El escritor Javier Sierra revivió ayer en el Club Faro el viaje físico y de conocimiento que le permitió escribir su última novela, "El ángel perdido" (Planeta). De Santiago de Compostela al Monte Ararat, en los confines de Turquía, Armenia e Irán, donde la Biblia sitúa el Arca de Noé; pasando por Londres y por Noia, donde una leyenda ubica a una descendiente de Noé, Noela, y donde se dice que pudo haber varado la embarcación bíblica.

"El mito del diluvio se repite en casi todas las culturas –destacó el turolense–. Está presente en los aztecas, en los escandinavos, en los griegos, en Papúa..." Esa historia del Antiguo Testamento constituye una de las claves de la última narración de este periodista experto en temas ocultos y esotéricos, y que consiguió situar su best seller "La cena secreta" (2004) en la lista de los libros más vendidos de "The New York Times". "Esta es la mejor de mis novelas –aseguró Sierra en referencia a "El ángel secreto"–. Es una mezcla de misterio, intriga y aventura".

La huella gallega

El presentador del acto, el periodista Manuel López Prado, destacó la "huella gallega" y el carácter casi adictivo del libro, que tiene como protagonista a una restauradora gallega y está impregnado de elementos de la Galicia mágica.

La historia comienza cuando la restauradora Julia Álvarez se topa con un intruso mientras trabaja en la restauración del Pórtico de la Gloria, durante la madrugada de Todos los Santos. Un agente secreto irrumpe en el templo y provoca la huida del intruso tras un tiroteo. El espía explica que ha sido enviado desde Estados Unidos a Galicia para esclarecer el secuestro del marido de la restauradora, un afamado climatólogo norteamericano desaparecido cerca de la frontera entre Turquía e Irán.

"Decidí escribir un libro que implicase un viaje, como ´La Odisea´", comentó Javier Sierra. En esta ocasión el periplo no dura veinte años, como el de Ulises, sino 72 horas. En este recorrido se desvelarán significados ocultos de la Catedral de Santiago y se descubrirán ciertos elementos esotéricos de Noia.

El escritor relató su visita al templo de Santa María A Nova de la localidad coruñesa, la conocida como "iglesia de las lápidas". En ella se encuentra la mayor cantidad de lápidas gremiales medievales que se conoce, unas cuatrocientas. Carecen de nombre de difunto y contienen símbolos. En su interior se encuentra también la tumba del siglo XIV de un tal Ioan de Estivadas. Su nombre está escrito al revés, de tal forma que se puede leer con ayuda de un espejo. "Era cosechero y bodeguero, igual que Noé, que al llegar al monte Ararat cultivó vid para producir vino y ser así el primer borracho de la historia", bromeó Sierra.

El escritor vinculó a la esposa de Ioan de Estivadas con Gilgamesh, un personaje de la mitología sumeria cuya leyenda se recoge en un texto de hace 6.000 años, siendo el más antiguo que se conserva. Según la epopeya de Gilgamesh, este rey sumerio viajó al Edén para reclamar su inmortalidad. Para muchos, esta historia de la mitología mesopotámica es un antecedente del relato bíblico de Noé, ya que Gilgamesh se encuentra con Utnapishtim, una especie de Noé que sobrevive al diluvio. Además, la escultura que se encuentra en la base del parteluz del Pórtico de la Gloria, un personaje que domina a dos leones, la identifican no pocos con el propio Gilgamesh. "Occidente no supo nada de Gilgamesh hasta el descubrimiento de su epopeya en el siglo XIX. ¿Qué hace entonces en una obra medieval en Santiago?", se pregunta el escritor.

Otro de los elementos centrales de la trama –que su autor no quiso, lógicamente, destripar– son unas misteriosas piedras con propiedades mágicas. Sierra se inspiró en unas "piedras oraculares" que vio en el Museo Británico de Londres, y que utilizaba el astrónomo y matemático John Dee (1527–1608), mago de la reina Isabel I de Inglaterra. Se dice que, mediante ellas, Dee se comunicaba con los ángeles, seres que tienen un papel especial en la novela de Javier Sierra.

El escritor aragonés no quiso revelar ningún dato de su próxima novela, aunque adelantó que ya "se está larvando". "Cuando un escritor habla demasiado de su novela, lo pierde todo", se disculpó el escritor, parafraseando a Ernest Hemingway.