Ante la vista de los presentes fueron desfilando pinturas que, entre el XIX y el XX y con el naufragio como temática, fueron sirviendo para desarrollar su análisis a la historiadora, que estableció al tiempo un paralelismo con la literatura de ese tiempo. Lo cierto es que la conferenciante sumergió a los presentes en un mundo inesperado de matices en cada cuadro, y en un aprendizaje de la lectura de los mismos. Cuadros de Louis Ducos ("Erupción del Vesubio con naufragio"), Clausen Dahl ("El día después de una noche tempestuosa"), Vernet ("Tormenta con naufragio"), David Friedrich ("El mar glaciar"), Auguste Biard ("Vista de la península de las tumbas al norte de las Spitzberg"), Gericault ("La balsa de la Medusa"), Delacroix ("El naufragio de Don Juan"), Gudin ("El salvamento de un navío naufragado"), Eugene Isabey ("El incendio del Austria") o Turner, el gran pintor de marinas que acabó especializado en naufragios con obras múltiples, por ejemplo "Mar tempestuoso".

Afán por pintar la naturaleza desbocada

De lo sublime, esa sensación que en esa etapa sustituye en la estética pictórica al concepto de belleza quieta anterior, dijo que "no es en sí el mar tempestuoso, ni el barco que en él se debate sino el especial sentimiento que es capaz de suscitar en quien es testigo aunque, eso sí, desde la distancia que separa el mundo del espectador con respecto a la representación. No lo sentiría como sublime, lógicamente, si estuviera en medio de ese caos marino".

Abandono, soledad esencial, sensación de lo demoníaco, destructividad, oscuridad, la vida y la muerte, el mar como límite natural del espacio de las empresas humanas, la anarquía y desorientación... fueron muchos los conceptos que Esperanza Guillén fue manejando para explicar todo este protagonismo de los naufragios en la pintura de esos siglos, en que ésta manifestó un vertiginoso afán por representar los fenómenos dinámicamente portentosos de la naturaleza. El poder de la naturaleza desbocada, según dijo, que enfrenta al sujeto con el delirio, con su propia incertidumbre ante situaciones que no puede dominar, que le atraen y, al tiempo, repelen.