Polanski estrena su película más execrable

Según la opinión prácticamente unánime de la crítica, ‘El palacio’ es la peor de toda su carrera

Fotograma de la película ‘El palacio’, de Polanski.

Fotograma de la película ‘El palacio’, de Polanski. / nando salvà

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Hay quienes opinan que Roman Polanski no debería gozar del privilegio de hacer películas, estrenarlas y hasta ser premiado por ellas porque está probado que mantuvo relaciones sexuales ilegales con una menor y porque posteriormente ha sido acusado de varios abusos sexuales más. Otros consideran absurdo que el cineasta polaco sea sometido a la censura artística simplemente porque parte de su comportamiento en el ámbito privado sea censurable. Unos y otros, en cualquier caso, sin duda se pondrían fácilmente de acuerdo en una cosa: Polanski no debería haber rodado su 23º largometraje, que el pasado viernes se estrenó en España y que, según la opinión prácticamente unánime de la crítica, es el peor de toda su carrera.

El palacio es una comedia ambientada en el Gstaad Palace, un hotel de lujo de los Alpes suizos en el que un grupo de ricos, nobles, famosos y mafiosos pasan la Nochevieja de 1999. Es fácil hacer varias suposiciones sobre ella: la primera, que es una sátira dirigida contra la clase pudiente y tal vez relacionada con la histeria colectiva generada en su día por la amenaza tecnológica conocida como Efecto 2000; la segunda, que conecta de algún modo con las ficciones previas del director que componen la llamada Trilogía del Apartamento.

Sin embargo, la película es otra cosa: un demoledor muestrario de fealdad y vulgaridad a la altura de una gala televisiva de Fin de Año protagonizada por Los Morancos, de chistes de vómitos, eructos y cacas de perros alimentados con caviar, de gags a costa de gente obesa, señoras adictas a la cirugía plástica, ancianos que usan Viagra y personas con alzhéimer, de exhibiciones de islamofobia, rusofobia y misoginia apenas disfrazadas de humor; en una de sus escenas, Mickey Rourke –o lo que queda de él tras sus excesos con el bisturí– abre una botella de champán el corcho le arranca la peluca; en otra, que funciona a modo de broche de oro, un chucho tiene sexo con un pingüino. Por si semejante descripción deja lugar para la duda, aclaremos: El palacio no tiene la más mínima gracia. Quizá no esté de más recordar que Polanski nunca ha mostrado buena mano con la comedia.

Teniendo eso en cuenta, y considerando el orgullo y la satisfacción con el que luce su propia zafiedad, resulta inevitable considerarla un acto deliberado de sabotaje, un corte de mangas al mundo en general y al del cine en particular. Incluso si El palacio es considerada un acto de terrorismo, es descorazonador que un cineasta cuya filmografía incluye un buen puñado de títulos imprescindibles pueda poner fin a su trayectoria profesional –tiene 91 años– con una película tan execrable.