Yago Presa: “No soy capaz de vivir sin humor y a bordo es aún más importante”

“Un barco es un mundo reducido. Hay que intentar llevarse bien y, a veces, lo conseguimos”, afirmó el autor de “Cincuenta y dos días a bordo del Botafogo”

Desde la iz., Alberto Alonso Gallego, Yago Presa Tomé y Edurne Baines, ayer en el Club FARO. |   // RICARDO GROBAS

Desde la iz., Alberto Alonso Gallego, Yago Presa Tomé y Edurne Baines, ayer en el Club FARO. | // RICARDO GROBAS / ágatha de santos

Como evasión. Así nació el 3 de marzo de 2011 “Cincuenta y dos días a bordo del Botafogo. Diario de un mecánico mayor naval en NAFO” (Belagua Ediciones), un relato que Yago Presa Tomé (Vigo, 1971) tejió con retazos de cotidianeidad, pensamientos y divagaciones sobre la condición humana, las aspiraciones personales, la empatía y el poder de las palabras durante su primera experiencia a bordo de un arrastrero en el área de NAFO. “Un barco no deja de ser una cárcel, en la que tienes que convivir con veinte o treinta tíos más”, afirmó.

Han pasado doce años desde entonces, pero el recuerdo de aquella experiencia permanece vívida en su memoria y, aunque no ha vuelto a ver a ninguno de los marineros de aquella marea, en la que él se embarcó como mecánico naval en prácticas, los recuerda con afecto. Por ello y por respeto los ha rebautizado en este diario ahora publicado.

“Les he cambiado los nombres porque no soy quién para contar la vida de nadie sin su permiso y por respeto”, afirmó. Entre la tripulación, una única mujer, la bióloga, con quien hablaba de literatura y de música. Según Yago Presa, la relación de la marinería con ella siempre fue de respeto. “No había ese machismo que se puede intuir”, aseguró durante la conversación que mantuvo en el Club FARO con Edurne Baines, directora de Belagua Ediciones y Comunicación, y Alberto Alonso Gallego, periodista.

Las páginas de “Cincuenta y dos días a bordo del Botafogo” están salpicadas de referencias musicales, literarias y cinematográficas que permiten conocer mejor a este melómano, bibliófilo y cinéfilo declarado, a quien le gusta jugar con las palabras. Uno de sus escritores preferidos y al que se refiere en varias ocasiones es Julio Cortázar. “Va siempre conmigo. Para mí es un semidios”, reconoció.

En este diario, además de reflejar los libros que leía –y también los que abandonaba–, las películas que veía y la música que escuchaba en su tiempo libre, también narra cómo percibía al resto de la tripulación y cómo esta percepción fue cambiando a medida que iba conociéndolos. “Al principio me parecían cosmonautas, con esos trajes que llevaban para poder soportar los cero grados a los que tenían que pescar”, comentó Presa, que también se preguntó por cómo le percibirían ellos a él.

Establecer relaciones en un espacio cerrado como el de un barco es difícil. Al principio se miden las distancias. Según el mecánico naval, al principio cuesta que te acepten. Y aceptar. “A bordo se tantea más porque llevarte mal con alguien es peligroso. Un barco es un mundo reducido. Hay que intentar llevarse bien y, a veces, lo conseguimos”, comentó.

La morriña también atraviesa las páginas de este diario salpicado de sentimientos. Las referencias a su familia, a sus padres, a sus hermanos, a sus sobrinos..., son recurrentes a lo largo del diario. “Mi familia era mi asidero al mundo real”, reconoció.

Pero tampoco faltan la ironía y el humor en estas páginas, en las que Presa juega con las palabras. “No soy capaz de vivir sin humor y a bordo es aún más importante. Aunque también hay que hilar muy fino para que te entiendan las coñas. Es triste para uno cuando no se captan”, afirmó.

Presa realizó otra marea, en Maldivas, de la que no guarda tan buen recuerdo. También escribió un diario de a bordo de esta experiencia, que permanece en un cajón. “Lo guardé cuando regresé y nunca más lo he leído”, reconoció. Ahora se plantea abrirlo para descubrir las impresiones y reflexiones que plasmó de aquel otro viaje. Desde entonces, no ha vuelto a embarcarse.

El día a día en un arrastrero de la NAFO, narrado por un mecánico naval en prácticas

Yago Presa Tomé estudió Filosofía y Psicología, y se tituló como mecánico mayor naval en la Escuela Náutica Pesquera de Vigo. De todas las profesiones que ha desempeñado y etiquetas que pueden definir el currículo vital de este vigués, él se define como hijo, hermano, tío y amigo. En 2011, con 40 años, se embarcó en un rastrero de la pesquería de NAFO, en el que hizo sus prácticas de mecánico mayor naval. No sólo no cobró por ello, sino que tuvo que pagar –cerca de cien euros– al armador cuando regresó a Vigo por la media docena de llamadas que realizó a casa. “Tuve que pedirle el dinero al jefe [su padre ]”, rememoró. Según Presa Tomé, “Cincuenta y dos días a bordo del Botafogo” no pretende ser una obra literaria. “No se busquen paisajes conmovedores o divertidos; no se busque un ejercicio de estilo, desde luego que no, las condiciones normales de redacción (?) o composición estarán alteradas, no se busque poesía. Es sólo un diario, tal y como fue escrito a bordo”, advierte al lector. Presa Tomé decidió iniciar este diario un 3 de marzo de 2011, cuando llevaban cuatro días de ruta por el Atlántico, con la finalidad de escribir, “a modo de inventario”, su vida a bordo, “procurando no reflexionar mucho”. Tampoco estaba seguro de si lo llevará a término, aunque, finalmente, sí lo hizo. En él, cuenta cómo se va adaptando a la vida en el barco, y habla de los turnos de trabajo, de las faenas de los marineros, de las cuotas, de cómo vive su primer temporal. “Escribo de lo que me sucede, de lo que veo, de lo que siento, de lo que disfruto, de lo que sufro”, dijo. En este sentido, la editora Edurne Baines explicó que se trata de una obra sencilla y muy bien escrita cuyo gran valor es narrar el día a día a bordo de un barco de una forma emotiva.