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Las mejores mentiras de la historia oscura del rock

La muerte de McCartney, la inmortalidad de Elvis y Morrison y mucho más en una gran colección de leyendas urbanas

Las mejores mentiras de la historia oscura del rock

Podrán creérselo o no, pero nunca falta quien asegura que las cenizas de Sid Vicious, el bajista maldito de los "Sex Pistols", llevan años circulando por los circuitos de aire acondicionado del aeropuerto de Heathrow, a consecuencia de un descuido de su madre. Un espacio en cualquier caso mucho más desahogado que los castigados pulmones de Keith Richards, el guitarrista de los "Rolling Stones", a los que habrían ido a parar las cenizas de su padre después de que el "monstruo" se las esnifase en un rapto de amor filial. O en un colocón huracanado, a saber. Aunque, por increíble que parezca, todo lo anterior no es nada comparado con la alambicada historia que durante varios años se fueron construyendo entre los Beatles y algunos de sus más imaginativos fans acerca de la muerte de Paul McCartney, un 9 de noviembre de 1966, en un nocturno accidente de automóvil.

Estas tres leyendas urbanas del rock, y otras treinta más, son narradas con todo lujo de detalles, pluma ágil y muchísimo sentido del humor en "Paul está muerto" (Errata Naturae), un volumen escrito por el periodista musical Héctor Sánchez y enriquecido con profusión de magníficas ilustraciones por David Sánchez. Mucho sexo y muchas drogas, algunos muertos vivientes, satánicas presencias, accidentes mortales, ladrones de canciones y, por supuesto, mensajes ocultos que se revelan al hacer girar los discos al revés nutren una obra que es fiel reflejo de la imaginativa desmesura que, desde hace más de medio siglo, constituye la imagen de marca del rock.

¿Sabían, por ejemplo, que son legiones quienes aseguran que Charles Mason, el asesino de Sharon Tate, estuvo en el casting organizado en 1965 para seleccionar a los componentes de "The Monkees", la replica estadounidense de laboratorio a los "Beatles"? Está comprobado que en aquellas colas echó sus buenas horas Stephen Stills, pero ¿Mason?

¿Y no les han dicho nunca que el fantasma de Janis Joplin se ha apoderado de la habitación del hotel Highlang Gardens, de Hollywood, donde la diva del desgarro perdió la vida por una sobredosis de heroína demasiado pura en 1970? ¿O que a Mike Jagger y a David Bowie los pilló en la cama Angie, la mujer de este último, que, por cierto, no sería, según Richards, la Angie de la canción de los "Rolling". ¿Y qué me dicen de la escandalosa orgía que los miembros de "Led Zeppelin" se montaron en un hotel de Seattle desde cuyas ventanas se podían pescar escualos? Las malas lenguas aseguran que una "groupie" un poco pasada de vueltas se metió en la habitación de los chicos y que éstos decidieron jugar un poco con un tiburoncillo que aún estaba vivo y... coleando.

La faceta sexual cubre una región importante de la leyenda del rock, pero la eternidad de algunos personajes no le va a la zaga, y entre ellos, quienes se llevan la palma son Elvis y Jim Morrison, a quienes se ha visto en diferentes décadas en diferentes lugares del mundo. Así es la imaginación popular, unos se mueren antes de tiempo y otros jamás pueden descansar. Algunos incluso no parecen tener derecho a quitarse la vida. Es el caso de Kurt Cobain, oficialmente muerto por su propia mano, pero a quien numerosos investigadores y aficionados convierten en una víctima de Courtney Love, su propia esposa.

Pero no sólo de sexo, drogas, muerte y fantasmas se nutre la leyenda. Reparen, por ejemplo, en la supuesta pasión republicana de Bruce Springsteen, cuyo "Born in the USA" fue profusamente utilizado en 1984 por el equipo de campaña de Reagan durante la lucha por la reelección presidencial. O en los profundos arrebatos cleptomaniacos de Bob Dylan, que según la revista "Newsweek" -nada menos- le habría robado "Blowing in the wind" a un pobre estudiante de Nueva Jersey. O en los mensajes satánicos que se alojan en los surcos del multiventas "Hotel California". O en la pasión de Ozzy Osbourne por matar cachorros de perro en escena. O..., pero, buff, son demasiadas historias demasiado buenas y no se trata de reventarlas aquí. Mejor léanse el libro. Y vigílenlo. Desde que lo tengo, cada noche duerme en una habitación distinta. Sin pedir nunca permiso.

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