Aunque muchos ya lo sospechasen, la ciencia médica acaba de confirmar que el deporte -al igual que el vino- daña la salud cuando uno se entrega a él sin la debida moderación. Quienes se machacan inmisericordemente el cuerpo en el gimnasio o imitan las desaforadas correrías de Forrest Gump (ya sea a pie o en bici) pueden padecer más problemas cardiacos que los adictos al sofá: o eso se deduce, al menos, del estudio realizado por un grupo de investigadores del Hospital Clinic de Barcelona.

Esto lo intuyó hace más de un siglo y sin necesidad de experimento alguno el gringo viejo Ambrose Bierce en su célebre “Diccionario del diablo”. Sostenía Bierce que el amanecer es el momento en el que los hombres razonables se van a la cama, si bien hay quien prefiere “levantarse a esa hora, darse una ducha fría, hacer una larga caminata con el estómago vacío y mortificar su carne por medios parecidos”. Los que incurren en tales excesos atribuyen su vigor y longevidad a tan higiénicas costumbres, pero Bierce hacía notar muy atinadamente que si llegan a viejos no es gracias a esos hábitos, sino a pesar de ellos. “Si las personas robustas son las únicas que siguen esta norma”, concluía el escritor, “es porque las demás murieron al ensayarla”.

Algo de razón debía de llevar Bierce a juzgar por los precedentes que nos ofrece la Historia. Obsérvese, por ejemplo, el caso del soldado Filípides que murió literalmente reventado tras correr 42 kilómetros desde Maratón a Atenas para dar cuenta de la victoria de los griegos sobre los persas en aquella famosa batalla. Al pobre Filípides se le acabó el resuello y apenas pudo pronunciar, antes de caer muerto, la palabra “niké” -victoria- que actualmente da nombre a una popular marca de zapatillas deportivas. Con las que se siguen corriendo maratones, claro está.

Más ilustrativo aún podría ser el caso de Jim Fixx, un neoyorquino que en los años setenta popularizó la práctica del “jogging” rebautizado en España como “footing”, aunque en realidad se trate del paso ligero que seguramente conocen los que en su día hicieron la mili. Autor de varios best-sellers en los que ensalzaba las virtudes de ese trote cochinero para la mejora de la salud y el alargamiento de la vida, Fixx se convirtió en el gran gurú de la especialidad. Y, a diferencia de los políticos, predicó con el ejemplo. Dejó el tabaco y se dedicó a correr una hora diaria con el feliz resultado de la pérdida de treinta kilos de peso en sólo diez años. Infelizmente, también perdió la vida al sufrir un fulminante ataque al corazón mientras practicaba el saludable ejercicio que lo había convertido en un hombre rico y esbelto. Tenía entonces 52 años y las coronarias hechas puré, según reveló la autopsia.

Contrasta el infausto destino de Fixx con el de otras gentes de vida disipada e insalubre como, un suponer, los rockeros. Véase el caso de los Rolling Stones. Tras una larga vida de excesos con el alcohol, el tabaco y otras sustancias todavía menos recomendables, ahí siguen Mick Jagger y Keith Richards dando saltos sobre el escenario cuando ya andan más cerca de los setenta que de los sesenta tacos de almanaque.

Frente a la mala conducta sanitaria de los Stones y demás faranduleros, el ejemplo de vida sana solían ofrecerlo los deportistas profesionales que a menudo prestaban su imagen a las campañas de lucha contra la droga. Naturalmente, eso fue antes de que se conociesen las andanzas de Maradona y la afición de ciertos atletas y ciclistas al uso de pociones milagrosas para darle marcha al cuerpo. A partir de entonces mermó un tanto el prestigio de la actividad física como factor de salud; y ahora es un estudio clínico el que viene a sugerir que tal vez sea preferible un paseíto diario por la ruta del colesterol a la práctica excesiva del deporte. Todo en su justa medida, como bien advertía el cojo a los apresurados: no corran, que es peor.

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