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Las conferencias de Club FARO

Abrisketa: "La ayuda a los refugiados hace 80 años fue muy superior a la actual"

El autor bilbaíno relata en "La lengua de los secretos" la forma "generosa y organizada" en que Francia acogió a su padre y sus tres hermanos de niños durante la Guerra Civil

Martín Abrisketa (i.) fue presentado por el periodista José Luis Barreiro. // Marta G. Brea

Ochenta años separan a los niños refugiados de la Guerra Civil española de los que hoy cruzan mares para tratar de llegar a Europa y, sin embargo, "parece que hemos ido hacia atrás". Así lo advirtió ayer en el Club Faro el escritor Martín Abrisketa, autor del libro "La lengua de los secretos" (Roca Editorial), en el que narra la historia de su padre y sus tres hermanos que, durante la Guerra Civil, fueron acogidos como refugiados en un pueblo de Francia.

En su charla, titulada, "Refugiados, niños en guerra. Ayer y hoy" Abrisketa -que fue presentado por el periodista y delegado de la ONG Entreculturas de Vigo, José Luis Barreiro- hizo un paralelismo entre aquello refugiados de la Guerra Civil y los sesenta millones de refugiados fruto de los conflictos actuales.

Abrisketa relata detalladamente en su libro, y resumió en la charla, la historia de su padre, Martintxo, que se vio obligado a huir de la guerra en 1937 y hacerse cargo de sus tres hermanos, dejando atrás a sus padres, su padre obligado a luchar y su madre, enferma en un hospital de Santander. Primero huyeron desde su Bilbao natal a Santander, en busca de su madre, a la que encontraron en coma, y después fueron evacuados en barco y acogidos generosamente en un pueblecito de los Alpes franceses llamado Tenay. Y junto a todo ello, el hambre, la muerte, el dolor de la separación, la violencia sin sentido, incluso la violencia entre los que estaban en el mismo bando.

"La imaginación protegió la infancia de mi padre y le salvó", asegura el escritor. Y es que, según relató haciendo emocionarse al público, "Martín y sus amigos veían la guerra como un juego de mayores. Cuando venían los bombardeos, los niños miraban el espectáculo aéreo con las tapas de betún en los ojos, que llamaban "gafas antibombas", y con ellas saludaban a los pilotos de la Legión Cóndor cuando cuando iban a bombardear su caserío. Estaban convencidos de que con esas gafas estaban protegidos y nunca les pasaría nada", relató Abrisketa, que llevó a la charla una reproducción de esas gafas "mágicas".

El escritor asegura que su visión de los refugiados ha cambiado mucho tras conocer a fondo la historia de su padre. "Es curioso porque hoy a mi padre y sus hermanos, como refugiados, se les podría considerar auténticos privilegiados", destaca. "Escaparon con vida de milagro en la bodega de un barco carbonero inglés fletado por la República, ya estaban casi desnutridos, pero nada que ver con esas lanchas de las mafias que roban el dinero a los desesperados hoy en día", advirtió. El escritor destaca también la gran organización que se demostró tener para acoger a los refugiados hace 80 años. "Mi padre y sus hermanos llegaron a Burdeos y allí todo cambió en una sola mañana: les ducharon, les desinfectaron, les raparon al cero, les dieron ropas nuevas y comida e, inmediatamente, les metieron en un tren que les llevaría a su lugar de acogida, Tenay", contó.

"¿De qué categoría son los refugiados de hoy, esos que mueren ahogados en el mar o permanecen abandonados a su suerte, junto a alambradas que tratan de mantener la miseria alejadas de Europa?", se preguntó a continuación.

Abrisketa recordó la generosidad que mostró el pueblo de los Alpes que acogió a su familia. "En 1937 tenía una población de 2.500 habitantes y acogió a 237 refugiados, es decir casi el diez por ciento de su población, algo impresionante", contó. "Y no se limitaron a brindarles techo y comida, sino que también les regalaron cariño y comprensión, que era justo lo que necesitaba mi padre", añadió.

El autor bilbaíno, que estudió Periodismo y Realización Audiovisual y se estrena con "La lengua de los secretos" con enorme éxito en el mundo editorial, contó cómo para documentarse para la novela escribió al alcalde de Tenay en busca de información sobre el paso de su familia. "Me respondió emocionado porque no sabía que hubiera habido nunca refugiados en su municipio y puso a una historiadora a trabajar para mí, Jacqueline Di Carlo, sin la que no habría podido realizar este trabajo", agradeció. El alcalde de Tenay invitó a Abrisketa y a su padre y su tía Matilde -únicos dos hermanos que quedan vivos- a visitar el pueblo y revivir aquel año y medio que vivieron allí. "Habían preparado una exposición con la historia de mi familia, fue muy emocionante", dijo Martín, al tiempo que proyectó una serie de fotografías de ese viaje que emocionaron a todo el auditorio.

"Los gobiernos son insensibles; es el pueblo el que ha mostrado más solidaridad"

  • Martín Abrisketa contó que la decisión de escribir esta novela la tomó en medio de una situación personal muy difícil. "Estaba sumido en una depresión tras la muerte de mi hermana y nunca me había entendido bien con mi padre. Sabía que su historia era muy especial pero por eso mismo no me sentía capaz de contarla bien. A medida que me sumergía en la vida de mi padre me enfrentaba a mí mismo y comprendo lo tremendamente injusto que he sido con él", relató el escritor."Soy hijo de refugiado y me siento muy orgulloso de ello", continuó. "Si no hubiera sido por la solidaridad de la gente, yo no estaría hoy aquí", reflexionó. Abrisketa critica que los gobiernos y las instituciones actuales "no están haciendo realmente todo lo que pueden". Destaca que hace 80 años tampoco fueron los gobiernos los que se implicaron en ayudar a los refugiados. "Fue la gente corriente, las iniciativas populares las que forzaron a los gobiernos a acoger a aquellas personas que lo necesitaban. Ojalá ocurriera igual ahora porque, desde luego, los gobiernos han demostrado ser insensibles".Sensibilizar a los niñosAbrisketa se encuentra ahora sumido en la labor de sensibilizar a los niños de los colegios sobre los refugiados. "Fueron unas profesoras de Bilbao las primeras que me sugirieron dar una charla en su colegio". Les pidieron a los niños que preguntaran sobre sus propias historias familiares durante la Guerra Civil y la respuesta fue increíble. Esos niños que conocen historias como las suyas y las de mi padre serán más sensibles cuando sus ciudades acojan a otros refugiados. Tenemos que aprender todos a ponernos en el lugar del otro porque la vida da muchas vueltas", concluyó.

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