Pocas tumbas del cementerio viejo de Cambados carecían ayer de un cariño en forma de flores o velas. Incluso las tenían algunas cuyos inquilinos fallecieron hace décadas y que ya no tienen familia en la localidad, como Josefina Blanco, la que fuera esposa del escritor Ramón María del Valle Inclán.

La sepultura, situada a mano izquierda nada más entrar en el recinto, lucía a primera hora de la mañana un bonito ramo de margaritas blancas. A mediodía un hombre de mediana edad colocaba junto a ellas un cirio encendido. Manuel Rial Galiñanes es un cambadés sin relación alguna de parentesco con los Valle Inclán, pero su familia cuida desde hace más de 20 años "como si fuese nuestra" tanto la tumba de Josefina Blanco como la de Joaquín María del Valle Inclán, el hijo que ésta y el escritor tuvieron en 1914 y que murió a los pocos meses, en una época en que residían en Cambados.

"Fue mi hija la que empezó con esto. De niña empezó a llevarle flores al hijo de Valle Inclán y desde entonces se las ponemos a él y a la madre todas las semanas. Lo que les ponemos a los nuestros se lo ponemos a ellos", cuenta Manuel Rial junto a la pequeña lápida bajo la que reposan los restos del hijo de Valle, situada en la cabecera de la iglesia en ruinas, a la derecha del altar. Su hija, Sandra Rial Costa, que es profesora en Pontevedra y que trabajó en el Museo do Pobo Galego, siempre tuvo un gran respeto por la cultura, de ahí que jamás soportase la idea de ver abandonadas las tumbas de los allegados de Valle Inclán.

En la parte antigua de Santa Mariña las tumbas están dispuestas por todo el atrio, formando una densa alfombra de piedra y mármol de la que emerge un bosque de cruces, bien labradas. Las sepulturas están tan juntas que a algunos les resulta difícil moverse de un sitio a otro sin pisarlas, aunque es raro que esto suceda. La gente camina con cuidado, y sin perder de vista los pies, y de ese modo consigue llegar a donde se dirige sin necesidad de pasar por encima de las lápidas, algo que en general está bastante mal visto.

El camposanto de Santa Mariña presentaba ayer un aspecto impecable, pero algunos vecinos se quejaban de que este no es el aspecto general. "La semana pasada la hierba llegaba a las rodillas en algunos sitios. Fueron los del ayuntamiento los que vinieron a limpiar, pero aquí hacía falta una persona para todo el año", afirma una mujer.

El cementerio de Santa Mariña es propiedad de la iglesia, aunque el párroco, José Aldao, es partidario de que sea el ayuntamiento el que asuma el mantenimiento. El grupo de gobierno, sin embargo, es reacio, alegando que esos terrenos son del Arzobispado y que debe ser éste, por tanto, el que los cuide. Lo que sí hace la administración municipal todos los años, en vísperas de Todos los Santos, es mandar una cuadrilla de trabajadores para limpiar y colocar unos focos.

Algunos vecinos plantean una solución intermedia, que pasaría porque la parroquia siguiese siendo la primera responsable del mantenimiento, pero con una implicación más clara del Concello "porque a fin de cuentas aquí vienen miles de turistas, y ves a menudo a gente haciendo fotos, así que esto debería tener un buen aspecto".

Mientras, en la parte nueva del cementerio de Santa Mariña varios vecinos llamaron la atención sobre el elevado número de nichos que están a la venta en la ampliación que se acometió recientemente. Antes de la construcción estaban todos reservados, pero muchos se echaron atrás al conocer el precio -unos 5.000 euros el conjunto de dos niños y "cenicero"-, y ahora hay unas 50 hileras a la venta.