Carla Montero: “El expolio de los nazis a los vinos franceses fue consentido”

“Se organizaba como acuerdos comerciales por los que Francia debía pagar una tasa con la que el invasor costeaba materias primas”, comentó la escritora en Club FARO

Lucía Trillo y Carla Montero, ayer, en el Club FARO.

Lucía Trillo y Carla Montero, ayer, en el Club FARO. / José Lores

“El expolio nazi a los vinos franceses es equiparable al que se hizo con las obras de arte”, pero el primero al, contrario que el segundo “sí fue consentido”. Así lo expresaba ayer en Club FARO la escritora Carla Montero, cuya última novela, “El viñedo de la luna” (Plaza & Janés) transcurre en la zona vinícola de la Borgoña francesa ocupada por las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque había algún bodeguero que se resistía a negociar con los invasores, la mayoría intentaba sobrevivir tras una crisis económica derivada de la Primera Guerra Mundial y del crac del 29 que había dejado sus almacenes llenos de botellas.

“Se organizó (ese expolio) como acuerdos comerciales. Los alemanes al ocupar Francia, dentro del armisticio establecen que el gobierno les debe pagar cuatro millones de francos diarios, con los que costeaban la compra de materias primas, entre ellas el vino”, añadió la escritora que fue presentada y entrevistada por la periodista Lucía Trillo.

Montero explicó que la apropiación cultural que los nazis efectuaron en Francia fue más amable que en otros países como Polonia, al que consideraban inferior y pretendían su destrucción. “Los alemanes admiraban el arte y la cultura francesa; querían apropiarse de sus mejores vinos como joyas que llevaban a su bodegas para agasajar a su invitados. También rapiñaban el vino de consumo cotidiano para subir la moral de sus tropas”, relató.

Durante su intervención, la autora echó por tierra algunos mitos fruto de la leyenda y relatos populares, empezando por el de la resistencia francesa. “Ese relato épico escrito por los vencedores de que el pueblo se defendió del invasor ya ha quedado matizado por la historiografía reciente: la mayoría de la población no sabía cuánto iba a durar la ocupación, consideraba que Alemania ganaría la guerra y pensaba en sobrevivir. La resistencia cobra importancia a partir de 1942 con la debacle de Stalingrado y cuando llega el apoyo de Los Aliados. Y entre los primeros que se resisten se encuentran los exiliados españoles, algo que los propios franceses no reconocen hasta 2014”.

Otro de los relatos que rebatió fue el de que los vinateros franceses cambiaban las etiquetas de las botellas de vino para hacer pasar por buenos sus mejores caldos y que construían muros en sus bodegas para esconder estos últimos. “Sí lo hacían, pero para sacarlos al mercado negro. Los nazis enviaron a expertos en vinos para ser delegados comerciales de las tres grandes zonas vinícolas: Champagne, Borgoña y Burdeos. Y no se les podía engañar”.

Fruto de su investigación para escribir esta novela, Montero descubre hechos curiosos como que la cosecha de 1945 en Borgoña fue de las mejores de la historia, como prueba que un Romanée-Conti de ese año haya sido vendido en subasta por medio millón de dólares. Alude también al origen del champán Cristal, embotellado en un envase transparente y con el fondo de la botella plano desde que el zar Alejandro, temeroso de que atentaran contra su vida poniendo un artefacto en la hendidura curva, encargó una edición especial. Y lo hizo tras ser convidado por el káiser Guillermo la llamada cena de los tres emperadores en París en 1877, a donde acudió con su hijo y donde estuvo también presente Bismarck. La carta de ese lujoso banquete, servido en el Café Anglais, incluía 16 platos, entre ellos las mejores aves, ostras y langostas, y ocho clases de vino, desde un Jerez a cuatro burdeos, pasando por dos borgoñas y un madeira. El precio estimado por comensal sería de 900 euros y el ágape duro nueve horas.

Otro tema que rescata en su novela, protagonizada por Aldara, una española exiliada en Francia tras la guerra civil, es la vida que llevaron las refugiadas españolas en el país galo y su papel en la resistencia al nazismo, así como el trato poco amable que deparó el país vecino a los españoles que cruzaron los Pirineos huyendo del franquismo.

Escritora “por feliz accidente”

Licenciada en Derecho y diplomada en Administración de Empresas por ICADE, la madrileña Carla Montero (1973) se define como escritora por “feliz accidente”. Durante su adolescencia su afición por la escritura ya asomó en relatos que hilaba para sí misma o para la revista del colegio. Tras acabar su carrera universitaria, ajena al mundo de la literatura, y trabajar cinco años para una multinacional, retomó su pulsión por la escritura al tener la primera de sus cuatro hijos, mediante la creación de una novela que ella pensaba que acabaría en un cajón, pero que su marido leyó y animó a publicar. Era “Una dama en juego”, título que ganó el Premio de Novela Círculo de Lectores en 2009, un certamen en que el jurado son los propios lectores.

Con su segunda novela, “La tabla esmeralda”, se consolidó como una de las voces de mayor éxito entre el público español, con más de 250.000 mil ejemplares vendidos y siendo traducida en países como Francia, Alemania, Polonia e Italia.

Con su octava novela recién salida, Montero ha encontrado en el género de la ficción histórica el lugar en el que satisfacer su gusto personal por conocer el pasado, profundizando en aspectos relacionado con el comportamiento del ser humano, y trasladarlos al lector en forma de relatos en los que documenta cada detalle histórico que comparte a través de un exhaustivo trabajo previo de investigación.