Centenario Celta

Un sentimiento no correspondido

La relación entre el Celta y la Copa es el ejemplo más claro de amor-odio. Hasta en tres ocasiones alcanzó la final, pero la oportunidad de alzar el título siempre se le ha escurrido entre los dedos. El Celta ansía la Copa aunque el sentimiento no es recíproco. Por ahora.

Equipo del Celta en la final de 1948

Equipo del Celta en la final de 1948 / Natxo Cabaleiro Vigo

Natxo Cabaleiro

4 de julio de 1948. 20 de abril de 1994. 30 de junio de 2021. Nunca estuvo el Celta tan cerca como en estas tres fechas de levantar un título nacional. Pero Sevilla y Zaragoza, en dos ocasiones, lo evitaron. Tres dolorosas derrotas en esas tres finales es el negativo saldo del conjunto vigués en su intento de levantar la Copa, un torneo con el que durante estos cien años siempre ha mantenido una relación cercana, casi especial, pero que por diversas circunstancias nunca llegó a concretarse en verdadero amor. Al menos por una de las partes.

Lo del Celta sí que fue un enamoramiento a primera vista, el típico amor de juventud. Apenas tenía nueve años el recién creado club cuando surgió la chispa. Corría el año 1932 y esos primeros coqueteos llevaron a los vigueses a unas semifinales en las que el Barça se llevó el billete para el baile final pero el imberbe conjunto olívico presentó oposición ganando uno de los asaltos.

Pasaron los años y la chispa se apagó pero donde hubo llama siempre queda la brasa. El viento necesario para avivar el fuego apareció en aquel inicio de verano de 1948. Pero el Sevilla apareció como inoportuno bombero.

Con su joven corazón herido, el Celta tardó en superar el despecho, en olvidar la decepción sufrida. Pasaron 46 años hasta llegar a una nueva final, hasta que aquel antiguo deseo de juventud volvió a cruzarse en el camino. Esta vez, la chispa casi prende. Faltó un penalti para terminar de encender la hoguera.

Las dos últimas veces que el Celta llegó a una final el Zaragoza se encargó de estropear el sueño a la hinchada

Apenas tres años después, los vigueses tuvieron un nuevo coqueteo. Con Fernando Castro Santos en el banquillo firmaron un gran papel en el torneo del K.O. plantándose en las semifinales ante el Betis. Pero una acción poco deportiva del bético Nenad Bjelica definió la eliminatoria.

La infidelidad de Bjelica propició que aquel escarceo no prosperase pero nadie pudo detener el último intento de conquista céltico hasta el momento. Porque la mesa estaba puesta, las velas encendidas y la música romántica sonaba de fondo aquel 30 de junio de 2001 en Sevilla. Todo parecía dispuesto al fin para que triunfase el amor. Hasta que el Zaragoza se rebeló ante su papel de carabina.

El pitido final en La Cartuja provocó que el corazón del celtismo se rompiera en mil pedazos. Por tercera vez. Sin embargo, la esperanza de ver triunfar el amor en algún momento permanece. El destino casi brinda otra oportunidad en la temporada 2016-2017, con Berizzo en el banquillo. Pero un gol de Edgar dio el triunfo al Alavés y dejó al Celta sin la oportunidad de su cuarta final. Por ahora. Es sólo cuestión de tiempo. El amor siempre triunfa.

Año 1948: entre la novatada y el cansancio

Equipo del Celta en la final de 1948

Equipo del Celta en la final de 1948 / Natxo Cabaleiro Vigo

La primera final copera se resistió. Mucho. Porque en las semifinales ante el Español el Celta tuvo que afrontar dos partidos de desempate en Madrid el 27 y el 30 de junio hasta que, por fin, hubo ganador. Los vigueses.

Pahíño dispara durante el partido.

Pahíño dispara durante el partido.

Los intentos para posponer la final y disponer de algo de descanso no prosperaron. El Celta se presentó como pudo y sin una de sus grandes estrellas, Hermidita. Enfrente, un Sevilla descansado. Pese a todo, Muñoz adelantó pronto a los vigueses. La alegría no duró. Un cuarto de hora después, Arza, que acabaría siendo técnico del Celta, empataba. El conjunto de Ricardo Zamora, como pudo, aguantó hasta el descanso. Y prolongó su lucha hasta que la mala suerte se cebó con los célticos. Mariano firmaba el 2-1 en el minuto 60 y en esa misma acción caía lesionado el meta céltico, Francisco Simón. Como no existían los cambios, Gabriel Alonso ocupó su sitio.

Arza, en el suelo tras un choque con Cabiño

Arza, en el suelo tras un choque con Cabiño / Natxo Cabaleiro Vigo

La inferioridad numérica y el cansancio pasaron factura. El Sevilla sentenció, con otros dos goles de Mariano, una final que los vigueses acabaron con sólo 8 jugadores por la expulsión de Pahíño y la lesión de Aretio.

