El éxito en pequeña pantalla ha llevado a varios de los actores de la serie "Amar en Tiempos revueltos" a juntar sus horas y energías en el escenario de los teatros de un gran número de ciudades del estado español. Encabezados por la fulgurante figura y famosísimo rostro que es Cayetana Guillén Cuervo, los creadores de la serie han decidido representar una nueva trama en la que le dan todo el protagonismo al mundo del teatro.

La obra retrata un tiempo en el que la libertad creativa de los artistas se medía con unas lupas que solían llevar un cristal muy oscuro y se guardaban en una camisa azul. Los entresijos de la representación de un drama (titulado El Diablo bajo la cama) conforman el hilo argumental de un montaje austero y convencional, en el que los personajes se desenvuelven con desigual fortuna.

En primer lugar, está la diva y señora de la compañía, Estela del Val, interpretada por una Guillén Cuervo de voz grave y gracilidad teatralizada que pasea su fama sobre unos taconazos que intentan disimular su estatura física. Pero la diva, aunque sea el reclamo non es ni el más importante ni el más interesante personaje de la obra.

Entre los primeros, los importantes, que lo son para el desarrollo del argumento, destaca el dueto formado por Cristina Barea (a quien Verónika Moral da vida con decencia y buen hacer) y el verdadero autor de la pieza que se representa, Salvador Bellido Huerga (que encarna otro habitual de la siempre-encendida, Antonio Valero, demostrando su experiencia en personajes malditos). Entre los segundos, los interesantes, es el más complejo y con menor recorrido el de Abel Zamora Huerga, primo de Bellido casado con Cristina. Jaume García, el actor que se tiene que conformar con un segundo plano, hace lo que puede con este dificilísimo hombre incapaz de recordar un traumático suceso del pasado que el texto escrito por Bellido se encarga de rebelar en una escena de teatro dentro del teatro que es de las más bellas de la obra.

Por último, el más interesante e importante, que como ocurre tantas otras veces es el más odiado, es el falangista Gabino Cifuentes, acosador sexual sin escrúpulos que tiene un peso fundamental en el devenir de los acontecimientos y retrata un tipo de persona real que la interpretación verosímil y nada exagerada de Sebastián Haro se encarga de recordarnos.

Luego están el entrañable Marcos de la Vega, a cuyo cariño ayuda, como es tradición, el físico bonachón de Ricard Borrás, la jovencita e ilusionada Rosa (Lara Grube, dibuja con corrección un personaje dulce e inocente en demasía) y el actor chulapa Luisito Valdés (a quien presta su cuerpo Jaime Menéndez con desparpajo y buen sentido de la observación).

La escenografía es funcional y su rectitud y colorido apagado evocan bien la manera en la que hoy miramos hacia aquella época, pero la dirección (Antonio Onetti), que no abusa en los juegos de distanciamiento que parece introducir en al comienzo, peca en exceso del uso de la simetría en los diálogos confrontativos y no explota el espacio como este se lo hubiese permitido. En todo caso, la dramaturgia en la que los maestros Benet i Jornet y Rodolf Sirera acompañan al propio Onette, es eficaz en lo que se propone, que no es otra cosa que recordar, quizás con una nostalgia que no hace justicia a la realidad que las penurias de sus propios personajes tienen que vivir, aquel tiempo rodeado de piedras en el que el teatro parecía ser más importante y necesario que hoy en día.

Cosa que nos queremos permitir dudar.