Como los más veteranos Nicolás Pastoriza y Eladio Santos, el exmiembro de Stereotipos David Quinzán (Lugo, 1981) es otro de esos artesanos gallegos del pop que, varios pasos por detrás de Xoel López (que produjo su primer álbum) e Iván Ferreiro en cuanto a repercusión comercial, que no en talento, lleva tiempo publicando trabajos de gran calidad. El autor de "El vino de las despedidas" (2013) y "El maestro de teatro" (2014) destaca por lo variado de sus influencias y por la naturalidad con la que las combina en sus canciones. Como apunta en su biografía oficial, bebe "de Silvio Rodríguez al synth-pop pasando por oscuros grupos africanos de los 70". Y es en África donde encontramos el color principal de este "Caballito negro". El primer corte, "Vidriera", remite a los Arcade Fire más haitianos, los de "Reflektor"; y, más atrás, a los Talking Heads más étnicos. "Madre Tierra" y "Ecos" confirman de forma más obvia las reminiscencias africanas, articulando perfectamente los ritmos africanos con el pop, como hizo hace tres décadas Paul Simon en "Graceland". "Adiós" es la perla synth-pop de un álbum que con "Chacales" vuelve a la senda afrocaribeña gracias a unos arreglos que harían enrojecer de envidia al mismísmo David Byrne. "Agua clara", con esa emulación de marimbas, evoca al Peter Gabriel más africanista. Y "Salmo para un prisionero" pone el cierre para este excelente tercer álbum de David Quinzán, que junto a Adrián Seijas tocó todos los instrumentos que suenan en el disco. // Rafa López