Año 1994: el éxodo a Madrid y el penalti de Alejo

Esquipo del Celta en la final de 1994

Equipo del Celta en la final de 1994 / Magar

El celtismo se entregó en cuerpo y alma protagonizando un masivo desplazamiento para seguir en directo la final. Nadie quería perdérselo. 25.000 seguidores viajaron con la esperanza de vivir en directo el momento histórico, de presenciar “in situ” cómo se levantaba el trofeo.

Momento del penalti fallado por Alejo

Momento del penalti fallado por Alejo. / Natxo Cabaleiro Vigo

Txetxu Rojo había logrado que un equipo ascendido la campaña anterior se plantase en la final con la solidez defensiva por bandera y tras dejar en la cuneta en semifinales al Tenerife de Jorge Valdano, el gran favorito. Berges fue el gran ausente en una final en la que no faltaron otros muchos nombres ilustres del celtismo como Cañizares, Patxi Salinas, Otero, Engonga, Vicente, Ratkovic o Gudelj y Salva. Enfrente estaba el Zaragoza de Víctor Fernández, con Nayim, Poyet, Aragón, Higuera o Pardeza, entre otros.

Los aficionados del Celta en el Calderón

Los aficionados del Celta en el Calderón / Cameselle

Los noventa minutos de juego finalizaron sin que se moviese el marcador inicial, lo que llevó el encuentro a una agónica prórroga que sólo sirvió para continuar poniendo a prueba la fiabilidad de los corazones de los aficionados célticos. Así, el título se decidió desde el punto de penalti, donde la igualdad se mantuvo hasta el último lanzamiento. Nadie falló hasta que le llegó el turno a Alejo. El resto es historia.

Año 2001: la fiesta que acabó en drama en una asfixiante tarde en la Cartuja

Los dos equipos, antes de empezar la final.

Los dos equipos, antes de empezar la final. / Ricardo Grobas

El celtismo lo tenía claro. A la tercera tenía que ir la definitiva. Todo parecía estar del lado de los vigueses. El Celta contaba con Víctor Fernández en su banquillo. Precisamente el técnico que le había arrebatado el título copero a los vigueses en 1994, dirigiendo entonces al Zaragoza. Y, para colmo de coincidencias, el rival era de nuevo el conjunto maño con lo que el deseo de revancha por lo sucedido en el Calderón era evidente.

Además, el conjunto de Víctor Fernández venía de completar una gran temporada y desplegar un magnífico juego. Era un equipo de ensueño. Con muchos de los nombres que son historia del Celta como Cavallero, Juanfran, Velasco, Cáceres, Mostovoi, Catanha, Giovanella, Karpin, Gustavo López, Berizzo, McCarthy, Edu…

El Zaragoza, por su parte, llegaba con muchas dudas y después de pasar apuros para conservar la categoría, salvándose precisamente con un empate en La Romareda en la última jornada ante los vigueses.

Sevilla era una fiesta celeste desde primeras horas de la mañana en aquel calurosísimo 30 de junio. La lógica inclinaba la balanza del lado vigués. Se esperaba el habitual final feliz de las pelis románticas. Ése en el que triunfa el amor. Especialmente cuando Mostovoi, a los cinco minutos, ponía en ventaja al Celta.

La final de 2001 movilizó al celtismo

La final del 2001 movilizó al celtismo. / Cameselle

El mago ruso, siempre genial, llegó a la frontal del área rival, se deshizo con asombrosa facilidad de los dos defensas que le salieron al paso y superó a Laínez con su habitual y asombrosa eficacia y facilidad.

Los más de 20.000 celtistas que habían tomado Sevilla ya casi festejaban el deseado título, la culminación de ese largo amor.

Pero el Zaragoza no quiso ser el invitado que se cuela en la fiesta y aprovechó el exceso de confianza del conjunto de Víctor Fernández para dar la vuelta al encuentro. Un cabezazo de Aguado en una falta lateral muy bien puesta por Acuña empataba de nuevo el choque. Y un penalti cometido por Berizzo y transformado por Jamelli encendía todas las alarmas al descanso.

Un sentimiento   no correspondido

La final del 2001 movilizó al celtismo. / Cameselle

La segunda mitad confirmó el cambio de película y eso que el Celta lo intentó de todas las maneras posibles, poniendo cerco durante muchos minutos a la portería del Zaragoza. Pero Catanha, en dos buenas oportunidades, y Mostovoi, en una de esas acciones en las que el “Zar” no perdona, no fueron capaces dellevar el balón al fondo de la portería y lograr el empate.

Mientras, el paso de los minutos jugaba a favor de los maños porque el intenso calor, la presión de saberse favoritos e ir por detrás en el marcador y a ansiedad descontrolada por querer lograr ese primer título pasaron factura a los célticos.

Berizzo llora en La Cartuja tras el pitido final

Berizzo llora en La Cartuja tras el pitido final. / Cameselle

La transformación de comedia romántica a tragedia era ya toda una realidad cuando el tanto de Yordi en los instantes finales la confirmó definitivamente.

Jugadores y aficionados célticos no daban crédito. Se había escapado una nueva opción de ganar la Copa. La tercera y, posiblemente, la ocasión más clara para haberlo logrado.