se estaba haciendo y al revés. "Echo de menos el olor a napalm por las mañanas" podían haber dicho el presidente o Miñambres versionando a Robert Duvall en "Apocalypse Now" mientras se ponían en el despacho un vídeo el partido contra el Shakhtar. El deseo de reeditar lo vivido con Berizzo fue demasiado grande y condujo a un error que cada semana se hacía más evidente porque la desconexión futbolística (que no personal) entre el equipo y el técnico era más evidente y comprometía cualquier intento de salvar el ejercicio. El Celta no jugaba; languidecía como una planta a la que nadie regaba. Seguramente Mohamed dirigió el partido del pasado domingo contra el Real Madrid destituido en la cabeza de los dirigentes. El argentino no lo sabía, pero ya le habían sacado las tarjetas de embarque para regresar a Argentina.

En todo el proceso se han perdido varios meses muy valiosos durante los cuales el Celta y Cardoso se han pegado dos buenas bofetadas. Uno por su cuenta, el otro en el Nantes. Ahora se juntan para solucionar de la mano sus respectivas temporadas y decirse al oído, como unos novios primerizos, que debían haber empezado a salir antes. El Celta vuelve al verano. Lástima que ya estemos a punto de que se enciendan las luces de Navidad.