"¡Tierra!, ¡tierra!" La exhausta tripulación de la carabela La Pinta desembarcó una vez más en la céntrica playa baionesa de A Ribeira para contar la noticia que cambiaría el mundo y dejaría atrás la oscuridad del medievo para abrir las puertas al Renacimiento: el Descubrimiento de América. Como hace 518 años lo hicieron los marinos capitaneados por Martín Alonso Pinzón y su piloto, el nigranense Cristóbal García Sarmiento, los actores del grupo municipal Non si Teatro?, dirigidos por la artista Mónica Sueiro, escenificaron ante miles de personas la dramaturgia de la Arribada. La representación se convierte cada año en el acto central de la emblemática fiesta de Baiona, que este año estrena título de Interés Turístico Nacional. La historia se repite, pero no aburre. Los espectadores permanecieron muy atentos a los detalles narrados por los marinos sobre la gesta colombina.

En su bote traían la prueba de la existencia del Nuevo Mundo. Tres indígenas, uno de ellos moribundo, demostraban a los expectantes vecinos y visitantes que en aquellas tierras "la gente va como Dios la trajo al mundo". Todo un escándalo para los baioneses de la época, que enseguida tornaban su sorpresa en avaricia al contemplar el oro que los marinos habían recogido en aquellas tierras.

Tras dar cuenta de la buena nueva, Pinzón y Sarmiento lamentaron el tornaviaje, que estuvo a punto de truncar la hazaña. "Pensamos morir mil veces", relataban, ante la tempestad que abordó las carabelas el 13 de febrero de 1493 en torno a las Azores. Pero la pericia de Martín Alonso Pinzón llevó a La Pinta rumbo a Baiona, "un puerto de acogida siempre abierto".

La noticia debía llegar cuanto antes a la corte de Castilla, a los reyes Isabel y Fernando, y dos mensajeros se presentaron a caballo en el arenal para trasladársela, mientras el corregidor encomendó a los baioneses los cuidados de los marineros e indígenas enfermos llegados de ultramar.

Los aplausos enfervorizados del numeroso público dieron por finalizada la pieza y los grupos se fueron disolviendo hacia el casco histórico, donde los mercaderes y mesoneros les ofrecían sus productos artesanales y gastronómicos. La degustación de las viandas se acompañaba de música y arte callejero con bufones, zanfonas y zancudos.

A lo largo de la jornada, la villa ofreció también justas de caballeros, tiro con arco, cetrería montada, además de atracciones infantiles de época y muestras de animales. La etnografía marinera y una selección de armamento pudieron verse en la Casa Carvajal, mientras que la Capitanía marítima mostró un taller de escrituras góticas.

A última hora, el real mercado plegó sus puestos para despedirse hasta el año que viene.